Gaizka Fernández Soldevilla-El Correo
- Cuando solo nos centramos en los autores materiales de la violencia, olvidamos la responsabilidad de los inductores, los propagandistas y los intelectuales del odio
Covite y el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET) celebraron en el Centro Memorial un coloquio acerca de cómo la justicia y la verdad pueden ayudarnos a superar las secuelas de la violencia política y, por ende, a construir sociedades pluralistas y democráticas. En el acto participaron representantes de Carsa, una organización que intenta cerrar las heridas del genocidio de Ruanda, y de la South East Fermanagh Foundation, una asociación de víctimas de los atentados del IRA y de bandas lealistas como la UVF. Al día siguiente 65 alumnos de tres colegios vitorianos escucharon su testimonio.
En el encuentro salieron a relucir las diferencias entre los casos de Ruanda, Irlanda del Norte y el País Vasco. La más evidente: la magnitud del exterminio de los tutsis solo es comparable con episodios como el Holocausto. La más sorprendente: tras asumir su culpa y arrepentirse, perpetradores del genocidio están participando activamente en proyectos que ayudan a los supervivientes y, por extensión, a Ruanda.
Por supuesto, también hay paralelismos, como los múltiples niveles de responsabilidad de los actos de violencia. En palabras de Consuelo Ordóñez, «las víctimas (…) somos un recordatorio permanente del mal: de quienes lo ejercieron, de quienes lo alentaron, de quienes lo justificaron». Esta enumeración no es gratuita. Al centrarnos en los autores materiales, solemos perder de vista a los inductores, los propagandistas y los intelectuales. Ahora bien, el IRA, la UVF y ETA eran organizaciones muy jerarquizadas en las que se respetaba la cadena de mando. Por lo general, los terroristas cumplían las órdenes del jefe del comando, que a su vez no hacía sino repetir las de los cabecillas del aparato militar.
Quien no acataba la disciplina era advertido y, si insistía, castigado. Cuando el 5 de junio de 1974 la Policía fue a la casa de sus padres, María Isabel González Catarain, una joven ‘legal’ de ETA, se escapó por la terraza. Acudió al apartamento de Hendaya en el que residía su hermana, ‘Yoyes’, pero no estaba allí. Por la noche la visitó un dirigente del frente militar, Iñaki Mujika Arregi (‘Ezkerra’), que le ordenó irse a vivir con otra chica de Ordizia, con la que debía trabajar. Según sus declaraciones policiales, Mª Isabel se negó. ‘Ezkerra’ «le dijo en tono de voz autoritario y muy serio: ‘Aquí hay unos que mandan y otros que obedecen’».
Como se detalla en la obra ‘Dinamita, tuercas y mentiras’, tres meses después el frente militar ordenó a Beñat Oihartzabal y María Lourdes Cristóbal poner una maleta-bomba en el comedor de la cafetería Rolando (Madrid). Ellos y su colaboradora Eva Forest cumplieron su cometido sin rechistar. El resultado fueron trece víctimas mortales y unos 70 heridos.
En el IRA provisional la cadena de mando llegaba incluso a la dirección de su brazo político, el Sinn Féin. El libro ‘No digas nada’, del periodista Patrick Radden Keefe, ha revelado el importante papel que personajes con tan buena prensa como Gerry Adams jugaron en los crímenes más atroces de la banda.
En un grado de responsabilidad aún más alto encontramos a quienes incitaron a la violencia mediante los discursos de odio. Siguiendo a Martín Alonso, hay «un hilo de continuidad que lleva retrospectivamente desde los perpetradores materiales del acto final hasta los orígenes discursivos identificables en la obra de intelectuales de renombre».
En la historia reciente de España tenemos varios ejemplos. En el campo de la ultraderecha destacó Blas Piñar, caudillo de Fuerza Nueva, cuyos inflamadas y apocalípticas arengas animaron a los militantes de Fuerza Joven a cometer acciones violentas durante el tardofranquismo y la Transición. Su homólogo de la izquierda abertzale fue el aristócrata Telesforo Monzón, que en esos mismos años se dedicaba a legitimar el terrorismo y a llamar a los jóvenes vascos a unirse a ETA para dar la vida por la patria, es decir, para arrebatársela a otros.
El mensaje de este tipo de intelectuales era popularizado por la maquinaria propagandística. Por ejemplo, en Ruanda el genocidio fue precedido y propiciado por la campaña de medios de comunicación como la Radio Télévision Libre des Mille Collines, que difundieron un relato nacionalista radical hutu: todos los males del país eran culpa de los pérfidos tutsis, a los que se deshumanizaba como «cucarachas» y «serpientes».
En Euskadi y Navarra continuamente se nos insta a mirar hacia adelante. Pero, si aspiramos a una convivencia saludablemente democrática, antes de hacerlo es imprescindible que quienes aplaudieron, alentaron, ordenaron y perpetraron los actos de violencia se responsabilicen de su pasado. En Ruanda están haciéndolo con cierto éxito. ¿Por qué aquí les cuesta tanto poner de su parte?