- El mundo no parece hoy mucho más seguro que aquel fatídico día en el que dos aviones fueron estrellados contra las Torres Gemelas de Nueva York
Era una mañana perfecta para dar un paseo por Bilbao. Aún era verano, no habían comenzado las clases y hacía una temperatura agradable. Iba con una amiga. Nos reíamos bastante, aunque no sé de qué, ni de dónde veníamos ni a dónde íbamos. Sí recuerdo que algo cortó la conversación: las imágenes que emitía la televisión de un bar frente al que estábamos pasando. Nos dejaron aturdidos. ¿Eran reales? Sí. Aquel día todas las pantallas del mundo reprodujeron una y otra vez las mismas escenas, que se han quedado grabadas a fuego en nuestra memoria.
Yo estaba estudiando Historia y leía revistas y periódicos, pero no entendía nada de lo que había ocurrido. Por curiosidad, busqué información sobre el yihadismo. No había mucha disponible, ya que se trataba de un fenómeno aparentemente ajeno a nuestra realidad. (El 11-M nos sacaría del error de la peor manera posible). Me hice muchas preguntas sobre los victimarios, aunque pocas sobre sus víctimas. Si hoy tuviese que sintetizar las respuestas, lo haría como sigue.
Los acontecimientos que sirvieron de catalizador a la cuarta oleada de terrorismo, en la que se inscribe el 11-S, fueron la revolución iraní (1979) y, sobre todo, la guerra de Afganistán (1978-1992). Acosado por la insurgencia, el débil régimen comunista afgano recurrió al Ejército de la URSS. En el marco de la Guerra Fría, los rebeldes recibieron el apoyo de estados como Arabia Saudí, Pakistán y EE UU. También se unieron a la lucha muyahidines de otros países, mayoritariamente del mundo árabe. Uno de ellos fue el millonario saudí Osama bin Laden, que tuvo un papel importante en el traslado de los voluntarios extranjeros a Afganistán, así como en su entrenamiento militar.
Bin Laden fue el fundador y principal dirigente de la organización terrorista Al-Qaeda, en la que convergieron dos tradiciones doctrinales del islamismo radical: la de los Hermanos Musulmanes egipcios y la wahabí de Arabia Saudí. Desde que en 1996 los talibán se hicieron con el poder en Afganistán, los yihadistas tuvieron un ‘santuario’ desde el que operar, pero su perspectiva siempre fue internacional. Si bien durante los años anteriores los muyahidines se habían enfrentado a un «enemigo cercano» -el Gobierno «ilegítimo» y su aliado soviético-, Bin Laden orientó la violencia de Al-Qaeda contra el «enemigo lejano»; es decir, contra Estados Unidos, Europa e Israel, presentados como culpables de todos los males del islam. En febrero de 1998 anunció la creación de un Frente Islámico Mundial contra «cruzados y judíos».
Las amenazas de Bin Laden se tradujeron en atentados tanto en los países de mayoría musulmana que contaban con presencia de EE UU como en Occidente. Al-Qaeda logró perpetrar ataques devastadores como los que sufrieron las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania de agosto de 1998, con más de 220 víctimas mortales y miles de heridos. Ahora bien, su objetivo no era la conquista mundial, sino la expulsión de «cruzados y judíos» de las tierras que reclamaban como musulmanas.
El 11 de septiembre de 2001 integrantes de Al-Qaeda secuestraron cuatro aviones que estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York, el Pentágono (Virginia) y un campo de Pensilvania (los pasajeros evitaron que llegara a su objetivo, el Capitolio). Hubo 2.977 víctimas mortales, procedentes de 115 países. Entre ellas se hallaban un norteamericano de ascendencia burgalesa, el empleado de banca Edelmiro Abad Elvira, y una chica con doble nacionalidad española y estadounidense, Silvia de San Pío. Casada y embarazada, trabajaba como analista en una firma que tenía sus oficinas en el World Trade Center. Su marido, John Resta, también falleció en el ataque.
Los aviones habían colisionado a las 8:46 y a las 9:02 horas, pero las torres aguantaron 56 y 102 minutos respectivamente antes de derrumbarse. En el ínterin cientos de bomberos, policías y sanitaros habían acudido al lugar de los hechos. 403 trabajadores públicos murieron intentando salvar vidas. Uno de los agentes, Jerónimo Domínguez Meza, era de origen zamorano.
El entonces presidente de EE UU, George W. Bush, no tardó en declarar la «guerra contra el terror». El primer paso fue la invasión de Afganistán en 2001. De manera indirecta, aquella estrategia desembocó en la guerra de Irak en 2003. Ni las victorias militares ni el asesinato de Osama bin Laden en 2011 acabaron con la amenaza yihadista. Hoy, cientos de miles de muertos después, los talibán han vuelto a controlar Afganistán, con todo lo que eso supone, especialmente para las mujeres. Y, aunque mermados, los terroristas de Al-Qaeda y Dáesh siguen en activo. Por desgracia, el mundo no parece un lugar mucho más seguro que aquel fatídico 11 de septiembre de 2001.