EL CORREO 08/02/14
· La líder del PP vasco acusa al lehendakari de plantear «medidas de gracia» fuera de la ley y Ajuria Enea replica que busca la desaparición del terrorismo sin condiciones.
El secretismo con que se ha intentado gestionar el encuentro que mantuvieron el martes Iñigo Urkullu y Mariano Rajoy no hacía augurar nada bueno. Y efectivamente, la resaca de la reunión, en la que ambos líderes abordaron la gestión del final de ETA sin luz ni taquígrafos, terminó ayer por derivar en un agrio cruce de reproches y desmentidos entre la presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, y el propio lehendakari. El rifirrafe, sin duda, contribuyó a enfangar el resultado real de la cuarta visita de Urkullu a La Moncloa desde que es lehendakari. Una cita, que según fuentes cercanas a los protagonistas, no fue «ni mejor ni peor» que las anteriores, pero sí sirvió para constatar la necesidad de buscar un mínimo común denominador entre ambos que permita avanzar de la mano para cerrar la etapa terrorista.
La bronca arroja sombras sobre el arraigo real de esa voluntad de liderazgo compartido y sume en la incertidumbre la consecución de la meta de unidad institucional y política para gestionar el fin de ETA que ambos ejecutivos y los partidos que los sustentan dicen perseguir. En medio, dos visiones contrapuestas sobre la oportunidad de flexibilizar la política penitenciaria dos años después del cese definitivo de la violencia.
Los populares vascos ya habían advertido que la respuesta de Urkullu a la pregunta de Quiroga en el pleno de control sobre la ponencia de paz –que derivó hacia la hoja de ruta que el lehendakari entregó a Sortu en secreto en octubre– sería clave para calibrar su talante conciliador. Hasta entonces, las valoraciones sobre la entrevista habían sido más bien vagas hasta el punto de que el Gobierno central ni siquiera la ha confirmado oficialmente aún. Soraya Sáenz de Santamaría se limitó ayer a constatar que el Ejecutivo vasco «sabe» cuál es la política antiterrorista y que no va a cambiar.
En ese clima, Quiroga preguntó a Urkullu por los documentos que entregó a Sortu, una cuestión que molestó especialmente al lehendakari porque, apenas unas horas antes, en la cita que ambos mantuvieron en la Cámara vasca, había entregado personalmente a Quiroga su propuesta para flexibilizar la política penitenciaria y escalonar la excarcelación de todos los reclusos etarras en un hipotético escenario posterior a la desaparición de ETA. Un documento «actualizado» pero que, en esencia, es el mismo que le había hecho llegar a Rajoy en su primera cita, hace ahora un año, y a la izquierda abertzale en otoño. Por eso recalcó que el presidente del Gobierno estaba informado de sus planes «antes» que Sortu y subrayó, dirigiéndose a su interlocutora, que «usted también los conoce».
Los nubarrones empezaban a tomar cuerpo y, poco después, Quiroga decidía comparecer ante los medios para dejar clara su versión. En realidad, la presidenta del PP vasco, que había constatado serias discrepancias en su reunión extraoficial con Urkullu, quería poner los puntos sobre las íes, acabar con el «oscurantismo» y las «especulaciones» y dejar clara su visión sobre el ‘protocolo’ del fin de ETA, después de haber interpretado que Urkullu piensa que la banda no desaparecerá si no se hacen antes gestos concretos con los presos y que tampoco está dispuesto a renunciar a su interlocución con la izquierda abertzale para ir de la mano con el PP y PSE.
Derrota o empate
De ahí que la dirigente conservadora, convencida de que al lehendakari se le han acabado las «excusas» porque no se encontró con un Rajoy «inmovilista» sino decidido a «liderar» el final del terrorismo, reconociera que la gestión de la paz definitiva exigirá «altura de miras» y «generosidad», pero que en ningún caso debería aceptarse un «chantaje» en el que la disolución de ETA esté ligada a la concesión de beneficios penitenciarios.
«Ese puede ser el planteamiento del lehendakari», insinuó la líder popular, que acusó directamente a Urkullu de proponer al jefe del Ejecutivo central que los reclusos de la banda se beneficien de «medidas de gracia» al margen de la ley. Un planteamiento que, a su juicio, no buscaría la «derrota» de ETA sino un «empate» y que obliga a Urkullu a escoger si se une con Rajoy al «liderazgo democrático» de esta etapa o se «escora» hacia la izquierda abertzale.
Las palabras de Quiroga, que según sus colaboradores no pretendían abrir un nuevo frente sino subrayar la disposición del PP vasco a «afianzar» la paz «desde el Estado de Derecho», lograron el efecto contrario, un monumental enfado del lehendakari que dejó patente en una nota pública pese a su reticencia inicial a hablar de la cita. El comunicado –que el jefe del Ejecutivo vasco volcó también en primera persona en una red social– destilaba malestar e incluso cierta ironía e insistía en que él ha sido discreto, aunque «no tiene inconveniente» en defender también en público sus propuestas en materia de paz y convivencia, que ya ha entregado, insistió, a Rajoy y Quiroga.
Pero, sobre todo, el lehendakari se afanó en rechazar por «radicalmente falso» que su propuesta al presidente del Gobierno «condicione» el fin de ETA a la aplicación de beneficios penitenciarios. «La propuesta del lehendakari trata de contribuir a un final ordenado e incondicionado de la violencia de ETA, en el marco de la legislación penitenciaria vigente», puntualizó. Su entorno insiste en que la última propuesta de Urkullu a Rajoy –se la leyó a partir de un texto escrito «de cuatro o cinco puntos» que llevó a La Moncloa– es absolutamente «escrupulosa» con la ley y reitera la apuesta por la ‘vía Nanclares’, es decir, abrir la mano a acercamientos y progresiones de grado solo tras aceptar las vías de reinserción legales.
El lehendakari subrayó que seguirá trabajando «desde la lealtad y la discreción como hasta ahora». De hecho, la Presidencia vasca dice albergar aún «esperanzas» de que la cita pueda fructificar en un liderazgo compartido real con Rajoy. «Es que hay que hacerlo con ellos, porque ellos tienen la llave», razonan.
EL CORREO 08/02/14