ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

Si los barones del PSOE permiten a Sánchez rendir nuestra dignidad ante Torra, serán cómplices de la traición

LO que parecía imposible ha cobrado trágica realidad con Pedro Sánchez. El actual presidente del Gobierno ha hecho bueno a su maestro y mentor, José Luis Rodríguez Zapatero, cuyos mandatos serán recordados como uno de los periodos más funestos de nuestra historia: ruina, desempleo, división, enfrentamiento, irrelevancia internacional e indignidad. Ese fue el legado dejado por el anterior inquilino socialista de La Moncloa. Una herencia que Sánchez se propone acrecentar (ya asoman en el horizonte negros nubarrones de crisis), añadiendo a esas lacras la claudicación en toda regla ante un secesionismo catalán triunfante que se frota los ojos, incrédulo, pellizcándose para saber si de verdad le ha caído en gracia un interlocutor tan débil, tan cobarde, tan abyecto en su conducta como el que hoy tiene en sus manos la responsabilidad de dirigir España.

Zapatero negoció con una banda criminal y otorgó concesiones vergonzosas a unos asesinos que se avino a tratar de tú a tú, a costa de ignorar a las víctimas. Lo hizo al principio en secreto, traicionando el pacto antiterrorista que él mismo había propuesto y firmado, y después a media luz, ocultando las actas de esos infames acuerdos. Tenía al menos el pretexto de actuar para evitar que siguieran muriendo inocentes, y a él se agarró, cual clavo ardiente, a fin de justificar su vileza. Sánchez ni siquiera puede enarbolar el engañoso estandarte de la «paz». Su única motivación para hincar la rodilla ante Torra y plegarse a sus condiciones es la ambición pura y dura. Un afán de poltrona desmedido, narcisista y megalómano, que le lleva a aceptar lo inaceptable con tal de sacar adelante sus presupuestos y le empuja a publicar un presunto libro de memorias, escrito por lo que en la jerga del sector se denomina una «negra», destinado a cantar sus glorias. Cabe preguntarse si ese hombre está en sus cabales o ha perdido la cabeza, en cuyo caso sería urgente desalojarle del despacho que ocupa.

¿Queda en el PSOE algún diputado leal a lo que significó esa formación? ¿Alguno que esté dispuesto a arriesgarse en defensa de la Constitución y la Nación a las que ha jurado servir? Si así es, cosa dudosa, no basta con que exprese su «malestar» por lo que pasa. Las cosas han llegado tan lejos que es su deber actuar y hacerlo, además, cuanto antes. ¿Cómo se presentarán ante sus electores de Toledo, Sevilla, Zaragoza, Madrid, Oviedo, Badajoz o cualquier otra ciudad española los candidatos socialistas que hayan soportado en silencio la humillación de ver a sus compañeros de filas sentados de igual a igual con una «delegación catalana» separatista, en presencia de un mediador equidistante encargado de moderar el encuentro? ¿Qué responderán los cabezas de cartel de las autonómicas cuando sus eventuales votantes, legítimamente agraviados, les pregunten por qué la Generalitat de Cataluña no solo consigue inversiones privilegiadas, sino que impone al Estado condiciones ignominiosas acatadas mansamente por el jefe de un Ejecutivo que ha vuelto a manchar de barro el símbolo del puño y la rosa? Si aspiran a salvar los muebles, los «barones» que aún conservan influencia en el partido han de impedir que Sánchez perpetre la felonía de rendir nuestra dignidad ante Torra. Por cualquier medio a su alcance, incluido el respaldo a una moción de censura. Si consienten que su caudillo equipare la Nación a una de sus regiones y la ponga bajo la tutela de un árbitro escogido por los abanderados del golpe, serán cómplices de la traición.