Antonio Rivera-El Correo
- Intelectual, euskaltzale y, sobre todo, defensor de una Euskadi plural y de las víctimas del terrorismo, fallece tras una larga enfermedad
«Pero no me trago el humo», respondió a mi mirada, y luego se tomó un sorbito del Armagnac que se había pedido después de la comida. Sin venir a cuento se puso a explicarme que no estaba de acuerdo con eso tan de moda de que había que educar a los niños en su lengua materna. Dijo que él había aprendido el castellano a los seis o siete años y que no por eso había notado ninguna dificultad, y que muchos millones de personas a lo largo de la historia habían adquirido otros idiomas de la misma manera. No le seguí el rollo porque no sé nada de esos temas y porque, cuando Andoni tenía una idea fija en la cabeza, resultaba difícil quitársela. Un tipo duro con un corazón de algodón.
Le echó mano la gente del temible capitán Hidalgo, allá por el estado de excepción del 75, como a tantos que entonces se escudaban tras las siglas de ETA. Después de la Transición, y de la mano de Joseba Arregi, siguió los pasos del nacionalismo más tradicional. Muchos años de gerente en un corsorcio de euskaltegis vizcaínos le hicieron experto en los usos sociales de la lengua vasca. De paso también se convirtió en el tipo más temible y el crítico más acerado y experto de los empeñados en prolongar ‘sine die’ esa lucrativa industria de la identidad que sostenemos todos los vascos. «Detrás de cada ventanilla de la Administración tiene que haber alguien que atienda a un euskaldun, pero eso no significa que tenga que haber un euskaldun detrás de cada ventanilla». Con eso resumía su posición al respecto.
«Un gran amigo y un referente imprescindible para la izquierda. Cuánto te voy a llorar»
Un hombre de una extraordinaria cultura, capaz de citarte a cualquiera de los clásicos grecolatinos como si se los hubiera leído a todos. Tampoco le oí hablar mucho cuando trajinaba también como secretario silente y conseguía que aquella aventura de Aldaketa se pusiera en marcha para cuestionar desde la independencia de criterio los añosos postulados de los nacionalismos del lugar. Algunos de aquellos independientes acabamos en el Gobierno y Andoni en la sala de máquinas de Ajuria Enea. Fue el mejor ‘negro’ que ha tenido nunca Lehendakaritza. De José Antonio Aguirre hasta hoy, nadie ha escrito mejores discursos (con permiso de Txelu Zubizarreta).
Cuando aparecía por Lakua, todos corríamos a escondernos en nuestros despachos. Sabíamos cuáles eran su mala nueva y su cometido: otro sablazo del 10% del presupuesto del Departamento, la única manera de sobrevivir a los efectos de aquella maldita crisis económica y estructural de 2008 en que se nos ocurrió llegar al ‘Gobierno del cambio’. «Hay grasa de la que podemos prescindir», decía, y nosotros gritábamos como si nos estuviera haciendo ya ronchas en el mismo hueso.
«Hoy que son tantas las incertidumbres, costará hacerles frente sin su visión y fuerza»
Era el socialista sin carnet más convencido de las bondades de la socialdemocracia que he conocido nunca. Su buen amigo Arregi cada vez se hizo más demócrata y sobre todo cristiano, pero él regresó por los derroteros de donde había salido: la izquierda real, la que resuelve problemas de la gente y no se entretiene en pajarracas. Escribió en este mismo periódico unas estampas históricas de la historia del socialismo internacional y vasco imposibles de olvidar, que encontraron acomodo en un libro que nos recuerda esos momentos estelares de la humanidad que retrató el insuperable Stefan Zweig. Eso sí, sin olvidarnos de su primera obra: una conversación con un nacionalista donde desentraña todas las posibilidades de una ideología tremendamente simplona en sus argumentos y tremendamente eficaz en su proyección social.
Ahora estábamos dándole vueltas a una idea suya consistente en hacer un gran homenaje a todos aquellos que resistieron al terrorismo local. Pensaba que la sociedad y las instituciones no habían sido capaces todavía de reconocer como se debía a quienes habían conseguido mantener a salvo la democracia y el Estado de derecho, cuando el acoso de ETA los puso en serio peligro durante años y años. Era una manera de reclamar un recuerdo que sirviera para instituir el punto de partida de una nueva sociedad y política vasca. No sé si seremos capaces de terminar este empeño que ha dejado a la mitad.
«Adiós a Andoni, ese apasionado luchador por la democracia. Euskadi te debe mucho»
Estado de derecho y democracia, que fueron junto con las víctimas de carne y hueso los grandes perjudicados del terrorismo de ETA. Las dentelladas que se llevaron ese Estado de derecho y las convicciones democráticas de la ciudadanía todavía están por cicatrizar, porque todavía no han sido suficientemente valoradas como para defenderlas con la misma pasión que pusimos en enfrentar el crimen. Y recuperar todo aquello que perdimos en este ámbito de la conciencia cívica es algo todavía pendiente que Andoni nos deja como legado y como obligación de ciudadanos.
Los malos -que siguen estando ahí- tienen hoy algo que celebrar. La parca se lleva a uno de los nuestros, uno de los mejores. El beso más cariñoso para Justinya, su fiel compañera. Siempre le tendremos en el recuerdo.