Jon Juaristi-ABC
- Estos tanques son los mismos que aplastaron la revolución democrática de Hungría en 1956 y la revolución democrática de Checoslovaquia en 1968
Los tanques reciclados que Vladímir Putin ha enviado a sus fuerzas invasoras para sustituir a los que han destrozado los resistentes ucranianos gracias al armamento que los países occidentales les hemos suministrado (armas de gran precisión y eficacia pagadas con nuestros impuestos, y a mucha honra) han entrado en Ucrania enarbolando banderas de la Unión Soviética. La comedia lacrimosa de la pobrecita Madre Rusia amenazada de muerte por la OTAN se ha terminado y el Ejército Ruso -perdón, el Ejército Rojo- asume de nuevo su identidad histórica.
Estos tanques son los mismos que aplastaron la revolución democrática de Hungría en 1956 y la revolución democrática de Checoslovaquia en 1968. Parece, además, que en su gran mayoría se trata, en efecto, de los mismos tanques de entonces, sin metáfora que valga.
Es decir, de la chatarra que Vladímir Putin iba acumulando en los arsenales rusos, más o menos mantenida y engrasada por chusqueros manitas, mientras los rublos destinados a modernizar el parque acorazado desaparecían en las cuentas ocultas de los antiguos asesinos del KGB. Rusia ha muerto, viva la URSS. Este es el mensaje que el Kremlin lanza ahora al mundo a través de sus tanquistas, que van a la muerte en busca de una gloria desesperada y demencial, con la consigna de restaurar el imperio soviético, y no ya la de defender la Santa Rusia, la Tercera Roma, como farfullaba hasta hace una semana el Patriarca de Moscú, en los raros momentos en que estaba sobrio.
Pues bien, en esas estamos. Ha comenzado la segunda edición de la pesadilla leninista. Seguro que la podemia se alegra de ello, toda vez que Pablo Iglesias Turrión siempre ha lamentado, en los mismos términos que Putin, la desaparición de la Unión Soviética como si se tratara de la mayor tragedia de nuestro tiempo. No diré que la inminente desaparición de Rusia tras las banderas rojas con la hoz y el martillo, que Boris Yeltsin retiró y que Vladímir Putin ha sacado del basurero junto a los tanques de la Guerra Fría, no sea una tragedia, pero es, sin duda, la tragedia que se merece un rebaño enloquecido por la demagogia nacionalista de un miserable cuyo único objetivo ha sido permanecer en el poder a toda costa, mintiendo sin tregua a su pueblo y pervirtiéndolo hasta convertirlo en un manicomio de caníbales ávidos de sangre georgiana, moldava y ucraniana.
En la misma medida en que el Ejército Rojo ha ido destruyendo Ucrania, lo que quedaba de la Rusia libre que asomó en la Perestroika se ha ido desvaneciendo, para terminar en este circo estúpido, en esta payasada totalitaria bajo las sucias banderas que tanto entusiasman todavía a una mayoría de la izquierda española. Aprendamos.