Alberto Ayala-El Correo

Del presidente Sánchez sabíamos que es un genuino ‘marxista’; de don Groucho, no de don Karl (ya saben, ‘estos son mis principios y si no le gustan se los cambio por otros’). Que su palabra no vale. O que sus convicciones federalistas le duran hasta que un estado de alarma le confiere el mando único del país y decide que ya no consulta nada ni con su conciencia hasta que la falta de apoyos le obliga a rectificar.

Pero el miércoles nuestro presidente se superó. Autorizó un pacto con EH Bildu pese a haber prometido por activa y por pasiva que jamás pactaría con la izquierda abertzale mientras no condene a ETA. Lo hizo de espaldas a sus aliados, a los agentes sociales e, incluso, a la mayoría de sus ministros. El contenido, el compromiso de derogación ‘íntegra’ e inmediata de la reforma laboral a cambio de la innecesaria abstención de los parlamentarios abertzales en la quinta prórroga del Estado de alarma, constituye un absoluto despropósito. Ante el horizonte económico que nos aguarda y ante esa Unión Europea que esperamos nos riegue con miles de millones de euros.

Luego llegó la rectificación del PSOE y la enésima bronca con su socio podemita. El Congreso se ha convertido en un vergonzoso mercado persa en el que el Gobierno abona facturas de todo tipo a cambio de lograr la prórroga del estado de alarma.

Pero lo de esta semana ha rebasado todos los límites. Que la reacción de la cúpula socialista haya sido ‘sostenella y no enmendalla’ empeora las cosas. En su comparecencia de ayer, Sánchez insistió en tratar de justificar lo injustificable y explicó su monumental metedura de pata como respuesta al ‘no’ del PP a la prórroga del estado de alarma. E hizo una cascada de anuncios para dejar atrás la tormenta: el ingreso mínimo vital se aprobará la semana que viene, el fútbol regresará el 8 de junio y España se abrirá al turismo internacional en julio.

En circunstancias normales estaríamos ante el principio del fin del Gobierno y el hundimiento en los sondeos del PSOE. Ya veremos si es así y si los socialistas inician a nivel estatal un proceso similar al que antes vivieron en Madrid, Cataluña o Andalucía. La inmensa suerte de Sánchez es que para un elector progresista resulta complicado pasarse del PSOE a UP. Y no digamos ya al PP de Casado, cuyas recetas anticrisis provocan escalofrío a muchos ciudadanos. Sánchez tiene garantizada La Moncloa hasta enero. ¿Más allá? Parece improbable si insiste en cambiar casi cada día de aliado.

El PNV se ha sentido molesto por la jugarreta de Sánchez, que da visibilidad a EH Bildu de cara a las autonómicas vascas. Lógico. Pero los jeltzales tienen no poco que agradecer al guirigay político madrileño: va a hacer imposible que tengamos una campaña medianamente normal en Euskadi en la que la oposición podría reprochar a los peneuvistas las condenas por corrupción del escándalo De Miguel, la chapuza de las oposiciones de Osakidetza o lo sucedido en Zaldíbar, con dos trabajadores muertos que siguen desaparecidos. Veremos.