José Luis Zubizarreta-El Correo
- El pragmatismo gubernamental de Urkullu y las pretensiones más ideológicas de Ortuzar podrán ser complementarios o, por el contrario, chocar
Sobre el debate de política general con que el Parlamento inauguró el último curso de la presente legislatura, lo más digno de mención fue, a mi juicio, el contraste que ofreció frente a lo que nos hemos acostumbrado a presenciar en el Congreso de los Diputados. Todo discurrió con sosiego y educación, lejos del griterío y los insultos que han enrarecido el ambiente en la llamada sede de la soberanía nacional a lo largo de estos años. Y, si la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, en nuestro caso fue el aburrimiento el tributo que debió pagar la moderación para salir airosa. Barato nos salió. El paisito merecía disfrutar de un rato de tranquilidad tras años de alteradas relaciones políticas e institucionales. Nada impidió, sin embargo, que la discrepancia se expresara con la libertad que caracteriza el debate parlamentario.
Todo empezó con una larga y minuciosa intervención del lehendakari, que se prodigó, más que de costumbre, en cifras y planes sobre la situación del país y sus perspectivas de futuro. Y, aunque al final hiciera la obligada referencia a la cuestión territorial y a la mejora del autogobierno, fueron temas como la igualdad y el bienestar social, junto con los servicios públicos para atenderlos, los que acapararon la atención del discurso. De aquellos primeros se encargaría el portavoz de su partido en su ya habitual conversación con Bildu por ver cuál de los dos representa el más genuino abertzalismo. No faltó tampoco la autocrítica, sobre todo en lo tocante a Osakidetza y su tan doloroso como evidente deterioro. Tan abrumadora fue su exposición, que la oposición, con la excepción de los grupos minoritarios, no tuvo otro remedio que adaptar sus justificadas críticas al tono de moderado pragmatismo. Y, pese a la oportunidad que, según él, habrían abierto los resultados de las elecciones del 23-J, no quiso el lehendakari que el debate se enzarzara en cuestiones de carácter identitario e ideológico. Tiempo habrá para que su partido abunde en ellas cuando se abra la próxima campaña electoral quién sabe si autonómica o general.
Pues bien, ese tiempo ha llegado y parece condenar al olvido lo que ocurrió en el Parlamento y a la irrelevancia lo que hasta ahora llevo escrito. Pero que aquí conste por aquello de que lo urgente no oculte lo importante. El debate y el lehendakari no merecen, en efecto, pasar a segundo plano por la inesperada visita que -foto incluida- el presidente del EBB, Andoni Ortuzar, hizo en Waterloo al «president de la Generalitat en el exilio». De momento, todo son lucubraciones, pues el silencio se ha impuesto a la maltrecha transparencia. Dos serían las hipótesis. O bien Ortuzar se propone situarse del lado del prófugo para doblar el brazo de Sánchez y forzarle a aceptar sus condiciones, o bien actúa de enviado -o a impulsos- de aquél para lograr que Puigdemont rebaje sus exigencias y haga posible el acuerdo.
De entre las dos, la segunda me parece la más verosímil. Con el propósito fundamental de que no se repitan las elecciones -una vez obstruido el paso a la derecha- y consciente de las resistencias que a Sánchez se le están acumulando en el partido, Ortuzar trataría de llevar al catalán hacia posiciones menos intransigentes. Urkullu lo intentó tras el 1-O de 2017, y el entonces todavía president lo desairó con su súbita proclamación de independencia. Si, en este caso, Ortuzar resultara convincente, además de haber impedido la indeseada repetición de las elecciones, se atribuiría el éxito de la operación y concurrirían él y el PNV a los comicios autonómicos de la primavera como los grandes hacedores de la política. A sabiendas siempre, por supuesto, de que el papel de zascandil es de alto riesgo. Pero ésta, al igual que cualquier otra de las muchas que usted oirá estos días, no es más que una lucubración basada en el enmudecimiento de quienes deberían hablar claro a la ciudadanía.
Todo se precipitará una vez que Feijóo haya fracasado en su intento de investidura. Las bocas de los líderes socialistas se sacudirán sus mordazas y comenzarán a elaborar un relato que edulcore la decisión que hayan tomado. O el de la consecución de la convivencia definitiva en Cataluña gracias al arrojo de su presidente o el de la grandeza del hombre de Estado que renuncia al poder por lealtad a la Constitución y a la igualdad de derechos de los ciudadanos. Magnífico bagaje este último para presentarse, reunido en su torno el partido, a otras elecciones en enero. Habituado a repetir está, aunque sin demasiado éxito.