Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- Mientras los jubilados en España tienen una renta que es un 6,4% superior a la media europea, los trabajadores jóvenes perciben un 7,3% menos que sus homólogos de la UE
Hace ya mucho tiempo que la lucha de clases perdió su dramatismo. Hoy es muy difícil encontrar grandes masas de trabajadores enfrentados violentamente al capital y son muy pocos los que realizan trabajos repetitivos en masa. Trate usted de crear un sindicato en un grupo de trabajadores nómadas digitales y verá lo difícil que resulta sumar intereses homogéneos y encontrar reclamaciones comunes. Mucho más fácil resulta encontrar capas de la sociedad en donde los intereses, las ventajas y las exigencias se ordenan por edades. Basta con hacer unos números para comprobar que los presupuestos del Estado discriminan a los jóvenes y premian a los mayores. La sanidad y las pensiones reciben hoy mucho más dinero que la educación y la vivienda, de tal manera que la fuerza electoral de los ciudadanos de más edad se impone con facilidad.
Su capacidad de presión es una fuerza invencible. Nadie se atreve a llevarnos la contraria a los pensionistas; nadie se atreve a racionalizar su tendencia actual –no digamos a reducir cosas como el gasto sanitario– y, por supuesto, nadie se atreve a tocar el correspondiente a las pensiones. La osadía es la fórmula invencible que conduce inexorablemente al fracaso electoral.
El Instituto Juan de Mariana, que acoge solícito a los restos del pensamiento liberal que sobrelleva sus miserias en España, acaba de proporcionar algunos datos relevantes que conviene conocer, aunque luego los usemos como picadura para encender la pipa. Primero, la desigualdad de la riqueza. Es cierto que los mayores hemos tenido más años para acumular riqueza, pero algo relacionado con la renta ha tenido que suceder para explicar este desequilibrio.
En 2002 los menores de 35 años poseían el 7,5% de la riqueza total. Hoy, ese porcentaje ha bajado al 2%. Mientras tanto, los mayores de 75 años han pasado de ser propietarios del 8% al 20%. La riqueza mediana de los nacidos en los años 80 es el 50% de la de los nacidos en la década de los 60. Si hablamos de renta, entre 2008 y 2024, el ingreso real de los trabajadores de 18 a 29 años ha caído un 3%, frente al incremento del 18% que han obtenido los mayores de 65 años. Mientras que las nuevas pensiones de jubilación ya superan el sueldo medio de los menores de 35 años (1.760 euros vs. 1.670 euros).
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Son generosas las pensiones en nuestro país? Pues depende de cuál sea el nivel de la pensión, pues las mínimas nadie puede calificarlas de generosas. Pero hay más datos que dibujan un sistema de pensiones que se ha convertido en insostenible en medio de la indiferencia general. En promedio, un jubilado recibe un 62% más de lo que aportó al sistema a lo largo de su carrera laboral, según ha confirmado el Colegio de Actuarios de España. La generosidad del sistema hace que el déficit real de la Seguridad Social se haya disparado (ronda el 3,8% del PIB, unos 56.000 millones) y que la deuda implícita derivada de las promesas futuras que no están financiadas en la actualidad ascienda ya al 507% del PIB.
El sistema es insostenible, a pesar de la factura fiscal que conlleva y que vuelve a perjudicar a los jóvenes. Desde el año 2010 las cotizaciones son insuficientes para financiar las pensiones y el agujero se cubre con una carga fiscal cada vez más abultada que recae sobre los trabajadores. La renta dedicada a pagar IRPF y cotizaciones sociales supone ya el 39,5% del coste laboral, frente al 31,8% observado en la OCDE. Si añadimos el IVA, el IBI y otros gravámenes de referencia, el ‘Impuestómetro’ del instituto muestra que el salario medio soporta una carga fiscal del 55%. Un último dato comparativo. Mientras que los mayores de 65 años en España, los jubilados, tienen una renta que es un 6,4% superior a la media europea, los trabajadores españoles (los jóvenes) perciben un 7,3% menos que sus homólogos de la UE.
Así que resulta fácil de explicar el hecho sangrante de que tengamos la mayor tasa de paro de la Unión Europea, que la edad media de emancipación sea la más elevada y que solo el 20% de los menores de 35 años disponga de una hipoteca en vigor, cuando el 80% de los ‘boomers’ era propietario a esa edad.
El futuro tampoco se presenta halagüeño. Según la Comisión Europea, «una parte cada vez mayor de los ingresos fiscales deberá destinarse al pago de pensiones si no se suben los impuestos, lo que planteará difíciles opciones de ajuste para los Estados miembro afectados». España será el país en el que más aumente este esfuerzo destinado a las pensiones. Si en el año 2022 equivalía al 35% de los ingresos fiscales (sumando impuestos y cotizaciones), subirá hasta el 46% en 2050. Esto situará a España en la posición más delicada de todos los países europeos y planteará un gran interrogante: sacrificar otras partidas o subir los impuestos.
Es cierto que los jóvenes disponen de cosas como el bono cultural, los descuentos en el transporte y las becas Erasmus que nosotros no teníamos, pero eso son derivadas de unos propuestos que dan para todo. Pero, obviando el pequeño matiz de que todas las previsiones indican que nos moriremos antes, podemos exclamar jubilosos: ¡Vejez, divino tesoro!