Dice García Page que «hasta aquí» ha llegado, que el concierto económico con el que Pedro Sánchez ha claudicado ante ERC le tiene perplejo. Que eso rompe la igualdad en la financiación común… En fin, a García Page le tocaba en martes. Es de sobra conocido que piensa una cosa a favor de obra del sanchismo los lunes, miércoles y viernes, piensa otra diferente los martes, jueves y sábados, y los domingos normalmente descansa, como mandan las Escrituras. Page, otra vez enfadadito, otra vez tan indignado con su rosa en la mano, se ha dado cuenta de que su partido no es solidario pese a que la izquierda presume de serlo por genética ideológica.
La cuestión no es si Page tiene razón al plantear que no es muy de izquierdas destrozar principios como la igualdad, la solidaridad, o entregar la llave la caja común a unos asaltacaminos. Naturalmente que tiene razón. La cuestión es otra. Es que no sirve de nada. Que su influencia en el PSOE se basa más en lo que los medios de comunicación idealizan sobre su discurso encabronado que en la evidencia de su peso real a la hora de denunciar que el sanchismo está atribuyendo estructuras de Estado a Cataluña por convicción personal de Sánchez. Conviene no hacerse trampas al solitario. Sánchez cree en un PSOE soberanista del mismo modo en que cree ser el fiscal general del Estado. ¿Todo depende de mí? Pues ya está.
Sánchez vive del riesgo, se acomoda a la metástasis y se adorna en la desesperación. Ha consagrado un peronismo victimista de divo altanero y su partido y las líneas rojas le dan exactamente igual
Hace tiempo que el PSOE es irreconocible por muchos amagos de rebelión que organice de vez en vez, y que además se saldan con una mofa de Sánchez desde Moncloa. ¡Rebeliones a mí! El mayor peligro para esas siglas, y para España como nación, es haber normalizado ese modo de concebir y ejercer el poder. Se apruebe o no finalmente un concierto fiscal exclusivo para Cataluña, ya es suficientemente grave haber planteado la ruptura de una unidad tributaria sobre la que sostener el tinglado. La reiteración de anomalías pseudo-legales del sanchismo, las trampas parlamentarias y los forzamientos institucionales conducen a que la denuncia constante de cada uno de esos abusos ya sea improductiva. Todo es tan grave que de tanto denunciarlo suena a repetición, a aburrimiento. Lo de Page y el resto de sanchistas enfurruñados dejará en unos días de ser un discurso público de fondo político para quedarse en la enésima pataleta de un discrepante que, a decir verdad, los lunes, miércoles y viernes no es más que un cooperador necesario de ese mismo Sánchez al que critica. Era martes y a Page le tocaba hacerse el protestón. Algo han agitado esa gigantesca siesta en que se ha convertido el PSOE, pero a Sánchez le resulta indiferente.
Cataluña exige un pacto fiscal. Una hoja de ruta con algún tipo de fórmula, aún indeterminada, para una consulta cuyo fondo será la autodeterminación. Las instituciones sufren un deterioro y una contaminación política tan insólitos como los ataques a la separación de poderes, la intervención del Parlamento por parte del Gobierno, el vaciamiento de funciones del Senado, o el control cuasi militar del TC. Pero el PSOE no protesta. Solo algún Page situado en el extrarradio del partido, como dijo Puente, o algunos barones quiero-y-no-puedo. El partido se ha nutrido de un colágeno abiertamente soberanista capaz de manipular las leyes, los trámites, las liturgias parlamentarias y la derogación de preceptos constitucionales por la puerta de atrás. Este PSOE es uno, grande y libre.
Page piensa una cosa a favor de obra del sanchismo los lunes, miércoles y viernes, piensa otra diferente los martes, jueves y sábados, y los domingos descansa, como mandan las Escrituras
En este estado de deriva institucional inédito, con un presidente con dos familiares directos imputados por delitos de corrupción, perdiendo votaciones en el Congreso, sin capacidad real de gobernación, con una pérdida de reputación internacional galopante, y con la pretensión de provocar una involución democrática basada en un muro divisor entre españoles buenos y malos, Sánchez vuelve a apostar -todo o nada- a la voluntad de un tipo delirante como Carles Puigdemont. Es una apuesta como otra cualquiera, de esas de ruleta rusa a las que Sánchez es tan aficionado. Las reacciones de Puigdemont no son tan atípicas como creemos. En los últimos cuatro meses ya ha amagado varias veces con regresar a España para ser encarcelado. Pero hasta ahora todo ha sido una farsa, un cínico voluntarismo de cartón piedra, otro engaño masivo. Es un trolero de maletero.
Regrese o no a suelo español, lo que queda por dirimir es si Puigdemont va a consentir que ERC y PSC martilleen los clavos de su propio ataúd político y Junts se abre a un relevo para someterse a Sánchez como ERC; o si por el contrario va a romper el sanchismo por la cuaderna provocando elecciones generales. Su peor opción ahora mismo es contemplar desde Francia cómo ERC y PSC se reparten los añicos de España en favor de Cataluña mientras él sigue a la espera de una amnistía con la que está siendo engañado de manera inexorable. Es decir, si actúa o si permite que entre todos lo conviertan en un prejubilado irrelevante.
Acostumbrado a las ruletas rusas, sería ilusorio descartar que Sánchez convoque elecciones generales en otoño por mucho apego que tenga al ‘embegoñamiento’ de la vida pública. Y todos estos barones enfurruñaditos le votarían
Sánchez ha lanzado un órdago al límite. Uno de esos con los que se ríe de Page a la espera de que Puigdemont se aclare consigo mismo y tense los resortes internos en Junts para calcular qué poder real tiene. Porque no todo Junts está enamorado de Puigdemont ni quiere desguazar la legislatura. Con todo, la operación perpetua de marketing de Puigdemont se parece más a la de un engañabobos que a la de un estadista. Personalmente, y a riesgo de equivocarme, no veo el motivo por el que alguien que no se plantea otra cosa que seguir en libertad, con su pantomima de Consell per la República, con su grupo de plañideras de la independencia, sus supremacistas de criptomoneda y sus abogados con antecedentes, quiera ir a prisión. No podrá impedir un gobierno de Illa. No podrá ser presidente de la Generalitat y a lo sumo, si obedecen todos sus diputados, sólo podrá impedir con sus siete votos la gobernabilidad en España. Para hacer eso, mejor libre que entre barrotes. Al menos eso dicta la lógica.
Habrá quien defiende la teoría de que el acuerdo de Sánchez con ERC para sostener a Illa es una mera coyuntura. Que se trata de garantizar la Generalitat desde una decisión tomada previamente en La Moncloa para convocar elecciones generales en otoño. Y que, por tanto, el PSOE debe serenar sus conatos de rebelión porque la demolición estructural que plantea ERC de nuestro sistema político y territorial nunca verá la luz. Porque Junts se opondrá. Y Sánchez, demasiado al límite ya y sin legislatura por delante, disolverá el Parlamento y convocará a las urnas. Pocas encuestas ofrecen hoy un triunfo de mayoría absoluta a la derecha. Y en cualquier caso, más pronto que tarde, el PP y Vox reeditarían en un Gobierno nacional el mismo error cometido ahora en las autonomías.
Sería una operación de riesgo por el difícil cálculo de cómo afectaría el voto útil a la derecha en esas hipotéticas nuevas elecciones. Pero Sánchez vive del riesgo, se acomoda a la metástasis y se adorna en la desesperación. Y, sobre todo, ha consagrado un peronismo victimista de divo altanero al que su partido, sus barones y las líneas rojas que siempre tuvo el PSOE le dan exactamente igual. Cree estar por encima de la democracia, y además sabe que se le está permitiendo porque la coreografía, frente a la degeneración de España, aguantan en su favor mejor de lo que sería imaginable. Estos son los factores: Uno, Begoña Gómez, presentada como víctima de una mercancía de ‘lawfare’ y persecución injusta que consume con gusto la mayor parte de su electorado. Dos, Illa ¿presidente? Tres, ERC, PNV y Bildu entregados. Cuatro, Puigdemont desactivado y cabreado. Cinco, la derecha rota, como siempre. Seis, Sumar fagocitada. Y siete, legislatura sin presupuestos.
Igual el escenario electoral no le pinta tan mal a un tipo que ha perdido la perspectiva, que se ha atornillado a una España irreal, y que ha hecho de la agonía su charca particular. Acostumbrado como está a los disparos a ciegas, sería ilusorio descartar que haya elecciones generales en otoño por mucho apego que tenga Sánchez al ‘embegoñamiento’ de la vida pública. Page seguirá muy enfadadito para entonces. Y Tudanca, y Lobato, y Gallardo, y Lambán, y Barbón… Tan enfurruñados, arrojando el chupete al suelo… Pero pedirían el voto para Sánchez. Y con eso juega el marido de Begoña Gómez.