EL CORREO 03/07/13
MARGARITA RIVIÈRE
Nacionalistas vascos y catalanes compartían su carácter de fuerza bisagra en el bipartidismo español, lo que conllevó en ocasiones cierta rivalidad
La sonada polémica sobre el ‘privilegio’ del Cupo vasco y navarro nació en un desayuno en Barcelona el 13 de junio. Pere Navarro, primer secretario del PSC, se refería a la financiación autonómica y la ‘solución federal’ que apoyan los socialistas de toda España e invitó «a los que hablan de la falsa solidaridad catalana» a que le acompañen en suprimir «en la reforma de la Constitución (que también apoyan los socialistas españoles) los privilegios que existen hoy, porque solo así podremos construir un sistema justo para todos mañana».
No fue difícil entender que se refería a vascos y navarros puesto que un documento del mes de mayo el PSC habla de «una corrección solidaria» del Cupo (no del Concierto), cosa que desde el 4 de junio había corroborado el presidente andaluz, Griñán. Ese día, en una reunión con Rubalcaba, se supo que el borrador del texto federal del PSOE decía que: «Las instituciones del Concierto y el convenio del País Vasco y Navarra deben seguir manteniendo reconocimiento constitucional, sin perjuicio de perfeccionar algunas de sus deficiencias en su aplicación práctica». No se hablaba de solidaridad ni de privilegio, sino de «perfeccionar deficiencias» sin especificar.
Pese a tales antecedentes (y otros) y la matizada alusión de Navarro no fue difícil que se montara una hoguera política. La razón es sencilla: hay claros intereses políticos (ajenos a los socialistas españoles en general y a los catalanes en particular, que aparecen como ‘los malos’) que se benefician de que los cupos vasco y navarro sean puestos en la picota, precisamente ahora.
¿Cuáles son estos intereses? Es fácil encontrar una coincidencia con el que parece ser un ‘nuevo diseño territorial centralizador’ en torno al que se mueve el Partido Popular. Una ‘reordenación’ territorial vestida de reforma administrativa (con su correspondiente reordenación presupuestaria) promovida por la derecha española parece dirigida a incidir en todo el territorio español, en todos los ciudadanos. ¿Por qué no navarros y vascos si los poderes centrales del Estado están dispuestos a dar la vuelta a una mayoría de estructuras y leyes con la excusa de hacer más eficientes las administraciones públicas? La experiencia de los años 2012 y 2013 muestra con claridad cómo el Gobierno Rajoy no tiene empacho en disminuir libertades logradas en la democracia.
Juega, también, la conflictiva situación catalana actual. Las medidas palabras de Navarro enseguida fueron reinterpretadas interesadamente por influyentes medios proconvergentes. «¿Qué plantea Navarro? Acabar con ‘el privilegio del Concierto’», escribía el 14 de junio el director de ‘La Vanguardia’. En este artículo y en otros se relacionaba la acción de Navarro con la aparición de Patxi López y Eduardo Madina como «aspirantes un día a dirigir al PSOE». Una manera sibilina de enfrentar socialistas y una forma artera de hacer pasar a Navarro por ‘el chico de los recados’ de Artur Mas, a quien favorece esta polémica.
El socialismo español de la democracia se ha basado en un sólido eje entre vascos y andaluces; los catalanes, que forman un partido aparte, han tenido más complicado influir en el PSOE. Navarro no fue especialmente hábil en su expresión y oportunidad, pero quien lidera y lleva al extremo las reivindicaciones económicas catalanas son las huestes de Mas y de Esquerra Republicana. Sacar los colores a vascos y navarros completa el dibujo de su diseño.
Josep Tarradellas, presidente de la Generalitat retornado del exilio en 1977, señaló siempre que los negociadores catalanes de la Constitución, influidos por Jordi Pujol, se equivocaron al no demandar entonces un sistema similar al del Concierto vasco. Parece que Pujol pensaba (y así se vio luego en su política) en la impopularidad de recaudar impuestos y en que poco a poco se iría arrancando poder y financiación al ‘Estado central’.
Años después, en un discurso en el Parlament siendo presidente de la Generalitat, Pujol llegó a decir (cito de memoria, pero yo estaba allí) que los vascos habían tenido éxito en su financiación gracias al apoyo de las pistolas (de ETA). Esta afirmación quería justificar la siempre deficiente financiación catalana que tapaba una gestión mediocre y la política de constante reclamación.
No es raro, pues, que, en la ‘Cataluña de la queja’, fuera fácil estar de acuerdo en que ‘los vascos y los navarros lo han hecho muy bien’. Una nube de retórica plagada de intereses políticos ha envuelto este asunto, mientras, al mismo tiempo, los ciudadanos catalanes vivían una simpatía cierta y amistosa hacia el pueblo vasco.
Nacionalistas vascos y catalanes (pese a diferencias obvias de métodos) compartían su carácter de fuerza bisagra en el bipartidismo español, lo que conllevó en ocasiones cierta rivalidad. Hoy parece claro que Convergencia Democrática de Cataluña (el partido de Más) está cada vez más cerca de ERC hasta el punto de que puede ser engullida electoralmente por la formación independentista. Son los democratacristianos (UDC) de Durán Lleida (que no está por el independentismo) quienes mantienen una relación más estable con los nacionalistas del PNV.
Visto desde Cataluña, parece lógico exigir un reparto más equitativo de la solidaridad española: esto afecta al conjunto de autonomías en relación con su aportación a la riqueza nacional y el nivel de vida de los ciudadanos en cada autonomía. Ahí está el problema. El caso vasco y navarro es una parte, menor y de más fácil solución, de lo que algunos quisieran.