- La Comunidad Valenciana tiene la respuesta. La demoscopia no despeja las dudas sobre el resultado final, que no sólo decidirá el 28-M sino que determinará el color de la Moncloa
Aragón avanza siempre el resultado de las elecciones generales, manda la tradición. Este 28-M, sin embargo, todas las miradas y las Indras estarán fijas en la Comunidad Valenciana, verdadero Aleph de la crucial cita. Lo que voten los valencianos decidirá el futuro de la Moncloa. Mayo será el anticipo de diciembre y Valencia despejará las dudas sobre la continuidad de Sánchez.
No se trata de un sortilegio mágico o de una misteriosa cábala. Sencillamente, así lo han decidido los estrategas de las dos principales fuerzas en disputa, que han llegado al subrepticio acuerdo de situar a la región levantina como el árbitro irrefutable del partido. En la noche del 28-M, los gerifaltes del PP emergerán, sonrientes y jubilosos, de la planta noble de Génova con los datos del voto municipal en ristre, muy favorables a sus colores. El millón y medio de papeletas de ventaja que consiguió el PSOE en 2019 pasará ahora al otro lado del tablero. Un vuelco drástico que, sin embargo, apenas colmará los titulares de la jornada.
Núñez Feijóo necesitará algo más que un apoteósico triunfo en el voto local y una abundante cosecha de concejales, conseguirá dos mil más que sus contrincantes, para poder cantar victoria. También esgrimirá otras glorias, como la mayoría absoluta de Ayuso en la Comunidad de Madrid, enorme trompada personal de la lideresa en la granítica quijada del presidente del Gobierno. Con eso no basta. El morbo de la noche estará centrado en la tierra valenciana, donde Ximo Puig se muestra decidido a asegurar su tercera legislatura mediante una victoria tan anhelada como las cuatro victorias «que el sol jamás haya visto con sus ojos, Salamina, Platea, Micale y Sicilia», al decir de Séneca.
El escándalo nauseabundo de su vicepresidenta, Mónica Oltra, quien amparó los abusos sexuales de su exesposo a una menor protegida, hizo tambalear la imagen del presidente
Dado que no tocan elecciones ni en Cataluña, ni en País Vasco, ni en Andalucía, y puesto que lo de la Puerta del Sol ya está más que cantado, Valencia se ha convertido en símbolo y juez de la contienda, en una especie de mítico El Dorado, el objeto de todos los deseos. Las encuestas apenas despejan dudas y los nervios cunden en el entorno del atribulado Puig, quien, pese a su reconocido tirón y su injusto perfil de solvencia, hace frente a una cadena de turbulencias que amenazan con derribarlo. El escándalo de su vicepresidenta, Mónica Oltra, quien amparó los abusos sexuales de su exesposo a una menor protegida, produjo enorme impacto en una sociedad incrédula y pasmada.
A ello se ha sumado una riada de episodios de corrupción en su ámbito familiar, con su hermano Francisco Javier como protagonista de un rosario de irregularidades en forma de decenas pagos sin contratos, cientos de miles de euros en facturas duplicadas, fondos no justificados, ayudas sospechosas y todo tipo de manejos turbios que investiga ahora la Justicia. Sin despreciar el cimbronazo del caso Azud, que señala directamente a altos cargos del PSOE y del gobierno regional, colaboradores directos de Ximo Puig, feroz animador del griterío de antaño contra Rita y Camps.
Podemos será quien incline definitivamente la balanza ya que si no alcanza el cinco por ciento, Ximo Puig no podrá repetir su particular y exitoso Frankenstein del Botánico
El bloque de la izquierda se impuso en las elecciones 2019 por apenas 42.000 votos, lo que arrojó un tanteo de 52 escaños frente a 47 y propició el llamado ‘pacto del Botánico’, ahora herrumbroso y apestado. Todo está en el aire, confiesan los demóscopos, incapaces de ofrecer una previsión que despeje la espesa incertidumbre. El desgaste de Ximo y la desintegración de Ciudadanos propiciarán ahora el empujón decisivo, confían en Génova. Sin embargo es Podemos quien inclinará la balanza en forma determinante, como la maldita pelotita del Match point de Woody Allen, puesto que, si no alcanza el cinco por ciento de los votos, no entrará en el Parlamento y entonces la izquierda no suma y, por ende, Ximo Puig se quedará en la cuneta. Los institutos de opinión avizoran una pinza de entre un 4,7 y un 5,3 por ciento a los morados. La movilización será clave.
Ante el riesgo de perder la baza valenciana, los estrategas del ala oeste preparan ya un amplio argumentario para paliar el desastre. Deberán recurrir a jugadas a la defensiva, estrategias de perdedor, como conservar Asturias y Castilla la Mancha, ambas en peligro, retener Aragón o atar ayuntamientos en vilo como Valladolid y Sevilla. Recuperar Barcelona tendría también un efecto balsámico que se anuncia como posible.
«No te expongas tanto, presidente, que esto pinta mal», le decían en su entorno. Palabras hueras en los oídos del campeón de la resistencia
Pura calderilla frente a la potencia de fuego de los 50 escaños que componen la mayoría de investidura en las Cortes valencianas. Medio centenar de diputados que no sólo dispondrán el nombre del futuro presidente de su Comunidad sino que ejercerán un efecto directo en lo que ocurra en diciembre en la composición del Congreso de los Diputados. Así lo ha querido Sánchez, quien, ajeno a los consejos de algunos de sus fieles, ha apostado por hacer del 28-M una primera vuelta de las generales.
«No te expongas tanto, presidente, que esto pinta mal», le advierten en su entorno. Palabras hueras en los oídos del campeón de la resistencia. Los barones lo querían lejos, porque los votos le huyen y le persiguen los abucheos, pero el líder del PSOE ha convertido esta campaña en un plebiscito personal, un apoteosis de su mandato. Ciego de soberbia, Sánchez parece ignorar que, desde que llegó a La Moncloa, nunca ha ganado unas autonómicas (País Vasco, Galicia, Andalucía, Madrid…), salvo la pírrica victoria de Illa en Cataluña, tan útil como un pintalabios en el planeta de los simios. No parece que ahora le vaya a ir mejor. Valencia, más que Madrid, puede ser la tumba del sanchismo. Así lo ha querido.