Admito que haberme enterado ahora de que Junts es un partido de derechas me ha supuesto una enorme incredulidad y decepción. Llegué a convencerme de que mis prejuicios eran erróneos, de que era un exponente de la ‘mayoría social de progreso’, de aquel “somos más” de Pedro Sánchez. Interioricé mi error y asumí que era un eslabón más de esa construcción progresista de una España plurinacional y modélica que, por supuesto, iba a gozar de una financiación solidaria en la que todos nos íbamos a sentir cómodos. Junts era hasta ayer un baluarte de la convivencia y la concordia, y de repente esta semana ya no lo es. Ahora Junts vuelve a ser la banda de meapilas usureros de la Convergència de siempre, esos clasistas de superioridad moral y ‘seny’ de alquiler que aprietan la pinza junto al PP y a Vox contra el sanchismo. Vaya.
Carles Puigdemont es un delincuente. Presunto. No un estadista. Su sitio es la cárcel. Pero en algo tiene razón, reconozcámoslo: Sánchez le concedió legitimidad y patente de corso, pero en realidad no tiene nada. A Puigdemont se le prometió el catalán en Europa. Nada. Una amnistía, y nada. La cancelación, humillación y desarticulación del Tribunal Supremo. Y nada. El ‘lawfare’ para el bueno de Pablo Llarena. Y nada. Una relación de exclusividad política forjada a escondidas en Ginebra con un relator… y Sánchez pacta un cupo a la catalana con ERC. Los cálculos de Sánchez fallan. Como si a Puigdemont le sirviesen como argumento unas obscenas reverencias genuflexas de Salvador Illa a Jordi Pujol y Artur Mas, o que el Estado simule que la fuga de los gorritos fue un desafortunado error policial y no una calculada operación de marketing político consentida a mayor gloria de un prófugo.
Concluyamos que a Puigdemont le molesta más que le traten como a un gilipollas que como a un delincuente. Por eso esta semana ha dado un salto de calidad en su relación con Sánchez escenificando una humillación personal
Concluyamos que a Puigdemont le molesta más que le traten como a un gilipollas que como a un delincuente. Por eso esta semana ha dado un salto de calidad en su relación con Sánchez. Ha sido un punto de inflexión, una novedad táctica. Ha querido escenificar una humillación personal, con un mensaje directo e intransferible, forzándole a acudir al Congreso haciéndole creer que su voto era imprescindible para dar trámite a una reforma del alquiler de viviendas. Y tres minutos antes de confirmar su abstención para solaz del PSOE, Junts comunicó al Gobierno que votaría en contra. Lo novedoso no es el enésimo aviso de Puigdemont a Sánchez, sino la forma de ridiculizar al presidente del Gobierno en su escaño mirando al videomarcador con el mentón apretado y la bilis atravesando el gaznate de otra derrota parlamentaria. Lo novedoso en Puigdemont es su manera de generar la psicosis y el abatimiento que los socialistas han arrastrado esta semana por los pasillos del Congreso.
Hace unos meses, el ministro Ernest Urtasun, en los ratos libres que le permiten dejar de mover la silla a esta Yolanda Díaz que ahora pasea su soberbia con la melancolía de verse amortizada, fue sorprendido por un micrófono indiscreto admitiendo que el Gobierno se había dado «una hostia”. No es difícil aventurar qué pensará hoy. Un copón repleto de obleas. Lo que emite el PSOE es el denso olor de la descomposición y su penúltimo recurso es organizar un congreso de norcoreanas maneras.
El PSOE nos hizo creer que manejaba la cloaca con fontaneros-espía en Ferraz poniendo cruces a periodistas y jueces, y resulta que todo en este PSOE empieza a dejar entrever demasiados cabos sueltos y gente con rencor acumulado
Sánchez, Illa, algún que otro periódico -ahora liberal, ahora separatista, ahora lo que convenga-, y algún que otro banco crearon la entente invencible que a la larga iba a someter a Puigdemont para dejarlo, cautivo, en manos de Santos Cerdán, del pianista de un hotel de Ginebra, y del “gran jefe” y de “la pichona”. ¡Ah, los tiempos en que Felipe González era el ‘one’! Nada es lo mismo. A Sánchez lo devalúan solo a “gran jefe”. Ellos eran quienes hicieron creer que manejaban la cloaca con fontaneros-espía en Ferraz poniendo cruces a periodistas, jueces y empresarios rebeldes, y resulta que todo en este PSOE empieza a dejar entrever demasiados cabos sueltos, gente con rencor acumulado que pasa facturas al cobro, y mensajes repletos de coacciones y amenazas. Puigdemont no cree en las etéreas milongas de Félix Bolaños para amordazar a la Prensa. Y Begoña Gómez le importa una higa. Quiere lo suyo. Y no, no lo tiene. No ha sido repuesto con honores como presidente de la Generalitat ante un Estado claudicante. Por eso ahora Junts vuelve a ser la derecha sumisa de Vladímir Putin que los domingos acude a confesarse con los canónigos de Montserrat, o esa derecha corrupta que llenaba bolsas de basura con billetes negros camino de alguna banca amiga en Andorra. Illa podrá seguir hablando bajito, podrá masajear a los pocos ‘posibilistas’ que van quedando en Junts, como cuando la militancia de Unió cabía en un taxi, y podrá albergar todos los relatos que quiera de una España confederal en la que todo es ‘happy flower’.
Pero Puigdemont ya no cree demasiado en Cándido Conde-Pumpido ni en más meses de paciente espera. Porque sabe que hay flecos. Que será difícil que el Supremo no lo impute por traición en un momento dado y desconoce si Europa entenderá que lo de Tsunami sí era terrorismo. En el manejo de los rencores tóxicos, Puigdemont demuestra tener los mismos escrúpulos que Sánchez. O sea, ninguno. No tengo ni idea de si lo dejará caer o no. Pero es notorio que Puigdemont ha iniciado una etapa de sometimiento y escarnio público del presidente del Gobierno para hacer ostentación de su aislamiento. Por eso van los ministros de corrillo en corrillo con un extintor en la mano diciendo eso de que la legislatura va a durar tres años más. Y por eso mendiga al PP que deje su vinagre, salte el muro unos días y se convierta en su socio presupuestario.
Puigdemont era, es y será un extorsionador. Y de derechas, sí. Igual alguien descubre ahora que media ‘mayoría social de progreso’ es de derechas. Y el PNV también. ¡Qué me dices! De piedra me quedo. Cualquier día de estos, Ábalos pide hueco en el grupo parlamentario de Vox, Urtasun se nos hace taurino, y ERC le hace la autocrítica al sanchismo si no gana Oriol Junqueras el Congreso. La nueva derechona. ¡Qué fácil resulta decir ‘no es no’ cuando se es líder de la oposición, y qué difícil es escucharlo cuando se es presidente del Gobierno! Es la frágil inestabilidad del contorsionista cuya debilidad queda agónicamente expuesta. Y eso lo convierte todo en mucho más incierto. Y peligroso.