ABC 24/02/17
CARLOS HERRERA
· Desengáñense los partidarios: el referéndum no le interesa a nadie
ME resisto a contar las columnas dedicadas al cansino asunto catalán. Hasta me lo dice mi madre: «Nene, ¿no te estás poniendo un poco pesado?». Pues es más que probable. Pero qué le voy a hacer, si he echado los dientes allí, y he conocido tantísima gente equilibrada y razonable que me sorprende que anden todos ocultos tras alguna cortina… Cuando escribo, lo hago con la confianza de que me lean y vuelvan al ser en el que les conocí, antes de ser abducidos por el discurso único, por la razón imperante, por la cantinela políticamente correcta. Sé que aquél que era normal y ahora se ha convertido en fervoroso independentista no quiere escuchar más cosas que las canciones de lucha o los fervorines de la causa, pero no cejo en intentar su reconversión en la gente sensata que siempre aparentaron ser. Cuando recuerdo la altura intelectual y personal de determinados catalanes a los que llevaré siempre en la memoria, me pregunto cómo es posible que se sientan representados por la mediocridad balbuceante del establish
ment actual. Aquellos hombres y mujeres de una pieza que conocí y admiré ¿tienen algo que ver con Puigdemont o Junqueras? Sé que no. Por ello me pregunto: ¿dónde están? ¿callados como puertas? No alcanzo a comprender tanto temor reverencial al nacionalismo xenófobo y absurdo que ha ocupado todos los renglones del relato catalán. No alcanzo.
Entre los actores de ese mediocre sainete, por demás, andan a dentelladas por quedarse con el poder, como en las últimas escenas de la Caída del Imperio Romano. El pobre Puigdemont, que alcanzó un inexplicable púlpito el día que llegó a ser alcalde de Gerona (no digamos después), se está yendo. Y Oriol Junqueras lo quiere laminar. Posiblemente también Artur Más, al que los zarrapastrosos de la CUP –a estos los llevo conociendo toda la vida– se lo pulieron como gesto vitamínico de pureza embustera. Reunirse con Puigdemont no sirve absolutamente de nada: es un pobre hombre, un simple interino, y está deseando ocuparse de los semáforos de su ciudad. El Gran Astut, el hombre que consiguió derruir el imperio de los 62 parlamentarios de CiU y convertir el espejo de la burguesía catalana en un completo pelotón de escombros, trabaja por no perder el favor de la causa, pero lo más probable es que quede inhabilitado por los próximos diez años y, por lo tanto, quede para dar conferencias con Ibarreche, el tipo que basa su confianza en las olas que vuelven y vuelven, sin querer darse cuenta que igual que vuelven se repliegan. Entre ellos se traicionan, vengo a decir. Junqueras está loco por repetir elecciones y mandar en la Generalidad para enviar a esparragar a los otros dos y convertirse en el rey de la fiesta, para lo cual no le resulta prioritario el referéndum. Tiene que vestir el muñeco, sí, y decir que la consulta es su vida y tal y tal, pero sabe que no va a ninguna parte con ello y que lo más que puede conseguir es perder parte de la autonomía en lugar de conseguir la independencia. Desengáñense los partidarios: el referéndum no le interesa a nadie.
Puede que a Ibarreche, el pobre, y algún pirado de los cuadros medios del independentismo catalán, tan bien pagado, pero a poco que Rajoy siga poniendo cara de Registrador de la Propiedad la viabilidad de la gilipollez es limitada. Muy limitada. Así que el hecho de encontrarse en la Moncloa uno y otro tiene poca, muy poca trascendencia. Ha servido, como mucho, para que los socios catalanes se traicionen entre ellos filtrando el asunto y desvelen lo poco que se fían unos de otros. ¡¡¡Anda que en seguida iba yo a confiar mi nuevo Estado a gentucilla como esta!!!