Isabel San Sebastián-ABC

  • Para Illa, dopado desde el Gobierno y el CIS sin escatimar recursos, todo lo que no sea gobernar es un fracaso

Me gustaría que el titular de esta columna fuese únicamente metafórico, pero dado el cúmulo de aberraciones que acompaña a las elecciones de mañana, en pleno pico de la pandemia, mucho me temo que adquirirá un sentido literal trágico. Porque es probable que las urnas catalanas se conviertan en el sepulcro político de más de un dirigente patrio, pero no lo es menos que amenazan con provocar una oleada de contagios seguida del consiguiente incremento en el número de muertos por Covid.

Vayamos con lo más importante, que es la salud, por encima de todo lo demás, según repiten los líderes separatistas y de partidos de izquierdas que han decretado cierres sucesivos de la hostelería y el comercio, llevando a la ruina a millares de pequeños empresarios y autónomos. ¿Cómo se compadece esa dureza implacable con la celebración de unos comicios en los cuales podrán participar de manera presencial los infectados comprobados o los que estén en cuarentena, con el consiguiente riesgo para los ciudadanos obligados a prestar sus servicios como presidentes o vocales de mesa? ¿En qué cabeza cabe que se prohiba abrir un restaurante o un teatro pero se anime a ir a votar a un enfermo contagioso? ¿De verdad valía la pena poner en peligro a tanta gente inocente con la finalidad de salvar al candidato Illa, tan soberbio, insolidario, irresponsable o mentiroso como para negarse a someterse a las pruebas que detectan la presencia del virus? Cuando la conveniencia partidista prevalece sobre cualquier otra consideración, incluída la defensa de la vida, se sobrepasan con creces los límites de lo legítimo en democracia. Y bien pudiera salirles el tiro por la culata.

Para el canditado del PSC, dopado desde el Gobierno y el CIS sin escatimar recursos, todo lo que no sea ganar y gobernar constituirá un fracaso rotundo. Una derrota que pagará con un oscuro papel como líder de la oposición local, lo cual no se aleja mucho de su umbral de incompetencia, por cierto. Otra que se la juega es la lideresa de Ciudadanos, Inés Arrimadas, que podría pasar de su histórica victoria de 2017, cuando obtuvo 36 escaños, a una horquilla de entre 8 y 12. Aunque no sea ella la cabeza de lista, a nadie se le escapa que sí es la responsable del cambio de estrategia de los naranjas, así como la ganadora que abandonó la plaza, sin ni siquiera intentar formar gobierno, para marcharse a Madrid. Por más que estemos ante un fiasco anunciado, dudo que carezca de efectos a escala nacional. Y por último está Pablo Casado, quien, de creer a las encuestas, bien pudiera estar en puertas de su tercer descalabro, tras los sufridos en las generales y las vascas, si finalmente Vox supera al PP en votos y escaños. De momento entre los populares nadie ha sacado los cuchillos, aunque, según me dicen, los teléfonos echan humo…