DIARIO VASCO, 16/1/12
El presidente minimiza las diferencias internas y dice que «no hay dos almas, sino miles». El líder jeltzale, reelegido por unanimidad, encabezará la nueva etapa para lograr un «gobierno de verdad»
Cauce central, clave de bóveda, piedra angular… son algunas de las expresiones que utiliza el PNV para reivindicar su papel central en el futuro de Euskadi, un futuro que los jeltzales no conciben fuera del Gobierno Vasco. Fue Iñigo Urkullu, en su proclamación ayer como presidente del EBB, quien prometió a los suyos que el partido volverá a ser el que era, que recuperará el liderazgo institucional perdido y que conformará, en el plazo de un año, un «gobierno vasco de verdad».
El líder jeltzale fue revalidado para otros cuatro años por la unanimidad de la asamblea general que culminó en el BEC la renovación del proyecto y la dirección nacionalista. Y ante un público numeroso -la cifra oficial es 5.500- defendió la trayectoria y la experiencia acumuladas como el mejor aval para recuperar el poder. «Somos un fenómeno», proclamó varias veces. «Y no un fenómeno caduco», reprochó a quienes «quieren aparcarnos en el desván de la historia».
Urkullu se situó en el espacio situado entre los partidos constitucionalistas y la izquierda abertzale, porque «ese cauce» -«el nacionalismo democrático incluyente»- es, en su opinión, el correcto para lograr el objetivo de avanzar hacia la nación vasca -la meta a largo plazo que ha presidido y dado nombre al congreso-. «No dejemos que los objetivos de otros fijen límites a nuestro ideal», advirtió el líder jeltzale. «No vamos a variar este cauce por ningún canto de sirena que nos lleve al aislamiento» o a estrategias «ajenas sin salida, y abocadas al fracaso».
Sin mencionar a nadie en concreto, las palabras de Urkullu sí sonaron a toque de atención por lo menos a quienes, dentro del partido, quieran enfatizar una vertiente más soberanista que atraiga a simpatizantes abertzales o marque distancias hacia socialistas y populares. Pero en el PNV «no tenemos dos almas», defendió el presidente ante la interpretación que ha generado la pérdida de cuota guipuzcoana en el EBB. «Tenemos miles, cientos de miles de almas, las de todas las personas que aquí vivimos y trabajamos».
Urkullu quiso presentar al renovado PNV como un partido unido pese a los matices internos, y con un objetivo común: «institucionalizar y constitucionalizar una única Euskadi». Ése es, añadió, el «sentido de la independencia» que defienden los nacionalistas y la «meta con la que soñamos despiertos». Para lograrla, el líder jeltzale habló del «nacionalismo económico», ése con el que el PNV «mira más al norte que al sur» para potenciar los «valores de trabajo, esfuerzo, asociacionismo o espíritu emprendedor» que «nos ha ayudado a mitigar las consecuencias de la crisis».
Urkullu, en ese repaso de logros jeltzales al que dedicó buena parte del discurso -leído por cierto en dos pantallas casi transparentes situadas a cada lado de su atril-, defendió el «modelo PNV, sólido y contrastado», que a su entender ha permitido al País Vasco situarse mejor que el conjunto de España en anteriores recesiones económicas.
Perdón y fin de la excepción
Este reto del nuevo tiempo al que ha intentado adaptarse el PNV a lo largo de su proceso asambleario, se añade a otro, esperado durante décadas: el final de la violencia. «No somos inocentes para creer que todo está hecho», señaló Urkullu. «Pero nada ni nadie nos va a arrebatar el sueño de consolidar una paz duradera».
Para el líder jeltzale, ésta y la edificación de la «concordia» pasan por varias premisas ineludibles. Una, referida a ETA, por la «obligación de reconocer expresamente el daño causado», pedir «perdón y reparación» a las víctimas, y culminar definitivamente su ciclo con «el desarme y la disolución». Otra, extensiva a la izquierda abertzale para que «reconozcan el error continuado de un pasado político-militar de destrucción, y de negación de libertad». Y otra, dirigida al nuevo Gobierno de Mariano Rajoy, para que ponga fin a «una política penitenciaria vengativa, a las doctrinas que interpretan condenas (Parot)» y desmantele la Audiencia Nacional y la «presencia de ‘cuerpos ajenos’ en Euskadi», en referencia a la Policía Nacional y a la Guardia civil. Los «nuevos tiempos», concluyó, «tienen que ser de verdad nuevos».
La gestión de la pacificación, que el PNV se marca «como mandato máximo», no dependerá aun y todo exclusivamente de él. La relación que fragüe en Madrid con el nuevo presidente del Gobierno, con el que Urkullu se reunirá dentro de unas semanas para hablar entre otros de este tema, y el liderazgo que ejercería el partido desde Euskadi en caso de conseguir reconquistar Ajuria Enea serán claves para jugar ese papel central en esta materia. Lo primero se antoja complicado a tenor no solo de la política del PP sino de su capacidad de acción en solitario, y lo segundo dependerá, según los jeltzales, de los votos que obtenga en las autonómicas pero también de las decisiones que adopten sus rivales políticos.
«Se ha pretendido buscar el aislamiento del nacionalismo» al amparo de crisis «económicas, políticas, de modelo autonómico o de identidad», reprochó Urkullu. Pero insistió en que no lo lograrán. Las «obsesiones» -según lo denominó- del PSE y el PP «por sacarnos del Gobierno» y de la izquierda aber-tzale «por sustituirnos» como primera fuerza vasca solo han conseguido «despertarnos, unirnos y reforzarnos», aseveró.
«Somos el primer partido de Euskadi» que sigue «dando batalla», advirtió el presidente jeltzale ante su auditorio.
DIARIO VASCO, 16/1/12