Miquel Giménez-Vozpópuli
- La heroicidad ha desaparecido del diccionario políticamente correcto. Justo cuando más falta nos hace
Cada día escuchamos cosas como sororidad, heteropatriarcado, sostenible, empatizar, poliamor o sexo fluido, por citar algunos modismos impuestos por el lenguaje oficial, tan ramplón, hortera y vacuo. Ni les comento la pléyade de anglicismos que rodean el mundo de las redes sociales, de youtubers hasta hater, pasando por hype o trending topic. Tal parece que el español, la ortografía y el buen redactado son cosas de Franco y hay que sacarse constantemente conejos de la chistera para erradicar lo poco que todavía sabemos de nuestra lengua. En medio de este despropósito – que quizá no lo sea tanto, porque lo primero que pervierten las dictaduras es el lenguaje – les desafío a que busquen en esa jungla de ínfimo nivel intelectual la palabra héroe. No la encontrarán. Ningún podemita, sociata, separata y demás hierbas menciona tal idea. La heroicidad es una cosa de la que abomina la izquierda de moño y barba, tildándola a menudo como algo muy de derechas. Como el honor, la patria, el sentido del deber y, ay, Dios, al que han expulsado de la vida oficial como si se tratase de un pariente pobre al que nadie quiere.
Pero necesitamos héroes, porque cuando más se precisan es en los momentos de extrema gravedad. Ahora bien, si no se cree en el heroísmo difícilmente pueden existir los héroes, como decía Disraeli, el político británico que aseguraba que, de saber quien maneja los hilos de la política en realidad, las gentes quedaríamos asombradas. Bien debía conocer el paño puesto que fue dos veces primer ministro de su majestad y tres ministro de Hacienda. Nada más exacto si sumamos la cita a lo dicho por el barón de Rothschild que, tras Waterloo, afirmó que los mejores negocios se llevan a cabo cuando las calles están inundadas de sangre. Por el contrario, son esos tiempos convulsos los que alumbran a los héroes, los que mueven a personas normales a alzarse sobre su propia condición y sacrificarse por los demás, que no otra cosa es el heroísmo: la entrega generosa en aras de un bien mayor.
Fíjense, si se tratase de glorificar a este o a otro personaje de su cofradía como el malhadado Simon, los radicales lo aceptan sin pestañear, pero hablamos de categoría moral y no de propaganda
Hay que dejar constancia de lo equivocados que están muchos acerca del heroísmo. La intoxicación cultural es terrible y acaba por hacer mella. Fíjense, si se tratase de glorificar a este o a otro personaje de su cofradía como el malhadado Simon, los radicales lo aceptan sin pestañear, pero hablamos de categoría moral y no de propaganda. El héroe va más allá de lo que le exige la sociedad, la familia, la moral. Tan héroe es quien pone en riesgo su vida para salvar la de otro como quien se carga de trabajo y responsabilidades por su familia; es tan heroico enfrentarse a un malhechor como hablar con acentos de verdad frente a la mentira colectiva. La heroicidad es atreverse, es dar un paso al frente mientras el resto retrocede, es comprometerse, es luchar, es, sobre todo, no darse por vencido. Sobre todo, es dejar a un lado el egoísmo que nos tienta con la comodidad, con no meterse en nada que te complique la vida. Es imposible que esa noble planta germine en una sociedad individualista que no se ocupa más que de su propio ombligo ni quiere correr el menor riesgo por nada ni por nadie.
Al Bobierno social bolivariano no le gustan los héroes que tienen ese fuste ético y prefiere inventarse los suyos, igual que hacen los separatistas, sin darse cuenta de que cuando no se tiene madera para generar héroes, se acaba fabricándolos con barro vulgar. Y ya hemos llegado al último escalón de esa canallesca escalera: hay que desprestigiar al héroe, hay que negarle su virtud, hay que decirle que es un loco, un elemento perturbador, una anomalía que pretende separarse del inmenso pesebre aborregado que se traga una tras otra las consignas emanadas de los despachos oficiales.
Podría describirles algunos ámbitos en los que las conductas heroicas suelen darse con mucha frecuencia, demasiada para el poco mérito que reciben y lo magro de sus pagas: médicos, enfermeras, policías, guardias civiles, militares, personal de limpieza, dependientes de supermercados, empleados del transporte público, y no sigo por no hacer la lista demasiado extensa.
En política, en cambio, no sabría decirles dónde hay siquiera uno. Ese es el drama de nuestro país. Quienes deberían darnos ejemplo de heroicidad solo saben cultivar la cobardía, parapetándose detrás de sus cargos.
Qué vergüenza.