El PP había llegado demasiado lejos en las elecciones generales del año 2000 -las de la mayoría absoluta de José María Aznar– con el añorado Josep Piqué al frente de la candidatura por Barcelona. Obtuvo 12 diputados en Cataluña y casi ochocientos mil catalanes apostaron por el PP, cerca del 25 por ciento de los votos emitidos. Al margen del PSC -que había sido primera fuerza en Cataluña con 17 escaños-, los otros dos firmantes del Pacto del Tinell, ERC e ICV-EUiA, habían obtenido entre los dos un par de escaños y apenas el 11% de los sufragios, pero se permitían hablar en nombre de Cataluña y repartir carnés de catalanidad.
De ahí que el nacionalismo, horrorizado, tocara a rebato y redoblara su maquinaria propagandística contra el PP, al que consideraban una amenaza para su proyecto de ingeniería social
El PP, el partido del centroderecha español fundado por Manuel Fraga, que reivindicaba sin complejos la españolidad de Cataluña y la importancia de Cataluña para España, se había convertido en una alternativa real a la hegemonía nacionalista en Cataluña con un discurso fresco y consistente que ilusionó a cientos de miles de
catalanes. De ahí que el nacionalismo, horrorizado, tocara a rebato y redoblara su maquinaria propagandística contra el PP, al que consideraban una amenaza para su proyecto de ingeniería social, por su inequívoca lealtad a España. El PSC podría no haberse sumado a la estigmatización del PP -que en realidad no era más que una racionalización de la proverbial hispanofobia nacionalista- y haber mantenido la legítima pugna ideológica con el PP en el eje izquierda-derecha. Pero los socialistas prefirieron mimetizarse con los nacionalistas y reforzar la campaña contra el PP con vistas a las elecciones autonómicas catalanas de 2003.
Alcanzaron el gobierno de la Generalitat de la mano de la ERC de Carod-Rovira, que nada más llegar al gobierno se fue a Perpiñán a pedirle a ETA que dejara de matar… sólo en Cataluña. Convertir al PP en enemigo de Cataluña resultó rentable electoralmente para el PSC y para Zapatero, pero a costa de fortalecer los dogmas nacionalistas y el alejamiento sentimental de una parte importante de los catalanes con relación a España. Eso que, en actitud de bombero pirómano, Montilla describió como «desafección de Cataluña hacia España». Zapatero vivió de esa «desafección» alimentada por los propios socialistas hasta que se les fue de las manos y se evidenció que, en la práctica, el Pacto del Tinell no fue un pacto contra el PP sino una conjura contra la convivencia entre españoles.
Su portazo a Feijóo es acaso el penúltimo acto de la astracanada que allá por el año 2003 inició el PSC. Por desgracia, los socialistas se han vuelto a erigir en garantes de la hegemoníanacionalista
Pues bien, han pasado veinte años, el nacionalismo definitivamente declarado separatista ha llevado al paroxismo su odio a España con un golpe de Estado desde las instituciones en 2017, pero los socialistas -ahora con Pedro Sánchez al frente- siguen abrazados a los nacionalistas y aferrados a la demonización cainita del PP como instrumento para gobernar España. Lo hemos vuelto a ver hace unos días con la actitud despreciativa de Sánchez ante la propuesta de Alberto Núñez Feijóo de explorar un acuerdo entre los dos grandes partidos de España para evitar que la gobernabilidad de nuestro país dependa de populistas y separatistas.
Sánchez, como Zapatero, está en otra cosa y su irrefrenable voluntad de poder le lleva a trasladar la lógica perversa del Tinell al Gobierno de España. Su portazo a Feijóo es acaso el penúltimo acto de la astracanada que allá por el año 2003 inició el PSC. Por desgracia, los socialistas se han vuelto a erigir en garantes de la hegemonía nacionalista dando alas a sus delirios, como vimos hace un par de semanas con la elección de Francina Armengol como presidenta del Congreso a cambio, entre otras cosas, de constituir sendas comisiones parlamentarias de investigación sobre los atentados yihadistas de 2017 en Cataluña y sobre Pegasus. Se trata de dos reivindicaciones absolutamente disparatadas con las que los nacionalistas llevan años
tratando de desprestigiar a España tanto en Cataluña como en el extranjero. Y, una vez más, Sánchez transige porque para él su continuidad en la Moncloa vale mucho más que el buen nombre de España. Quiero pensar que todavía hay socialistas que abominan de tanta deslealtad a España y tanto narcisismo cortoplacista.
Por desgracia, entre la propuesta de Feijóo de unos nuevos Pactos de la Moncloa – paradigma de la concordia en pro del interés general- y el pacto del Tinell -ejemplo de sectarismo excluyente-, Sánchez ha elegido, de nuevo, el Tinell porque vive del guerracivilismo y la división. La obligación del PP, empero, es seguir intentándolo hasta el último suspiro.