ABC 14/12/12
EL candidato del Partido Nacionalista Vasco, Iñigo Urkullu, fue investido por el Parlamento de Vitoria como nuevo presidente de la Comunidad Autónoma Vasca, con el único apoyo de los 27 parlamentarios de su formación. El guión se ha cumplido y Urkullu accede a la Presidencia del Gobierno sin acuerdos concretos de investidura o legislatura. Su discurso fue fiel reflejo de ese eclecticismo que prodigó en campaña electoral y con el que evitó quedar encasillado en un debate monocolor sobre el soberanismo. Urkullu utilizó argumentos tan diversos como las opciones que tiene para gobernar con apoyos concretos para cada iniciativa. Su insistente apelación al Estado del bienestar, a los funcionarios de la Administración autonómica y a los servicios públicos fue una invitación a los socialistas para mantener la política de desmarques que inició Patxi López frente a las medidas más impopulares del Gobierno de Mariano Rajoy. Es evidente que los socialistas apoyarán a Urkullu en todo cuanto pueda beneficiar al PSOE como oposición en el Parlamento nacional, sobre todo en un momento de malestar social creciente como el actual.
A EH-Bildu, sin citarlos, Urkullu les propuso de nuevo el cambio de estatus político en el País Vasco, anunciando su intención de defender un proyecto basado en el «derecho a decisión y su ejercicio sujeto a pacto». Escueto pero suficiente mensaje para dar a entender que el PNV no olvida que el mantenimiento del conflicto con el Estado es esencial para justificar su permanente actitud de reivindicación. La normalidad en el ejercicio de la democracia y de la convivencia no es el hábitat político en el que el nacionalismo se sienta cómodo. La comparación con la crispación que ha provocado Artur Mas en Cataluña puede crear el espejismo de que el País Vasco es un remanso de paz y cordialidad. Ni ETA se ha disuelto, ni las víctimas han desaparecido ni el PNV ha renunciado al conflicto. Los riesgos siguen ahí.