Jon Juaristi-ABC

De la izquierda franquista o de cómo el Gobierno se disfraza de España

«Para mí es un gran honor y una gran responsabilidad representar a España». Este es el mantra que no se le cae de la boca al presidente cuando se dirige a la nación en sus comparecencias entre gerundianas y castristas. Pongamos que sea así, que ese clisé televisivo previsto para el concurso de Miss Mundo corresponda a una función real en el caso de Sánchez Castejón (en justicia, tendríamos que acostumbrarnos a referirnos a él con sus dos apellidos, como lo hacemos con López Obrador o con Rodríguez Zapatero, otros dos de su especie moral, para evitar confundir con ellos a los demás Sánchez, López y Rodríguez del planeta, entre los que habrá de todo, pero también gente muy decente

que no se lo merece). Pongamos, digo, que fuera verdadera y legítima esa representación que se arroga Sánchez Castejón tan alegremente. ¿A qué viene entonces requerir de la oposición que interceda ante sus homólogos correspondientes en las instituciones de la Unión Europea para orientar la política comunitaria hacia lo que Iglesias Turrión (valga para él también lo dicho sobre los apellidos) llamaría «la buena dirección»? ¿Es que no le basta a Sánchez Castejón ante la UE su supuesta representación omnímoda de España y necesita mendigar la colaboración de sus adversarios políticos (a los que odia más que al coronavirus, único enemigo que declara tener)?

Por supuesto que no. Sánchez Castejón sabe que no representa a España ante la Unión Europea ni ante la ONU ni ante la OMS ni ante el Comité Olímpico Internacional. En cada una de estas instancias tiene España sus representantes acreditados, y ninguno de ellos se llama Sánchez Castejón. Este es el jefe de gobierno y presidente del consejo de ministros o conseja de ministras del Gobierno de España, lo que ahí es nada, pero no representa a España. Aun teniendo en cuenta el desprecio que ha manifestado siempre por la ley en general (la cual según sus palabras, recuérdese, no es suficiente, y por eso ha bajado él a la tierra, para darle plenitud), parece imposible que desconozca lo establecido en nuestra Constitución acerca de la representatividad de las instituciones, pero vamos a recordárselo por si acaso. Todo se contiene en el Capítulo Quinto de la Carta Magna. Es el Rey quien «asume la más alta representación del Estado en las relaciones internacionales» (Título II, artículo 56,1). Sólo «las Cortes Generales representan al pueblo español» en el que recae la soberanía nacional en su totalidad (Título III, artículo 66,1). Por su parte, los miembros del Gobierno, incluido su presidente, «no podrán ejercer otras funciones representativas que las propias del mandato parlamentario» (Título IV, artículo 98, 3).

¿Por qué entonces insiste Sánchez Castejón en que él representa a España? Es muy probable que suponga que el estado de excepción no declarado, pero impuesto de hecho a la nación por su gobierno, le faculta para asumir en su persona la soberanía (pues soberano es, recordémoslo, quien puede imponer a su arbitrio el estado de excepción) y a pasarse el texto constitucional por salva sea la parte. Convertido así en soberano o caudillo, no por la gracia de Dios sino por sus santas narices, Sánchez Castejón (y su Gobierno) se identifica hasta tal punto con la única España posible que, al explicar su catastrófica gestión de la situación de emergencia, ya no habla del Gobierno, sino que dice «España» ha hecho esto o «España» ha hecho lo otro. No se ha visto más dictatorial y descarada usurpación de identidad desde los peores tiempos del franquismo, aunque concedamos que la izquierda siempre ha querido representar a la España que bosteza. Nunca, y menos ahora que nunca, a la que muere.