ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 28/05/17
· Mi liberada: Supongo que estuviste presente en la conferencia del presidente Puigdemont en Madrid. Solo había catalanes y era una ocasión blindada para que pisaras una gran ciudad. El presidente aludió al retorno de Josep Tarradellas: «La actual Constitución aún no existía y la legislación vigente no contemplaba para nada ningún elemento de legitimidad republicana; sin embargo, en reconocimiento a la demanda real del pueblo catalán, el Gobierno de entonces actuó con responsabilidad y no remitió a los que clamaban por el retorno de Tarradellas a comparecer en el Congreso para impulsar las reformas, sino que lideró una solución de Estado que, luego y a través de su incorporación en la Constitución, siguió el curso parlamentario adecuado».
A la hora de justificar el golpe a la democracia, pocas analogías más imberbes que la del retorno de Tarradellas a España. Digo a España, con intención que adivinarás, porque la primera y sonada escala de su retorno fue la ciudad donde Puigdemont hablaba. Sus mentiras tienen un carácter cómico, lo sé; pero es que el cómico es ahora presidente de la Generalidad y resulta obligatorio ocuparse.
Tarradellas nunca quiso encarnar la legitimidad republicana. La cuestión la describe de un modo abrupto este fragmento de las memorias del abogado Manuel Ortínez, Una vida entre burgesos, que no están traducidas al castellano, porque España es un país lleno de desgracias: «Recordaba las frases que me había transmitido el presidente Tarradellas de su diálogo con el presidente Suárez: –Yo tengo el poder –decía Suárez. –Yo tengo un millón de personas en la calle dispuestas a reclamar mi retorno –le contestaba el presidente. –No me impresiona eso. Usted no es nadie. Usted es lo que yo digo que es. Nada más».
El retorno fue ideado por Manuel Ortínez en 1976 y su primer y frustrado intento lo pactó con Alfonso Osorio, entonces vicepresidente de Suárez. La idea de Ortínez, y por supuesto de Tarradellas, tenía esta clave de bóveda: la Generalitat reconoce a la Monarquía y la Monarquía reconoce a la Generalitat. Porque la única legitimidad que Tarradellas exigía era la de Catalunya. La clásica cambonista de «¿Monarquía, República…? ¡Catalunya!». La legitimidad republicana no contaba para Tarradellas, entre otras muchas razones porque se avergonzaba de aquel régimen. Suárez y Martín Villa, su influyente consejero de entonces, rechazaron el primer plan de Ortínez. La razón le gustaría poco al análogo Puigdemont: el Gobierno no quiso establecer una relación bilateral con Cataluña cuando aún no se habían celebrado las primeras elecciones. O para decirlo en un lenguaje que Puigdemont entienda: el Gobierno rechazó que Catalunya fuera una legitimidad previa a la democracia.
Dijo Puigdemont: «…los que clamaban por el retorno». Bah. Apenas nadie clamaba entonces por el retorno de Tarradellas. Eso sucedió en 1980, a los pocos días de que Jordi Pujol llegara a la presidencia. Y hoy se sigue clamando. En la transición solo la minoritaria Esquerra Republicana y un grupúsculo socialdemócrata, liderado por el razonable Josep Pallach, lo exigía. Ellos fueron los pocos que sacaron aquel retrato, en el que Tarradellas parecía Steve Wonder, durante la gran manifestación del 11 de septiembre de 1977. Pujol no quería verlo ni en pintura, porque sabía que era el otro líder. La derecha recordaba su turbio papel en el gobierno de Lluís Companys. Para la izquierda era un viejo autoritario, casi grotesco, que exigía llevar falda y corbata; pero una cosa para cada sexo. Y por supuesto: la inmensa mayoría de catalanes lo vinculaban, erróneamente, con una casa de longanizas que justo por aquellos años empezaba a imponerse.
La segunda y definitiva operación Tarradellas se puso en marcha después de las elecciones del 15 de junio de 1977. Suárez se había encontrado con un resultado catalán inesperado: la victoria de la izquierda y del nacionalismo. La posibilidad de que una izquierda renuente a la monarquía gestionara los primeros pasos del régimen autonómico inquietó al Gobierno. A eso se añadía el brote de un terrorismo nacionalista catalán: hacía un mes que el empresario José María Bultó había muerto reventado por una bomba que adosó a su pecho un grupo de patriotas catalanes.
El vicepresidente Osorio le propuso entonces a Suárez la recuperación de la vieja idea de Ortínez. Y este escribió años después: «Lo que yo había planteado desde el primer momento como una operación de Estado entre la monarquía española y la Generalidad, entre dos instituciones, rebajaba el nivel y se convertía en una operación de gobierno y en un intento de operación de partido». Sin embargo, Ortínez no añadía que ese carácter instrumental, para contener la hegemonía de los partidos, ya estuvo presente en la primera negociación. No en vano el general Casinello, en noviembre de 1976 y después de visitar a Tarradellas en Saint Martin-le-Beau por encargo del Gobierno, insinuaba en el informe que escribió: «Así la visita puede parecer inútil. Pero ofrece un camino. Y ya es otra posibilidad capaz de neutralizar las otras que se ofrecen desde los grupos [así llamaba el general a los partidos en el lenguaje legal de la época]».
Tarradellas volvió a Cataluña. Volvió en un marco político español que restablecía regímenes preautonómicos para Cataluña, el País Vasco y Galicia. Volvió, específicamente, como presidente de la Diputación, la institución que había sustituido a la Generalidad durante el franquismo, porque entendió que solo con esa presidencia podía tener despacho, dinero y mozos de escuadra cuadrándose a su paso. Y no le importó añadir a la centenaria historia de la Generalidad el adjetivo provisional que siempre tuvo su presidencia y que solo decaería con el primer mandato del ya corrompido Jordi Pujol.
Escribo corrompido Pujol (el sintagma va como una seda) y vuelvo al informe Casinello: «La Banca Catalana le montaría un palacio [Pujol quiso comprarle en su momento los archivos de la Generalitat y Tarradellas se había negado a venderlos], pero él vive en una fría llanura del centro de Francia, con una calefacción tibia, sin baño, con muebles que ya no usan ni los suboficiales y solo el lujo de una biblioteca y un tocadiscos. Únase una hija subnormal y una esposa callada. No hay criados ni secretarios ni nada».
Quería decir el general que Tarradellas no era un joven malcriado, crecido exclusivamente por el uso del dinero público pujolista, análogo irresponsable como este presidente por escalafón, Carles Puigdemont Casamajó, que ni por edad intelectual ni por condición moral puede conocer el precio de sus mentiras.
Sigue ciega tu camino.
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 28/05/17