CÉSAR ANTONIO DE MOLINA-EL MUNDO

Ante una Barcelona en manos de «nacionalistas fanáticos» y de «anarqusitas», el autor sostiene que Manuel Valls debería ser la persona capaz de liderar los millones de esperanzas huérfanas de los barceloneses.

HACE POCO MÁS de dos siglos, el 22 de noviembre del año 1813, Lord Byron anotaba en su diario: «…Y, con todo, un poco de tumulto de vez en cuando resulta un agradable avivador de sensaciones, ya sea una revolución, una batalla o una aventura de alegre tenor». Y el autor de Childe Harold, siempre en estado de euforia y aceleración, añadía: «Creo que habría preferido ser Bonneval, Ripperdá, Alberoni, Jeireddin u Horuc Barbarroja, o incluso Wortley Montagu…». Si en una clase de historia hubiese puesto sobre la pizarra electrónica (me gustaban más las de tizas caucasianas) la lista de todos estos nombres, incluido Byron, y pidiese que los identificasen, incluso únicamente los referidos a España, hubiera sido denunciado ante el defensor del alumno por intentar humillarlos. Y la intención de un profesor ¡nunca! ¡jamás! tiene eso como fin. Bonneval (1675-1747) fue un mercenario francés en los ejércitos austríaco, ruso y turco. Jeireddin y Barbarroja fueron dos famosos piratas en el siglo XVI. Montagu (1713-1776) fue hijo de la famosa lady Mary, alojado en diferentes prisiones, sirvió en Fontenoy, diputado en el Parlamento inglés, católico y luego mahometano, vivió con su amante Caroline Dormer hasta que murió en Padua al atragantarse con una espina de pescado. Y ¿Ripperdá y Alberoni? El primero, un oscuro barón holandés, abjuró del catolicismo y se hizo calvinista, apareció por España se reconvirtió al catolicismo y llegó a ser primer ministro de Felipe V. Detenido y huido, acabó en Marruecos convertido al islam. Alberoni, al principio protector de Ripperdá, cardenal italiano y todopoderoso durante el mismo reinado del primer monarca Borbón, preparó nada menos que una segunda invasión de Inglaterra, y acabó mal sus días.

Narro todo esto para comentar que, a lo largo de los siglos, en la por lo general catastrófica política española, hubo personajes de lo más variopintos e increíbles. Pero Valls, afortunadamente, no pertenece a la estirpe novelesca de ninguno de los citados. No es un revolucionario, ni un aventurero, pero sí, y esto es bueno, un «avivador de sensaciones». Valls es un hispano-suizo-italiano-francés, nacido en una ciudad maravillosa como Barcelona que tuvo la suerte de poder estudiar en Francia y desarrollar allí la primera parte de su carrera política. Comparemos su expediente académico y laboral con el de la mayoría de los políticos españoles y nos daremos cuenta de sus inmensos méritos para estar entre nosotros. ¿Acaso algún lector puede pensar que Valls, habiendo estado en los Campos Elíseos, le faltarían hoy día puestos y trabajos que, además, le reportarían emolumentos de mayor cuantía? Creo en la generosidad de Manuel Valls y en su vocación de seguir haciendo política europea. Sí, porque Barcelona es una de las ciudades más relevantes del continente que hoy está en manos, como en otras épocas terribles, de nacionalistas fanáticos y de anarquistas al modo de antisistemas del siglo XXI. En medio de estos extremismos, está gente de bien que quiere seguir contribuyendo al desarrollo y grandeza de su ciudad, de su autonomía y de su país como así ha sucedido a lo largo de estos últimos 40 años de paz y convivencia. Cada uno de los tres partidos constitucionalistas intentan imponer la cordura, pero la persecución, el insulto, la difamación, el engaño, la mentira, la tergiversación y, poco a poco, la violencia física y moral se está imponiendo por parte de unos sobre otros, los defensores de la democracia, tan en peligro en nuestros días, en muchas partes del mundo. La labor de Ciudadanos en Cataluña ha sido fundamental. De ahí los permanentes insultos de matones como Rufián. Gracias a personas como Rivera y Arrimadas aún se sostiene el Estado en Cataluña. Ante la ineficacia del PP y el funambulismo del PSC, surgió Ciudadanos para dar voz a todos aquellos que querían acallar. Y, por encima de cualquier ideología, primó la salvación del país.

Con gran vergüenza seguimos asistiendo a chalaneos entre Iceta (un duendecillo de cuento de hadas) y Torra (el Papa Clemente de este Palmar de Troya del nacionalismo) a costa, nada menos, que de los presupuestos. Que Iceta le diga a Valls que rompa con Ciudadanos si este pacta con Vox (yo opino como Valls que no se debe hacer) me parece de un cinismo inconmensurable. ¿Es que acaso Vox es peor que Podemos, Izquierda Unida, PDeCat, Esquerra o Bildu? ¿Por qué Iceta no le ha dicho al presidente del Gobierno y secretario general de su partido que rompa con todos estos otros grupos anticonstitucionalistas y perjuros?

Manuel Valls debería ser, y además estoy seguro de que lo es, la persona capaz de liderar los millones de esperanzas huérfanas de los barceloneses. Valls representa al centro derecha e izquierda pero, sobre todo, la sensatez, la racionalidad, el orden. Porque la ciudad de Gaudí vive en el desorden sin rumbo gracias a una de las peores alcaldesas que ha tenido la Península ibérica. Tan horriblemente nefasta, inculta, sectaria e ineficaz que ha blanqueado a la que nos ha tocado en Madrid que, por no saber, ni sabía quién era, nada menos, que Max Aub. Incluso en los últimos barómetros municipales de la ciudad condal, se suspende la gestión de Ada Colau y de personajes semejantes a los anteriormente citados por Lord Byron como el tal Pisarello que tiene la cara de decir que el resurgimiento de la delincuencia en la ciudad se debe «a los intentos deliberados de crear alarma por los partidos de derechas».

Valls parte con el apoyo de Ciudadanos, un partido liberal de corte europeísta, valiente frente al separatismo, regeneracionista, que atacó frontalmente la corrupción, uno de los motivos para ir a la ruptura por parte de la prolongada élite política de Cataluña. Pero creo que también sus votantes pueden provenir del socialismo no extremista, no cómplice del separatismo y no desmemoriado respecto a los cientos de muertos de ETA, que llevó a cabo precisamente en Barcelona una de sus más sanguinarios y cruentos atentados. Y también Valls puede arrastrar a militantes populares, a la vista de los ínfimos resultados anteriores, y de la ineficacia allí de sus cabezas e incluso de la virreina que mandó Rajoy para favorecer con las fotos de la policía cargando a la mejor publicidad del nacionalismo. Hoy la imagen de Barcelona está deteriorada. El prestigio cuesta años conseguirlo y mantenerlo. Perderlo es muy fácil. Colau ha sido nefasta: no previno los atentados terroristas, el asunto de los desahucios continuó, barrios tomados por la droga y el narcoturismo, la delincuencia en las calles y en el metro, el desprecio a la cultura. Su pensamiento roussoniano, caso que algún pensamiento tenga, la lleva a creer que el ser humano nace libre y bueno y que es la sociedad quien lo corrompe y, por este motivo, esa sociedad culpable debe pagar su delito dejándose robar, maltratar o lo que sea. Colau es una víctima de su propio currículum: cero. Alguien que se siente merecedora, por la gracia de no se sabe qué dios, de ocupar un cargo absolutamente inapropiado para ella. Su falta de educación y cultura la ha llevado a ese sectarismo fanático que la propia ciudad de Barcelona conoció en otras épocas del pasado siglo. Por otra parte, sean quienes sean los candidatos (y ya los vamos conociendo) no están ni mucho menos a la altura de Valls. ¡Qué decir del hermano de Maragall! ¿Quién lo conocería si no fuera por su parentesco?

VALLS HA recorrido todos los estratos de la política francesa. Desde las responsabilidades municipales y autonómicas hasta las ministeriales y la presidencia del Consejo de Ministros. También ha sido diputado de la Asamblea Nacional. ¿Se puede pedir más? Valls, que entró en el partido socialista francés de manos de Rocard y compartió poder con Hollande, durante estos últimos años ha luchado por la reconciliación de la izquierda más socialdemócrata con el pensamiento liberal. De ahí el amplio espectro que cubre su personalidad. Pero lo que más me reconcilia con él es, sobre todo, su europeísmo. Valls es el retorno de un hijo pródigo. Ojalá tantos de nuestros miles de jóvenes que están en el extranjero trabajando pudieran regresar algún día para engrandecernos con su experiencia. Nuestro país los necesita. Y Valls también cumple este papel. Ya sé que lo que voy a decir es imposible: la candidatura de Valls debería ser apoyada por todos los partidos constitucionalistas, porque su equidistancia así lo favorece. Hoy, en Barcelona y en Cataluña, las circunstancias son excepcionales y requieren un urgente saneamiento. No son unas elecciones más, sino unas esenciales para levantar el sitio al que están sometidos millones de seres civilizados. Sí, hay que levantar el sitio de Barcelona. Nuestro país y Europa no se lo pueden permitir. Yo no soy de Barcelona, aunque la conozco bien; pero si lo fuera, no dudaría en unirme a la causa europeísta, antinacionalista y antipopulista de Valls.