ARCADI ESPADA-El Mundo

Mi liberada:

La intensificación de la edad adulta se reconoce en una decadencia principal, que es la del sentido. No debes preocuparte, porque es algo que tú, no habiendo crecido, no experimentarás jamás. Afecta a la experiencia de un modo diverso y transversal. Puede incluir la vida íntima, la comprensión de la ciencia y el arte o las formas de organización política. Yo me he intensificado mucho esta mañana a la vista de la encuesta electoral sobre la ciudad de Barcelona que publica este periódico donde te echo las cartas. Estrictamente hay poco de nuevo. Debe recordarse que desde hace cuatro años la ciudad la gobierna una pirada formada en el escrache y en el top manta, que son las formas de diálogo y comercio que ahora los barceloneses prefieren. No hay novedad, pero la encuesta, más allá de sus errores concretos, confirma un hecho inquietante. No es que Barcelona viva un crepúsculo. La situación es mucho peor: Barcelona vive un crepúsculo que amanece. O sea, que apenas acaba de iniciarse. Y su luz mórbida se proyecta sobre toda España. Bastará un ejemplo también municipal y espeso: el pisarello de la alcaldesa será miembro de la mesa del Congreso. En estos primeros días de configuración de la nueva legislatura todo se hace por y para Cataluña: Pisarello, e Iceta, y Batet, y Cruz. Se trata de la tarada conducta socialdemócrata, muy inspirada en el patrón Logse: la irresponsabilidad se combate premiándola. Cuanto más crece el capricho y el delirio, más atenciones recibe eso que llaman Cataluña. Y ese tipo de respuesta normaliza siempre la conducta, como sabe cualquier pequeño o gran tirano.

Según la encuesta que citaba, el favorito para la alcaldía es un hombre llamado Maragall, que se presenta como cabeza de lista por Esquerra Republicana. Es el hombre que pronunció el primer discurso de la nueva legislatura autonómica. Dijo: «El Estado no quiere saber nada de reconciliación ni de soberanías compartidas. No sabe ganar, sabe derrotar, solo sabe imponer, humillar y castigar». Bien es verdad que lo dijo como presidente de la Mesa de Edad del Parlamento autonómico. Quede dicho que su único activo es la memoria de su apellido y quede completado añadiendo que es una memoria destruida por el Alzheimer. La segunda en el presagio es la actual alcaldesa. Es así como los barceloneses se dicen, cerriles y fachendosos, a sí mismos y al mundo: no fue un error que la eligiéramos. Luego viene un socialista catalán: que los socialistas catalanes existan es el mayor de los misterios de París. Luego viene un preso político que se presenta a las elecciones, que es como si a un ladrón de bancos lo pusieras a acuñar moneda: no me extraña que sea el primer candidato que posa con mueca de asco en un cartel electoral. Y luego viene Manuel Valls, que es el único del que debe hablarse. Manuel Valls está por debajo de esos cuatro en las encuestas. Y no solo: según las graciosas estimaciones que hacen los encuestadores recibe menos aprecio popular que Anna Saliente.

Esta semana estuve en un mitin de Valls. Pasé el rato rumiando lo mismo. ¿Por qué? Espero que nadie piense en la ambición. Un hombre que ha sido primer ministro de Francia y que ahora quiera ser alcalde de Barcelona ¡por ambición! Hombre, hombre: ni siquiera un catalanufo es capaz de creerlo.

¿Por amor, la gran fuerza oculta de las cosas? De acuerdo, Valls es un hombre enamorado. Tal vez yo no lo diría si él mismo no lo hubiese dicho en el discurso laborioso, démesuré, barroco, profundamente político y profundamente confidencial que armó: «Yo quería cambiar de vida, pero nunca pensé que hacerlo me hiciera tan feliz. Gracias, Susana». Pero a Susana la conoció el último verano, cuando su decisión política ya estaba tomada. Está la oscura llamada de la sangre, desde luego. No cabe despreciarla. También es una forma de amor. En el mitin participó su hermana Giovanna. Valls tuvo palabras subidas para referirse a ella y al vínculo entre ambos. No se pueden comprender si no se conoce la historia. Lo que Valls estaba celebrando con el público, mientras hablaba de ella, es que Giovanna Valls estuviera viva. La propia hermana lo explica en Aferrada a la vida (RBA), su memoria de cómo salió de la droga. La llamada de la sangre, de la hermana, del padre (cordialísimo y delicado pintor), pueden explicar el retorno. Es crucial señalar en este asunto capital de los recuerdos que Valls es catalán. Y que el catalán es un animal que se añora, bien marcado literalmente animal, porque el autor de la frase, Josep Pla, precisó más tarde el tipo, que es el de vedella: «El catalán es un ternero sentimental», zanjó. Ya digo que esta condición puede explicar el retorno a Barcelona, pero no el retorno a la política. Un Manuel Valls pensionado por la República Francesa, dedicado a las actividades propias del ex, libros, conferencias y similares divorcios de la acción, podría haber vuelto para instalarse en algún último chalecito de Horta. Pero, por Jehová, para competir con Collboni, Coll-bo-ni, la llamada de la sangre no es suficiente.

Era imprescindible algo más y fue el creerse el cuento catalán. Agravada la percepción por la lejanía, por la asociación que durante la infancia y la primera juventud creó entre Barcelona y las vacaciones (Horta, dulce colonia de verano), Manuel Valls Galfetti, el hijo mayor de un catalán de España y de una italiana de Suiza, creyó que los barceloneses apreciarían la sofisticada aventura política que consistía en poner un ex primer ministro de Francia al frente de la Alcaldía. De poner al frente de Barcelona al político catalán más importante de la historia, bien que no sea esto decir mucho. Era imposible, pensaría, que la célebre vanidad de sus conciudadanos se resistiera a esta prueba. Y también que los barceloneses despreciaran esta refinada maniobra de frenar al populismo y la frontera con un hombre que mucho más que un político (lo que les gusta: la plusvalía) era una metáfora. Hasta que llegó la tendera, con su realismo. El impecable realismo catalunyés. Una del barrio de Hostafrancs, el viernes, que le chilló: «¡Lárgate a tu casa!».

No tendría la menor importancia que Valls desconociera –es un ejemplo imaginario– el número total de kilómetros del trazado de las alcantarillas barcelonesas. El problema era no saber que por arriba circula –directamente conectada– una de las síntesis de nacionalpopulismo más gaznápiras de Europa. Y, lo peor, una de las autoficciones mejor lubricadas. Colau y Torra han propinado al narcisismo catalán una cura de órdago. El barcelonyés de hoy no está ya para hacer el pavo real con Valls, sino el avestruz con Maragall y Colau. La opción aviar se explica fácil: enterrando la cabeza en el suelo la Barcelona pueril confía en el si yo no te veo tú no me ves. Les queda una semana para dar la cara, votar a Valls como desesperados y recuperar un rayo de vergüenza.

Por lo demás, entre la cruz y la raya he descartado que el sentido entre en decadencia a partir de la vida intensamente adulta. Lo que sospecho es que solo entonces empieza a desvelarse su mascarada.

Y tú sigue ciega tu camino.