EL CORREO 04/08/14
TONIA ETXARRI
· A diferencia de Artur Mas, el lehendakari no tiene el as de la consulta independentista para mantener un pulso con Mariano Rajoy
Los teléfonos entre La Moncloa y Ajuria Enea al final no sonaron, a pesar de las expectativas creadas por el propio lehendakari. Pero él ha permanecido a la espera, por la línea dos. Aguardando turno después de Artur Mas, por si acaso. Pero el ruido no ha producido el efecto deseado. Urkullu lleva intentándolo desde hace tiempo. Sin éxito. Pretende que el presidente Rajoy se preocupe tanto por Euskadi como por Cataluña, aunque la situación entre las dos comunidades autónomas sigue siendo incomparable. Por eso le ha pedido juego al presidente del Gobierno. Que le pasara la pelota. Que, de lo contrario, según las declaraciones con las que se han ido adornando algunos dirigentes nacionalistas, Euskadi podría optar por el «desafío» si no le quedara más remedio.
Pero el presidente Rajoy, después de su entrevista con un Artur Mas «noqueado» por el escándalo de la evasión fiscal confesa del clan Pujol, ha cerrado su agenda para tomarse unos días de descanso. De momento, Euskadi no forma parte de sus preocupaciones prioritarias. Y Urkullu, que se ha quedado reclamando audiencia urgente en La Moncloa y que ve que a su partido tampoco le ha recibido todavía el nuevo líder del PSOE, Pedro Sánchez, no ha ocultado su contrariedad al comprobar que el PNV no forma parte del menú principal de la agenda política española. Y ver que el centro del mundo no pasa por la tabla de reivindicaciones del Gobierno vasco. Ha querido forzar tanto la solicitud de la entrevista con Rajoy que la secretaria general del PP vasco, Nerea Llanos, llegó a confesar su sospecha de que el PNV parecía más interesado en el ruido de la reunión que en el propio contenido. Y desde La Moncloa se reconocía extraoficialmente que la cita que persigue Urkullu tendrá lugar. Como en anteriores ocasiones. Que lo de menos es la fecha porque, por muy impostada que haya parecido la denuncia del peligro de «ataques al Concierto» formulada por varios portavoces nacionalistas, no existe motivo alguno de preocupación.
El lehendakari sabe que, una vez desactivado el terrorismo aunque no se haya disuelto, las bazas de presión en una negociación con el Gobierno de España de turno, son mucho menos efectivas. Tampoco tiene, a diferencia de Mas, el as de la consulta independentista para mantener un pulso con el inquilino de La Moncloa por la sencilla razón de que el lehendakari, durante la primera parte de su legislatura, quiso mantener las distancias respecto al desafío nacionalista catalán.
Su reclamación soberanista, a medida que nos vamos acercando al año electoral (municipales y forales en el 2015) ha ido manifestándose poco a poco. Primero, maquillada de eufemismos, para no asustar. Se quiso distanciar del proceso independentista catalán, al mismo tiempo que enviaba mensajes a su electorado y a los votantes de EH Bildu (segunda fuerza en el País Vasco) de que su partido también tiene su «hoja de ruta». Con un aviso al Gobierno: los nacionalistas vascos también se pueden convertir en un problema. Aunque su representación en el Congreso de los Diputados sea tan limitada (cinco representantes de 350 escaños). Pero sabe que si no fuerza la escenificación, el debate político sobre Euskadi no se verá como un problema. No sólo en La Moncloa sino en la sociedad vasca que, después de haber estado tantos años sometida a la presión del «conflicto» en general, no se levanta cada mañana pensando en qué competencias nos debe Madrid, sino en la economía y la estabilidad.
Por eso, el Gobierno vasco y el PNV han terminado apretando el botón de alarma. Unos, diciendo que «el problema» en Euskadi puede «estallar con crudeza» mientras Egibar pretende condicionar el resultado de la ponencia parlamentaria sobre el nuevo estatus hablando, a la vez, de consenso. Una contradicción en sí misma, como le señalaba la portavoz del PP, Laura Garrido. Y el propio lehendakari, mezclando sus aspiraciones soberanistas con las reclamaciones de los familiares de los presos de ETA, hasta el punto de ofrecerse a hacer de emisario de su causa comprometiéndose a entregar en mano a Rajoy su documento.
Un ‘totum revolutum’. El caso es que, a la hora de precisar sus reclamaciones cuando se entreviste con Rajoy, tendrá que concretar más (aparte de la solicitud de cambiar la política penitenciaria). Y presentar más «combustible político». ¿Cree, de verdad, que peligra el sistema de soberanía financiera después de las declaraciones que han hecho los colaboradores más cualificados del presidente Rajoy? ¿Cree que, después de mantener el pulso con la reclamación soberanista de Artur Más tendrá la poca habilidad de abrir, innecesariamente, ese «frente»? Y, por su parte, ¿cuál es la «realidad nacional vasca» a la que siempre alude? ¿La que se negocie en la ponencia de reforma del estatuto en el Parlamento vasco, que se tomará un año, por lo menos, en presentar sus conclusiones?
Lo que está ocurriendo en Cataluña debería servirle al PNV de GPS. Justamente para escoger una dirección distinta a la de CiU. Desde el momento en que los nacionalistas «moderados» siguieron la ruta de los «radicales» (ERC) no ha cesado, en todos los sondeos de intención de voto, el trasvase de papeletas a los independentistas ‘pata negra’. Si Urkullu opta, al final , por dar tratamiento estelar a la secesión y la ruptura, no le debería extrañar que el público prefiera la opción original.