Tengo ya descrito por aquí el contenido entusiasmo que provoca en mi ánimo Salvador Illa, el tipo más triste del PSC, a quien yo llamé ‘el caballero de la triste figura’ un apelativo antonomásico, aunque quizá me quedara corto. Cuenta el camarada Melgar aquí al lado que el independentismo está de capa caída en Cataluña, tanto en votos como en capacidad de movilización, atendiendo a la última llamada a las calles con motivo de la Diada: desde 2012, año en el que empezó alboroto, la de este año ha sido la movida menos relevante: apenas 74.000 manifestantes, muy poco más que en el mínimo de los mínimos, registrado en 2020 por efecto del confinamiento del Covid en el que hubo 59.000, aunque habría que hacer la salvedad de que aquel año la manifestación se convocó solo en Barcelona, mientras el pasado día 11 se sumaron los manifestantes de las cuatro capitales catalanas más Tortosa, no diré más.
La diferencia es que el genuino caballero de la triste figura se cayó con todo el equipo en una playa de Barcelona ante el bachiller Sansón Carrasco, llamado para la ocasión ‘el caballero de la Blanca Luna’, mientras Barcelona y toda Cataluña en general fueron escenario de la incuestionable victoria del triste de Salvador Illa. ¿Es esto una buena noticia? En términos generales sí. El escaso entusiasmo que provoca Illa en las almas sensibles no es comparable a la desafección que produce la mera invocación del pastelero loco o de esa pareja surrealista con la que Sánchez ha venido a pactar su última cesión, o sea, la financiación. Habrán adivinado que me refiero a Oriol Junqueras y a la simpar Marta Rovira.
El independentismo es causa que va a la baja en Cataluña. También en Euskadi y no digamos ya en Galicia por citar la troika en la que alumbran, con más o menos intensidad, las reivindicaciones identitarias: Galeusca. Lo de Cataluña lo explican con elocuencia dos datos de la encuesta del CEO, que es el CIS catalán pero sin Tezanos: Desde 2017, año del referéndum ilegal los partidarios de la separación suponían el 40%, mientras los contrarios eran el 53%. Por otra parte, hay un dato en la encuesta que resulta especialmente esperanzador y es que esta creciente desafección se produce de manera especial entre la juventud, sector en cuya falta de responsabilidad confía mucho toda esta tropa. El fervor independentista entre los 18 y los 35 años ha disminuido del 52% al 40%, mientras en el conjunto de la población ha disminuido del 48,7% al 40.
Sin embargo, eso no quiere decir que su influencia en la política nacional haya decrecido. Que Illa haya ganado a Puigdemont y a Junqueras supone un cierto alivio aunque diste de ser uno de los misterios gozosos del Rosario. Cada vez que los socialistas han gobernado en Cataluña han asumido una parte de las reivindicaciones independentistas: Maragall, Montilla, que encabezó la manifestación de protesta contra la resolución del Constitucional que anulaba 14 artículos del Estatut y de donde fue corrido a barretinazos por los de ERC y ahora Illa, que comparece solo con la señera (Laus Deo, no era la estelada) y dirige sus mensajes solo en catalán. Es que el problema es Sánchez, garantía de que los separatistas vean como verosímiles sus sueños más enloquecidos mientras necesite los votos que les queden en el Congreso.