Estaba casi todo el mundo en otras cosas cuando el diario El Correo irrumpió ayer a mediodía con una noticia bomba: El Euskadi Buru Batzar ha comunicado a Iñigo Urkullu que no va a repetir como candidato a lehendakari en las elecciones autonómicas de 2024. Nadie se esperaba algo así, o, por ser más preciso,-no me quiero escudar en la ignorancia general-, yo no me lo esperaba y me disponía a dedicarle esta columna al encuentro en la cumbre,-dicho sea sin exagerar-, que mantuvieron ayer en Sabin Etxea media docena de cráneos privilegiados del PNV y Junts, a saber: Ortuzar, Esteban y Aurrekoetxea por el bando jelkide y Nogueras, Turull y Albert Batet por el bando del fugalari pero también deben tomarse esa expresión en sentido metafórico.

El encuentro tenía un precedente claro en aquel 15 de septiembre en que Andoni Ortuzar visitó a Carles Puigdemont en su refugio de Waterloo para lucir ante las cámaras la fantasía de su calzado oscuro con cordones blancos. Algo tuvieron que improvisar porque las banderas que mandaban en la estancia eran la bandera de la Unión y la señera. ¿Y la ikurriña? debieron de preguntarse los vascos, siempre tan atentos a las sutilezas simbólicas y encontraron una solución práctica a la vez que entretenida tapando con una bandera bicrucífera la pantalla gigante de televisión que allí tenían.

El propósito, ya digo, era coordinar los votos de los dos partidos nacionalistas en el Congreso de los Diputados, garantizar el cumplimiento de sus respectivos acuerdos con el PSOE y defender las competencias vascas y catalanas, según explicaba el vicecerebro general de Junts, Jordi Turull.  El asunto era, además, un pacto de asistencia mutua frente a los peligros que les acechan a ambos más  directa e inmediatamente: las elecciones autonómicas que sus autonomías respectivas van a afrontar el año que viene y la defensa ante los dos adversarios que ambos tienen: Arnaldo Otegi para Urkullu y Esquerra Republicana para Junts.

Si uno estuviese en el lugar de cualquiera de los dos, tendería a desconfiar como sin duda ya hacen ellos del socio principal que es Pedro Sánchez, pero más, teniendo en cuenta los precedentes. No tiene uno para olvidar la amarga queja preñada de resentimiento que le hizo Andoni Ortuzar, cuando el PSE le madrugó una estancia en Ajuria Enea a Ibarretxe para Patxi López, gracias al pacto de López con el PP, que vino a demostrar lo del infierno y las buenas intenciones que le empedran el camino. Junts puede recordar aquel tripartito que los desalojó de la Presidencia de la Generalidad para meter allí a Maragall con el apoyo del principal adversario de los convergentes, ERC. ¿Por qué pensarán estos cuitados que esta vez no les van a hacer lo mismo?

El problema lógico lo plantea el hecho de que el mismo PNV haya decidido pisarse una noticia, la de la cumbre con Junts, con la filtración del final de la vida política del lehendakari Urkullu, once años después de que sustituyera a Patxi López. No se entiende y así trataba de no explicarlo el PNV, diciendo que ese asunto era para tratar el lunes. Hay una posibilidad, claro, que la filtración haya sido cosa del propio Urkullu para calentar un poco el ambiente durante el fin de semana, aunque no se sabe bien para qué. Los designios del EBB, como los del Señor, son inescrutables.