Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 17/9/11
La condena contra Otegi y Díez Usabiaga favorece a la izquierda abertzale en tanto que desconcierta a jeltzales y socialistas
El acuerdo alcanzado con Bildu para dar cauce a una fusión enfriada de las tres cajas de ahorro vascas y la condena impuesta por la Audiencia Nacional a los principales encausados en el sumario Bateragune no son versiones contrapuestas de una realidad azarosa sino las dos caras de la contradictoria moneda que representa la izquierda abertzale. Los vasos comunicantes mantienen la relación entre las ensoñaciones de quienes necesitan verse como parte de un movimiento guerrillero dispuesto a un desarme ventajoso, y la dificultad que entraña cambiar un ‘territorio liberado’ gracias a la violencia ejercida contra los oponentes por el poder institucional que emana de las urnas tras una confrontación electoral desarrollada en buena lid. Los vasos comunicantes mantienen el mismo nivel del fluido «abertzale y de izquierdas», conectando con absoluta naturalidad el victimismo con las nuevas e imprevistas responsabilidades. Pero lo más notable del caso es que la izquierda abertzale no está en condiciones de prescindir de ni una gota de ese fluido diverso. Ni es capaz de romper abruptamente con el pasado sin dejarse jirones de decepción y recelo entre sus bases, ni puede desaprovechar las oportunidades que le brinda su propio éxito electoral. Su fortaleza reside en esa disposición innata a ampliar ámbitos de influencia y acción. Pero también es lo que delata su debilidad. Sobre todo porque los vasos comunicantes no terminan de compensar las inercias heredadas con un compromiso expreso por la aceptación del juego democrático que deje definitivamente atrás los réditos del terror. Porque de esto se trata, la reivindicación del éxito electoral como resultado de cincuenta años de lucha también armada constituye una afrenta que no tiene cabida en una sociedad democrática. Qué decir si tal pretensión acaba asomando en el turbulento espacio financiero.
Los vasos comunicantes recrean la coherencia que precisa la izquierda abertzale, cuya sociología responde a una clase media perfectamente integrada en el estado de bienestar vasco, presentando mucho menos desempleo que la media de la sociedad, un mayor nivel de estudios y un arraigo familiar y territorial que le permiten eludir gran parte de las incertidumbres que penden sobre el resto de la sociedad. No nos vamos a engañar, el sí al nacimiento de Kutxa Bank es, por encima de todo, el reflejo de esa sociología acomodada en el sistema confortable vasco. Una sociología más integrada que ninguna otra -quizá con la excepción de la que políticamente pudiera representar el mundo jeltzale- , encarnada perfectamente en los empleados más exigentes de las tres cajas, y que ha acabado descolocando hasta a ELA. En la otra cara de la moneda la izquierda abertzale simula tratar de librarse de la judicialización a la que se ve sometida su existencia por los vínculos que la atan al pasado, al presente y al futuro etarra. Su reclamación parece cada día más nítida: que el Estado de derecho la libere del peso muerto que supone la trama etarra por la vía más cómoda para sus intereses, diluyendo cargos y condenas hasta que se desvanezca la acción de la Justicia para así favorecer al «proceso político». Sin embargo, el Estado de derecho no tiene ni obligación ni medio legítimo alguno para facilitar esa tarea de desenganche con el pasado que la izquierda abertzale no solo no se atreve a realizar, sino que se niega insistentemente a efectuar por propia iniciativa y riesgo. A pesar de lo cual es probable que, paradojas de los vasos comunicantes, el Estado de derecho -es decir la condena de la Audiencia Nacional contra Otegi, Díez Usabiaga y los otros tres integrantes de algo que ni siquiera la sentencia se atreve a afirmar que se denominase Bateragune- acabe primando electoralmente a Bildu en su reciente alianza con Aralar. No tanto porque el victimismo frente al Estado de derecho le vaya a procurar más adhesiones de las que ya obtuvo en los últimos comicios forales y locales, sino por el desconcierto que la situación provoca tanto en la estrategia de reproche moral que el PNV venía trazando hacia los déficits democráticos que presentan los herederos de Batasuna como respecto al ya de por sí voluntarista propósito del lehendakari López de liderar un plan de paz que no podrá ir más allá de un enunciado de principios.
Lleva razón Arnaldo Otegi al dar la consigna de «que nadie abandone este camino porque vamos a ganar». Se trata de un camino ganador, sin duda. Los vasos comunicantes se encargarán de preservar el tono plano, guarecido tras el recurrente argumento de que no hay dinero, con el que la izquierda abertzale gobierna las instituciones que le han tocado en suerte, como si tratara de no molestar demasiado a la espera de encuadrar a su gente tras la legalización de Sortu, compensándolo con las movilizaciones de rigor a las que sumará la miríada de siglas que se apuntan a las convocatorias anti-represivas. Al cinismo que entraña la denuncia de la sentencia de la Audiencia Nacional como «un palo en las ruedas del proceso» puede respondérsele con el cinismo de que todo lo contrario, que esto va a dar alas al proceso tal cual lo han diseñado de hecho sus principales protagonistas. El cinismo que emana de los vasos comunicantes invita a pensar, en suma, que «la realidad social» a la que se referían los socialistas guipuzcoanos para solicitar indulgencia en este caso se impondrá a la resolución de la Audiencia Nacional y a la que dicte el Tribunal Supremo. Ese mismo cinismo sitúa a Otegi y Diez Usabiaga más a la par de lo que estaban respecto a los otros presos cuya inocencia histórica defiende la izquierda abertzale.
Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 17/9/11