Jon Juaristi-ABC

  • Poco podemos hacer frente a la chulería de Trump, salvo darle un repaso a la mercancía supuestamente espiritual que anda vendiendo

El rapapolvo de Vance a Europa culminó, el amoroso día de San Valentín, en una bronca por nuestra pérdida de valores (y en un tácito alarde de que en América sucede lo contrario). Ciertamente, de aquella Europa evocada por el papa Ratzinger en la ‘Lección de Ratisbona’ (2006), la de las tres sólidas raíces (griega, judía y cristiana), muy poco queda ya, pero el teísmo americano no parece apetecible. Lo importamos hace mucho, sin ponerle aranceles (ver al respecto el reciente y estupendo libro de Juan Francisco Fuentes, ‘Bienvenido Mister Chaplin. La americanización del ocio y la cultura en la España de entreguerras’, Taurus, 2024), y no redundó precisamente en aumento del fervor religioso de los españoles. Tampoco lo favoreció aquel Father Peyton que nos visitó bajo el franquismo, el del rosario en familia. Y, desde luego, no va a resucitarlo el mesianismo desatado en el hoy presidente americano por el atentado de Butler, Pensilvania.

Corre por la América profunda que fue un signo divino que aquel se cometiera en un lugarejo apellidado como la diabólica filósofa Judith Butler, inventora de la ideología de género. Y otro, que la oreja perforada del entonces candidato fuera la izquierda, revelación celestial de la dirección en que debería disparar desde la presidencia, aunque en este aspecto ni Dios pueda darle lecciones a Trump. Al contrario que Europa, los Estados Unidos no lo han perdido del todo. A Dios, quiero decir, pero su Dios nunca fue el de Europa. El ensayista y crítico literario Harold Bloom lo definió como un Dios agnóstico, sin parecido con el del cristianismo paulino, ni con los del judaísmo o el islam, aunque pretenda abarcarlos a todos. Es un Dios que ama sobre todo a los americanos, que los guía a la batalla y al que se puede uno abandonar a gusto y con toda confianza. Es, en fin, el Dios de la moneda fuerte, el del dólar (‘In God we trust’) y el Dios de las religiones ‘New Age’ promovidas desde los supermercados y las masonerías.

En la última película de Francis Ford Coppola, ‘Megalópolis’ (2024), un homenaje no muy logrado a ‘Metrópolis’, de Fritz Lang (1927), y rebosante de la misma tensión escatológica de ‘Apocalypse Now’ (1979) –de hecho, el proyecto de ‘Megalópolis’ se le ocurrió por la misma época–, una Nueva York distópica, convertida en feroz caricatura de la decadencia del Imperio Romano celebra su principal fiesta religiosa, las Saturnalias, como una combinación consumista y ‘kitsch’ (es decir, hortera) de la Pascua judía, la Navidad cristiana y el Carnaval de Venecia. La secuencia entera resulta ser un convincente trasunto de la religión que quieren vendernos Trump y Vance. Contra esta y la que pretenden imponernos Putin y el patriarca moscovita Kyril, carecemos, es verdad, de defensas materiales y espirituales. En fin, que Dios nos pille confesados.