- Podéis silbar La Marsellesa por una fosa nasal, o sostener que hay que ilegalizar a Vox, pero entendedme, Ruiz y novia. Ni tú eres Íñigo ni tú puedes imitar al asno todos los días. Mantened vuestras idioteces en la intimidad, de donde nunca debieron salir. Estáis haciendo el ridículo y ni siquiera os percatáis
La novia de Ruiz quiere ilegalizar a Vox, lo cual no tendría la menor importancia si Ruiz no nos hiciera pagar a su novia por decir sandeces, si Ruiz y su novia se sometieran a los fríos vientos de la competencia. Hay un mercado enorme ahí fuera donde seguro que apreciarán las trolas de Ruiz y el tósigo de su novia. Saca tu mano de nuestro bolsillo, Ruiz. Venga, tronco, tranquilo, esto se tiene que acabar. Va a ser mejor, de verdad, os vais a sentir más útiles. Saber que el mercado quiere lo que tú haces proporciona una gran satisfacción. No digo que los medios públicos no puedan exhibir de vez en cuando a extremistas broncos, traficantes de mentiras, seres que solo existen para ser el último colgajo del poder. Exhíbanse, pues, por su interés antropológico, como curiosidad.
Cuando yo era muy joven, José María Íñigo invitaba a su programa a gentes con alguna pericia absurda, como imitar a un asno. Quienes recuerden El Padrino III sabrán de lo que hablo. El hijo tonto de alguien emite rebuznos de burro cerca de una escalinata mortal. No recuerdo si lo hace para crear confusión, de modo que otros puedan matar a Al Pacino, o si bien se trata de una señal para proceder. Al final no matan a Al Pacino, sino a la hija de Coppola, que luego tendría una importante carrera como cineasta. Bien, establecido el mediano interés que puede suscitar el imitador de asnos, insistiré porque quiero ser justo: la novia de Ruiz no tiene por qué ser vetada en una televisión pública. Simplemente, debe someterse a apariciones muy esporádicas, cuando cualquier otro contenido sea imposible. Quizá en grandes averías, cuando nadie pueda verla.
No diré el nombre de la novia de Ruiz. Nadie recuerda el nombre del tipo que se quitó la camisa, se dio la vuelta y movió las paletillas en el programa de Iñigo, que, por cierto, se llamaba Fantástico. La sección en concreto a la que aludo llevaba el nombre de «Usted qué sabe hacer». En sociedades muy agañanadas, por el tedio, y con solo dos canales de televisión, es sorprendente la popularidad que adquiere el que recita el abecedario al revés. Eso sí, al día siguiente se le olvida. Así era aquella España: dieciséis millones de personas veían un programa nocturno, y a la mañana siguiente treinta y cinco millones comentaban las naderías. Sí, también los que no habían visto el programa. Las naderías, cumpliendo con su naturaleza, se borraban esa misma noche para ser sustituidas por unas bagatelas, pronto solapadas por unas fruslerías. Y así pasaban los días.
Podéis silbar La Marsellesa por una fosa nasal, o sostener que hay que ilegalizar a Vox, pero entendedme, Ruiz y novia. Ni tú eres Íñigo ni tú puedes imitar al asno todos los días. Mantened vuestras idioteces en la intimidad, de donde nunca debieron salir. Estáis haciendo el ridículo y ni siquiera os percatáis. Acabad con este alipori. Por favor.