Teodoro León Gross-El País
El ex primer ministro francés ha logrado unir contra él a los extremos nacionalpopulistas a derecha e izquierda
Tal vez a John So, elegido hace una década mejor alcalde del mundo por The City Mayors Foundation, le divertiría la polémica suscitada esta semana en Barcelona con la candidatura de Manuel Valls: él, nacido chino, de familia cantonesa, fue reconocido por su trabajo al frente de Melbourne en Australia. El último galardón corresponde a Bart Somers, de Malinas, cuyo mensaje de éxito es integración y mestizaje presumiendo de 130 nacionalidades. También de su antecesor, Naheed Nenshi, alcalde de Calgary, hijo de Noorjah y Kurban, provenientes de Tanzania, musulmán que nació a 3.410 kilómetros, más distancia que entre Barcelona y Estambul. Y en cambio a Valls se le ha recibido como si fuese un intruso, un cuerpo extraño, un caballo de Troya enviado por los enemigos para engañar a los buenos barceloneses. Lo sucedido esta semana es una lección de la pobreza de valores como sociedad democrática abierta que hay en España, y cada vez más en Cataluña.
Quizá Valls se frotase los ojos: él, barcelonés, ha sido primer ministro de Francia, y además con la gaditana Ana o Anne Hidalgo (San Fernando, 1959) en la alcaldía de París… Claro que España está lejos de ser Francia. Iglesias ha cuestionado “presentar a alguien que no es de Barcelona como alcalde de Barcelona” con retórica retroprogresista y la boina calada hasta el entrecejo. Ya es pintoresco calificar como no barcelonés a alguien nacido en Barcelona; pero, sobre todo, ¿ese es su mejor argumento? Qué cosas. Hasta cierto punto era previsible la reacción del nacionalismo catalán, aunque Valls tenga un apellido fetén, no uno de esos García o Pérez que escasean en su nomenclatura… pero lo del podemismo es de traca. Se lo podría aclarar Pisarello, número dos de Colau, argentino de Tucumán. La apelación a la partida de nacimiento en el mundo global tiene ecos de Paco Martínez Soria. Valls ha logrado unir contra él a los extremos nacionalpopulistas a derecha e izquierda.
Este caso debería ser visto como una buena noticia europea frente al nacionalismo rampante, de Cataluña a Polonia, de Le Pen a Salvini, de Bélgica a Austria, de Casado a Orbán. Hacer política en países diferentes de Europa es un síntoma saludable. Para la sociedad abierta, concebida por Bergson o Popper, es clave no atrincherarse en la lógica de nuestra cultura. ¿Qué fue del cosmopolitismo de Barcelona? Algunos mensajes antiUE del entorno indepe desde el 1-O recuerdan tristemente aquellas manifestaciones franquistas de la Plaza de Oriente ante las críticas de la ONU: “Si ellos tienen ONU, nosotros tenemos DOS”. El deterioro del espíritu de la gran Barcelona cosmopolita se ha retratado en la recepción de Manuel Valls, alguien que presenta su candidatura para ser sometida al voto de la ciudadanía (votar, sí, ¿no era eso lo democrático? y en su caso ateniéndose a las reglas del juego). Claro que Valls parece apuntar bien (emulando a Macron al margen de las grandes marcas —como Carmena, por cierto— con el mensaje de Barcelona como Ciudad-Estado) y tal vez eso sea todo: inspira miedo.