Kepa Aulestia, EL CORREO, 23/10/12
La incontestable victoria en las elecciones autonómicas llevó a Iñigo Urkullu a ratificarse en su propuesta de acuerdos que en la noche electoral calificó de «amplios, plurales y estables». La aritmética parlamentaria lo impondrá en muchos casos, las circunstancias de la economía lo hará imprescindible para evitar que la Euskadi institucional se empantane y las aspiraciones que pueda albergar el PNV para la próxima legislatura lo volverán ineludible. Pero la necesidad de acuerdos puede acabar perdiendo significado si los mismos no cuajan en decisiones y coincidencias concretas. La disposición manifestada tras el escrutinio electoral puede decirlo todo y, a la vez, no aclarar nada respecto a las intenciones, posibilidades e imponderables que se presenten desde que hoy mismo se reúna el Consejo Vasco de Finanzas para avanzar cómo acabará el ejercicio fiscal y apuntar lo que deparará 2013.
Es un recurso habitual del comentario político referirse a la «geometría variable» de la que se supone hará uso el PNV, que probablemente coincida además con su manera natural de afrontar la política de alianzas cuando la hegemonía institucional ya no es posible. Así obró en la década de los 90, demostrando la naturalidad con la que fue capaz de gobernar en todas las instituciones con socios distintos en cada caso. Su ubicación centrada según las coordenadas que describen la política vasca y su presencia de nuevo equilibrada entre Álava, Bizkaia y Gipuzkoa le brindan la oportunidad de convertirse en eje indiscutible de la gobernabilidad del país. Además el resultado del pasado domingo sitúa a las otras tres grandes formaciones de Euskadi –EH Bildu, PSE-EE y PP– a suficiente distancia como para que ninguna de ellas pueda reclamar la exclusividad de un eventual pacto con el PNV sin convertir tal exigencia en motivo de autoexclusión. Pero a pesar de todo ello la llamada «geometría variable» no puede contemplar una infinidad de acuerdos posibles sobre una infinidad de cuestiones sin convertirse en una maraña estridente de coincidencias y discrepancias que acabaría entrampando a quien pretendiera desarrollar tan oportunista y alambicada estrategia.
El virtual nuevo lehendakari y su partido han enumerado las tres grandes áreas que constituirán las prioridades de su acción de gobierno quizá también en orden cronológico: superar la crisis económica, alcanzar la paz definitiva y ampliar el autogobierno a través de un nuevo estatus político para Euskadi. Siempre cabe la tentación de afrontar el primer desafío con unos, alcanzar la segunda meta con otros y aventurarse en lo tercero con quien se apunte al viaje. Tan lineal compartimentación de objetivos y aliados sería posible solo si la política de gobierno pudiera administrarse desbrozando la legislatura en un calendario de hitos cerrado de antemano. Pero eso no se sostiene ni sobre la pizarra. De modo que Urkullu y el PNV deberán enfrentarse al cuadro de incompatibilidades que presenta el cruce entre siglas con las que pactar y los problemas a resolver en el País vasco.
Además la concesión formal de la iniciativa al lehendakari que resultará designado en segunda votación dentro de unas cuantas semanas no significa que las demás formaciones se apresten a responder positivamente a las propuestas que les haga llegar desde Ajuria-Enea, o a esperar a que el líder jeltzale se decida antes de hacer nada por su cuenta. Por orden de llegada, los acuerdos que pretenda impulsar Urkullu dependen en primer lugar de la reflexión a la que proceda EH Bildu en cuanto al significado de sus resultados dentro del escrutinio general. Puede que la coalición auspiciada por la izquierda abertzale diga que no tiene nada sobre lo que cavilar, o que no lo pueda hacer debido a sus equilibrios internos. Pero la actitud de EH Bildu determinará en buena medida el tono que coja la legislatura desde el mismo momento del pleno de designación de lehendakari. Si la izquierda abertzale optase por tratar de poner cada día en un brete al gobierno Urkullu no tendría más que trufar la legislatura de iniciativas parlamentarias que desgranen su particular programa para desenmascarar el entreguismo jeltzale o forzarlo a trastocar su cuadro de prioridades.
Aunque el protagonismo que adquiera EH Bildu en los inicios de la legislatura dependerá a su vez de la celeridad con la que el PSE-EE por un lado y el PP por el otro se repongan del revés electoral y político sufrido y de su disposición al acuerdo con el nuevo gobierno incluso a riesgo –inevitable- de hacerle el juego al PNV. Es probable que en estos primeros momentos socialistas y populares se inclinen por emplazar a Urkullu a que clarifique sus propósitos para la legislatura entonando un «ahí se las componga». Una de las causas de su fracaso electoral fue que terminaron deshaciéndose de manera poco ejemplar del pacto de gobierno que socialistas y populares suscribieron en marzo de 2009. No hay nada más letal en política que avergonzarse de los propios actos sin corregirlos en tiempo y forma. Es la patología que probablemente atenace al PSE-EE y al PP ante una legislatura que se anuncia cambiante sobre todo si el no-nacionalismo se retrae políticamente.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 23/10/12