IGNACIO CAMACHO-ABC

El arrebato victimista del público del Liceo simboliza el bucle de enajenación colectiva del soberanismo

«Oh, mi patria, tan hermosa y perdida» (Verdi, “Nabucco”)

HACE siete años, Riccardo Muti y el público de la Ópera de Roma montaron un mitin contra Berlusconi en una representación del «Nabucco» de Verdi, cuyo célebre canto coral –el Va pensiero– es una especie de himno oficioso del nacionalismo italiano. Siguiendo ese precedente el domingo pasado, en el Liceo de Barcelona, los asistentes a una función de «Andrea Chenier» exigieron la libertad de Puigdemont a grito pelado y colgaron una estelada en la baranda de los palcos. Sin duda los espectadores, de posición mayoritariamente acomodada, sintieron hervir su sangre tras ver al protagonista, un revolucionario francés, camino del cadalso y conectaron emocionalmente su peripecia con la del dirigente fugado. No es la primera vez en los últimos meses que se produce un multitudinario arrebato independentista en este teatro, donde el Estado opresor corre con el 45 por ciento de los gastos.

Siendo el Liceo un emblema histórico de la burguesía catalana, esta escena ya repetida ofrece una demostración cabal de la enajenación colectiva provocada por el soberanismo. Una parte muy significativa de la sociedad ha entrado en un bucle victimista con rasgos psicológicos de desvarío. Gente de nivel cultural instruido se ha dejado envolver por el aluvión propagandístico hasta caer en la melancolía de la patria humillada y del edén perdido. Éste es el gran éxito de la consentida hegemonía separatista, capaz de imponer un clima de opinión asentado sobre falacias y mitos y de construirse con él un parapeto político.

Sobre ese marco mental –o más bien sentimental– dominante, los nacionalistas irredentos pretenden explotar la detención de Puigdemont para evitar que se les desmorone el proceso. En una situación de franca debilidad ante la contundencia del Tribunal Supremo, la sobreactuación del agravio es el único factor que les puede sacar del atolladero. El frente legitimista que tratan de resucitar representa un intento desesperado de salvar su cohesión mediante un reagrupamiento estratégico. Hace tiempo que habían dado por amortizado al expresidente pero el arresto les viene de perlas para volver a movilizar a unos sectores de apoyo a punto de desaliento. Su última oportunidad está en el espíritu quejumbroso del «Va pensiero»: la emotividad nostálgica de un pueblo sumido en el derrotismo de un romántico pero ficticio cautiverio.

Por eso ni el Estado ni los partidos ni el Gobierno se deben confundir: la prioridad política de España no está ahora mismo en los Presupuestos sino en un compromiso común de victoria sobre un independentismo desarbolado de liderazgo y de proyecto. Ése es el único objetivo nacional que goza de un incontestable consenso. Y el momento es ahora o quizá nunca: no habrá otra circunstancia más favorable en mucho tiempo.