Francesc de Carreras-El País

Su discurso se eleva por encima de las miserias cotidianas de la política española, tiene una perspectiva global de los problemas

Manuel Valls se presenta como candidato a la alcaldía de Barcelona. No es un asunto menor porque en caso de triunfar tendrá importantes repercusiones, especialmente a dos niveles. Veamos.

En primer lugar, a nivel de política catalana. Barcelona no sólo representa la capital de Cataluña sino una gran ciudad europea: es industria, comercio, turismo, universidades e investigación. También es el núcleo de una amplia conurbación urbana, la Barcelona metropolitana, con una composición económica, social y cultural, muy distinta a la de la Cataluña interior.

 

La capital catalana estuvo más de veinticinco años, los primeros de la democracia, gobernada por el partido socialista. Fueron años de cambio total: de la Barcelona gris, sin salida al mar, con barrios obreros marginales y un sórdido casco viejo, se pasó a la brillante Barcelona olímpica, con extensas playas, un gran puerto, un regenerado centro antiguo y confortables barrios periféricos regenerados en virtud de un moderno urbanismo. Pero coincidiendo con el auge independentista, el Ayuntamiento pasó a manos de nacionalistas y Comunes. Hoy Barcelona es una ciudad que se desliza inconsciente hacia la decadencia, con graves problemas económicos y sociales: fuga de empresas, parón económico, bajada del turismo e inseguridad en las calles. Una vuelta a la Barcelona gris.

La decadencia de Barcelona le ha interesado al independentismo, cuya fuerza reside en la Cataluña rural. La tarea de Valls es revertir la situación: proseguir la labor de los socialistas en los años ochenta y convertir de nuevo a Barcelona y su entorno metropolitano en un gran foco de progreso y cultura. Quizás muchos catalanes se darán cuenta entonces que el cosmopolitismo y las ciudades son más importantes que las identidades y las naciones. Que el mundo está cambiando velozmente y no podemos quedar anclados en inconmovibles certezas del pasado.

El segundo nivel en el que Valls puede ser muy positivo es en la política española. Escúchenlo y verán: su discurso se eleva por encima de las miserias cotidianas de la política española, tiene una perspectiva global de los problemas y conocimientos suficientes para no encontrar fáciles salidas populistas.

Cuando le preguntaron hace unos meses si él representaba a las élites barcelonesas naturalmente lo negó pero añadiendo, y se lo podía haber ahorrado, que en una sociedad las élites —profesionales, empresariales, trabajadoras, culturales, académicas— son muy básicas para vertebrar una sociedad y elevar su nivel. Cualquier político español hubiera escurrido el bulto o proclamando que lo importante eran las decisiones del pueblo contra el poder de las élites.

Valls sabe enfrentarse a las cuestiones que se le plantean porque está seguro de sus convicciones, sigue pensando desde las mismas sin olvidar los ideales socialistas de libertad e igualdad que han guiado hasta ahora su vida política.