Isabel San Sebastián-ABC
- Los antivacunas transforman la sagrada libertad en coartada para el más descarnado egoísmo
Cuando el gobierno de Zapatero prohibió fumar en recintos cerrados (la única medida positiva en su haber) también salieron a la palestra los abanderados de la ‘libertad’, entendida como ‘yo hago lo que me da la gana y que se fastidie el prójimo’. Aducían los defensores del humo impuesto a los no fumadores que impedirles ejercer su hábito coartaba sus derechos individuales. ¿Y qué hay de los que amparan a quienes deseamos poder comer en un restaurante, trabajar en la oficina o tomar una copa en un bar sin ser envenenados por las emanaciones de sus cigarrillos? Ahí era donde sacaban el comodín de la ‘libertad’, despojada de su grandeza y transformada en coartada para el más descarnado egoísmo. Exactamente lo mismo que hacen hoy los llamados ‘antivacunas’, cuando anteponen su rechazo irracional a la inmunización al interés social, la salud pública y la economía.
La pandemia ha segado millones de vidas en los últimos veinte meses. Ha arruinado incontables negocios, hundido empresas, generado paro y endeudado a naciones como España para varias generaciones. Frente a semejante enemigo, las vacunas han demostrado sobradamente su eficacia. ¿Son infalibles? No. Dicho lo cual, las más prestigiosas publicaciones médicas, como ‘The Lancet’, subrayan que reducen aproximadamente a la mitad la carga viral de la infección así como la posibilidad de contagiarla, protección que aumenta hasta el noventa por ciento si hablamos de casos graves que requieran hospitalización o conduzcan a la muerte. En un mundo globalizado, donde las redes sociales lo airean todo, siempre hay un titulado discrepante o en su defecto un charlatán dispuesto a sostener lo contrario, pero el consenso de los expertos en medicina, virología, inmunología y demás ramas del saber implicadas resulta abrumador. Las vacunas son de lejos nuestra mejor opción, por no decir la única. Negar esta evidencia denota una gran ignorancia o un fanatismo impropio del tiempo en el que vivimos. Invocar algo tan sagrado como la libertad para justificar tal postura constituye una infame prostitución del término, porque mi libertad termina donde empieza la de los demás y quienes juegan a esa ruleta rusa no apuntan solo a su sien.
Con la llegada del frío y las variantes más agresivas del virus la incidencia de la enfermedad vuelve a dispararse. Lo cual no invalida lo anterior, sino que confirma la necesidad perentoria de utilizar todo el arsenal disponible contra el Covid, empezando por las vacunas y continuando con el pasaporte acreditativo de haber recibido la inyección como requisito indispensable para acceder a locales cerrados. Quien no quiera vacunarse, se confine, antes de que nos vuelvan a encerrar a todos y colapse un sistema de salud desbordado. En cuanto al Gobierno, sería muy de agradecer que tomara cartas en el asunto en lugar de lavarse las manos y dejar a los tribunales la tarea de pronunciarse sobre algo de lo que ni entienden ni tienen por qué entender, fallando en cada autonomía una resolución diferente.