Carmen Gurruchaga, LA RAZÓN, 16/8/12
La huelga de hambre que han iniciado los etarras presos forma parte de una estrategia para conseguir, poco a poco, una especie de amnistía encubierta. La salida de los reclusos de la cárcel es, sin duda, una de las condiciones para que la banda anuncie su final. Nadie de ese mundo entendería que ETA terminara sin haber solucionado antes el asunto de los encarcelados.
Se trata de un colectivo con mucho peso, pues sus familiares y amigos componen una parte importantísima del sustento social y electoral de la izquierda abertzale y, sin su apoyo, no se ganan elecciones, ni se obtiene una diputación ni un ayuntamiento, y mucho menos el Gobierno de Vitoria. Por ello, resulta fundamental que desde el brazo político, así como desde el propio colectivo y sus tentáculos, se vaya organizando todo un entramado que saque a la calle a miles de personas pidiendo soluciones para los presos de la organización terrorista.
Ahora, con Uribetxeberria, lo presentan como un caso meramente humanitario, pues es una persona que padece, al parecer, un cáncer irreversible. ¿Y quién se opone a que un individuo, por muy malvado y sanguinario que haya sido, pase sus últimos días rodeado de familiares y amigos? Habrá quien responda que si a él no le preocupó nada que Ortega Lara muriera de hambre y en la más absoluta soledad, ¿por qué debe interesarse nadie por cómo termina su vida? Pero dando un paso más allá en la estrategia abertzale, tras este caso plantearán el de aquellos a los que no se ha respetado la acumulación de penas o que han cumplido las tres cuartas partes de sus condenas, o los casos en los que tienen derecho al tercer grado, porque tienen un puesto de trabajo; o a la condicional, etcétera. Y sufriremos un chantaje permanente.
Carmen Gurruchaga, LA RAZÓN, 16/8/12