Pocas veces como ahora se ha repetido tanto en España el término “pueblo” en su acepción más agresiva, esa que alberga un sentimiento excluyente. “Pueblo catalán” y “pueblo español” resuenan estas semanas como armas arrojadizas. Sin embargo, no hay otro país en Europa en el que semejante concepto encierre mayor confusión, demagogia y anacronismo.
Hasta la vicepresidenta Sáenz de Santamaría ha entrado al juego y habla del “pueblo catalán”. No ha debido asesorarle esta vez el ministro portavoz Méndez de Vigo, que en 2003 apoyó a los líderes que quisieron eliminar de los Tratados de la UE el término “Europa de los Pueblos” para sustituirlo por “Europa de los Ciudadanos”.
Fracasaron, pero su propuesta era lógica, porque la UE es “la unión de Estados y ciudadanos” y, por el contrario, no hay definición clara para la Europa de los Pueblos. Su origen es confuso y conservador. Surge en Alemania tras las guerras napoleónicas cuando al binomio nación-ciudadanos nacido en la Revolución Francesa se le añaden valores espirituales, culturales, étnicos, identitarios o históricos. El término tiene una base subjetiva porque “la ciudadanía aporta derechos y deberes ante el Estado, pero ‘el Pueblo’ se basa en sentimientos”, argumenta el catedrático de Derecho Constitucional Javier García Fernández. Por eso, “el nacionalismo es la creencia en que los portadores de cierta identidad son superiores a los que no la portan”, según acaba de publicar en este periódico el filósofo José Luis Pardo. Es esa la razón por la que no está claro a quién incluye Puigdemont al evocar al pueblo catalán. ¿A todos los residentes en Cataluña? ¿Aunque estén contra el procés o no hablen catalán? ¿A los musulmanes que no controlan ni el castellano? ¿Solo a los nacionalistas? ¿A votantes de partidos españolistas? ¿A catalanes que no valoran su origen?
Sáenz de Santamaría ha respondido negativamente de forma implícita al recordar a Puigdemont que también son pueblo catalán los jueces que han ordenado detenciones, los periodistas críticos con el procés o los guardias civiles que han entrado en el Govern. También la izquierda alimenta el desconcierto cuando habla del “pueblo catalán”, pero nunca del “pueblo español”.
Son pruebas de que en España existe un embrollo al respecto. Frente al extremo de Francia, donde no cabe sino una nación y un solo pueblo, en España batimos récords. La Constitución habla primero de nación para referirse enseguida al “pueblo español”, pero cada estatuto de autonomía alude también respectivamente al “pueblo vasco”, “pueblo murciano”, “pueblo canario”, “pueblo riojano”, “pueblo de Madrid”…
Sobre el papel, que resiste todo, los españoles somos miembros de al menos dos pueblos. El mapa elaborado por el Instituto Europa de los Pueblos, sin embargo, nos indica, una vez más sin respetar la historia, que como tales solo existen en España el vasco, el gallego y el catalán. El resto no se sabe qué es. O sí, porque en la Europa de los Ciudadanos hay muchos que ni pertenecen a ningún pueblo ni aceptan esas clasificaciones. No por eso tienen menos conciencia de formar parte de una comunidad y de fomentar su cultura o su idioma, pero seguramente por eso son menos excluyentes y más solidarios.