EL CORREO 12/01/13
La firma del Pacto de Ajuria Enea, hoy hace un cuarto de siglo, entre todos los partidos salvo HB trazó una línea entre demócratas y violentos.
El final político de ETA se gestó un día como hoy hace 25 años. Los partidos vascos fijaron en una fría y oscura tarde vitoriana la línea que separaba a los demócratas de los violentos; quienes querían una sociedad en paz frente a quienes apoyaban y jaleaban a los terroristas. Marca de defunción. El principio del fin. La imagen de todas las fuerzas políticas vascas, excepto la izquierda abertzale tradicional –representada entonces por HB–, con el lehendakari José Antonio Ardanza a la cabeza suscribiendo el conocido como Pacto de Ajuria Enea escenificó el hastío social frente a atentados, amenazas y extorsión. Un mensaje que ETA ha tardado en interiorizar por completo dos décadas y media. La banda acabó por asumir la realidad el 20 de octubre de 2011, cuando anunció el «cese definitivo de la actividad armada».
Una foto sin glamour tras 54 horas de debate
La foto estaba prevista para mediodía, pero se demoró hasta las seis de la tarde de aquel 12 de enero de 1988. Los flecos pendientes del acuerdo –la redacción de un anexo exigido por EA sobre el papel de la Ertzaintza– retrasaron hasta esa hora la presentación de un pacto que iba a ser histórico. Ninguno de los presentes era consciente entonces de la relevancia de la firma de aquel documento, aunque todos coinciden que sabían de la «gran importancia» de la imagen de unidad que estaban protagonizando. Así lo han reconocido en conversación con este periódico José Antonio Ardanza (PNV), Txiki Benegas (PSE), Kepa Aulestia (Euskadiko Ezkerra) e Inaxio Oliveri (EA).
La fotografía de la firma del documento careció de cualquier glamour, como atestigua la instantánea que encabeza esta información. Muy lejos de los actuales estudios de imagen, la comparecencia de los siete firmantes se decidió «en apenas un par de minutos». Casi improvisada. Todos juntos alrededor de una mesa que parece muy pequeña en comparación con la trascendencia de lo que se suscribía. Plagada de micrófonos, el protagonismo recayó en las palabras del lehendakari. A los lados del jefe del Ejecutivo se fueron sentando los representantes del resto de fuerzas. En principio, se distribuyeron en función del peso parlamentario de sus respectivos partidos. Con una salvedad: Arzalluz cedió su puesto a Aulestia como deferencia a su labor durante la redacción del documento.
Las 54 horas que mantuvieron de encierro en Ajuria Enea durante tres días seguidos, comidas y cenas incluidas, habían propiciado un clima de cierto camaradería. Las reuniones se celebraban en la planta baja del palacete vitoriano, en una «sala alargada», según recoge Ardanza en sus memorias, «que daba a los jardines» de la residencia. El pórtico que conecta el césped y la estancia estaba abarrotado por «decenas» de periodistas que aguantaban allí plantados «hasta las tres y las cuatro de la mañana». Sólo un «ligero visillo» separaba a informadores y políticos. Desde fuera no se podía escuchar, pero sí identificar las siluetas de los políticos. Así se pudo saber del enfado de Txiki Benegas nada más iniciada la primera reunión por sus gestos elocuentes y los gritos que profería. Para evitar este tipo de ‘filtraciones’ los responsables de Ajuria Enea optaron por correr los cortinones para evitar transparencias. Desde entonces los representantes de los partidos se vieron privados de la luz natural durante sus conversaciones. Unas reuniones que empezaban mal por la mañana, según varios de los presentes, pero que se reconducían tras la comida. Todo muy vasco.
Alfredo Marco Tabar CDS: El parlamentario del partido de Suárez pasó al PP, con el que fue diputado de Presidencia de Álava antes de retirarse. Inaxio Oliveri EA: El exsecretario general del partido de Garaikoetxea fue consejero de Educación y rector de Mondragoiko Unibertsitatea. Txiki Benegas PSE-PSOE: El secretario general del partido en aquella época, todavía continúa en la política como diputado por Bizkaia. José Antonio Ardanza Lehendakari: Dirigió el Gobierno vasco (1985-1998), para dejar la política en 2000 y pasar a presidir Euskaltel hasta 2011. Kepa Aulestia EE: Era secretario general de la extinta Euskadiko Ezkerra hasta que abandonó la política y pasó al mundo del periodismo.
Aquel 12 de enero de 1988, después de 54 horas de conversaciones y de tres días de práctica reclusión total en el palacete donde el lehendakari tiene su residencia, representantes de PNV, PSE, EA, Alianza Popular, Euskadiko Ezkerra y CDS alumbraron el denominado oficialmente ‘Acuerdo por la normalización y pacificación de Euskadi’. Un texto que había requerido, además de una maratoniana negociación final, más de tres meses de contactos discretos, e incluso secretos, entre las diferentes formaciones y cierta complicidad entre los gobiernos de Madrid y Vitoria. Un diálogo no exento de «broncas personales», «sinceridad» y hasta cierto riesgo de quiebra del consenso –el representante de EA aceptó respaldar el documento en el último momento, tras haber roto la negociación a ultimísima hora de la madrugada anterior por las reticencias de Carlos Garaikoetxea–.
Los partidos firmantes trasladaban por vez primera un claro mensaje tanto a la sociedad como a ETA y su entorno: que el 80% del arco parlamentario estaba unido frente a la sinrazón de la violencia –la media era de prácticamente un asesinato a la semana– y que ese problema era una cuestión que debían resolver los vascos con el Estatuto de Gernika, al que daban total «legitimidad» como punto de partida. Y que el terrorismo era «la expresión del totalitarismo, no de un conflicto no resuelto», según confiesa uno de los bruñidores de aquel documento.
El contexto por aquel entonces era muy diferente al actual. ETA golpeaba con toda su crudeza, con múltiples atentados contra miembros del Ejército, de la Policía, la Guardia Civil e, incluso, de la Ertzaintza –en 1985 había sido asesinado el primer jefe de la Policía autónoma, Carlos Díaz Arcocha–. En el verano del 87 se registraría, además, una de las acciones más sangrientas de la organización terro rista: el atentado de Hipercor, en Barcelona, que causó 21 víctimas mortales y provocó heridas a otras 45. A comienzos de diciembre ETA completó su espiral de locura al hacer estallar un coche bomba contra la casa cuartel de Zaragoza. Murieron once personas, cinco de ellas menores.
El Gobierno de Felipe González (PSOE) estaba «preocupado de verdad» por la situación y volvía a oírse «ruido de sables», según explican varios de los protagonistas de aquella época. Como en los meses previos al 23-F de 1981. También comenzaban a aflorar por entonces las investigaciones sobre los crímenes de los GAL y la conocida como ‘guerra sucia’.
«Auténtico guirigay» político
En aquel escenario la política vasca se había convertido en un «auténtico guirigay», con una división completa entre partidos, con rencillas que casi alcanzaban a lo personal y en la que nacionalistas y no nacionalistas parecían incapaces de alcanzar ninguna clase de acuerdo. La unanimidad era una quimera. Tampoco ayudaba mucho el clima social, lastrado, como ahora, por una importante crisis económica. El paro golpeaba entonces al 22% de la población. Tiempo de reconversión industrial. Tiempos grises retratados en blanco y negro.
La «necesidad» de trasladar algún tipo de esperanza a la sociedad «obligó» a los partidos a ponerse de acuerdo, en un ejercicio de diálogo que sólo se había conocido con anterioridad con la propia firma del Estatuto de Gernika. Dejaron atrás reproches como los que los nacionalistas lanzaban a las formaciones constitucionalistas –o «sucursalistas», como Txiki Benegas asegura que se denominaba a PSE, AP y CDS– acerca del escaso desarrollo del autogobierno. Olvidaron críticas como las que los abertzales recibían por su supuesta connivencia con ETA. Y trabaron un Pacto de Ajuria Enea en el que se marcaba una auténtica ‘hoja de ruta’ de lo que debía ser el futuro de un País Vasco normalizado y sin violencia.
Con dos líneas maestras. Por un lado, que cualquier idea, incluida las ansias de mayor autogobierno e incluso la indepen dencia, podía ser llevada a la práctica por medios pacíficos y democráticos. Y, por el otro, que el Gobierno estaría facultado para abrir un diálogo con la organización terrorista en el caso de que la banda diera nítidas evidencias de haber renunciado a su actividad. Este último aspecto se recogía en el famoso punto 10 de aquella declaración, que luego sería recuperado por José Luis Rodríguez Zapatero –y también por el PNV presidido por Josu Jon Imaz y luego Iñigo Urkullu– en 2005 para sustentar la declaración del Congreso por la que se habilitaba al Ejecutivo del PSOE a abrir contactos con ETA. El acuerdo de 1988 determinaba, además, la «generosidad» con los terroristas si abandonaban su actividad y asumían procesos de reinserción «individuales», dejaba la puerta abierta a aumentar los lazos de relación entre Euskadi y Navarra y también reconocía el papel de las Fuerzas de Seguridad del Estado.
El Pacto de Ajuria Enea representó lo mejor y lo peor de la política vasca. Aunque tuvo vigencia durante una década, su espíritu y letra mantuvieron cohesionados a los demócratas apenas cuatro años. El «protagonismo» que aquel acuerdo dio a Ardanza –el lehendakari era quien llevaba la voz cantante en materia antiterrorista– comenzó a resquebrajar la unidad. También favoreció el desgaste y el relevo entre los integrantes de la que se denominó Mesa de Ajuria Enea. Mucho de aquel acuerdo residió en la relación «personal» que trabaron sus firmantes y en los riesgos que, más o menos, todos ellos corrieron para asumir las posiciones del otro. Xabier Arzalluz escondiendo determinados aspectos de la negociación al EBB, lo mismo que Benegas con el PSOE; el difunto Julen Guimón llamando a dirigentes del PP que no podían cogerle el teléfono para evitar que echaran para atrás las referencias a Navarra; o Inaxio Oliveri discutiendo con Carlos Garaikoetxea para que el fundador de EA diera el visto bueno al texto.
Transcurridos 25 años los protagonistas alzan la mirada atrás y coinciden en señalar que aquel pacto tendría aún una significativa vigencia en cuestiones como la gestión de la actual situación de los presos, la prevalencia de los valores democráticos sobre cualquier otra cuestión o la relación entre Euskadi y la comunidad navarra. Pero esa es una historia que corresponde a los actuales responsables de cada partido. La historia aún se escribe.
LAS CLAVES DEL ACUERDO
Consagraba la prevalencia de los principios éticos y democráticos frente al terrorismo, identificado como un «inadmisible desprecio» a la voluntad popular y a los derechos humanos Frente a la amenaza de la violencia y las tentativas de deslegitimar el marco estatutario, defiende su validez como representación de la voluntad popular y como suelo adecuado para la convivencia Subraya que reivindicaciones sobre el autogobierno o las relaciones entre Euskadi y Navarra no pueden esgrimirse ni para justificar la violencia, ni como contrapartida para el cese de la misma La erradicación del terror se presenta como un «objetivo común y fundamental» de todas las fuerzas democráticas. Reclama para las instituciones vascas el liderazgo de la acción política y social contra la violencia.
EL CORREO 12/01/13