IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Al sanchismo no le acaba de funcionar la ‘moto’ del crecimiento económico porque el problema esencial es el piloto

Al final va a tener razón Iván Redondo cuando sostenía que el marco de las elecciones sería emocional y no económico. Sólo que la polarización ideológica —en realidad más sentimental o biográfica que otra cosa- en la que se ha venido basando la estrategia de la Moncloa tiene todos los visos de habérsele vuelto en contra, en buena medida porque el presidente se las ha apañado para suscitar una potente fobia sobre ‘Su Persona’.

Feijóo también creyó al principio que al sanchismo lo iba a derribar el subidón inflacionario, pero los resultados en Madrid y Andalucía, amplificados luego en las territoriales de mayo, le hicieron comprender que el escenario había cambiado y que estas elecciones son un plebiscito sobre Sánchez y sus estragos… si el el PP deja de enredarse con su política de pactos. El Gobierno se desespera al ver que no arranca ‘la moto’ de unos datos macro relativamente aceptables aunque algo trucados por un Instituto de Estadística imbuido del espíritu trapacero de Tezanos. Es lo que sucede cuando el poder se instala en la política del engaño sistemático: que la gente pierde la confianza y se hace demasiado tarde para pintar otro cuadro electoral capaz de seducir a los ciudadanos. El factor esencial de decisión de voto son los incumplimientos y embustes de estos cuatro años. Los que han hecho posible que un gobernante desprestigiado tenga que contestar en la radio la letal pregunta de por qué nos ha mentido tanto.

Aún así, una gestión económica razonable podría apuntalar las expectativas del Ejecutivo socialista si de veras hubiese resultado efectiva. Sucede que ese presunto éxito, sin ser del todo mentira, no acaba de percibirse en las capas más castigadas por el fenómeno alcista. La derrama subvencional, las subidas de pensiones y salario mínimo o las medidas para rebajar el precio de la energía son insuficientes para compensar la brusca pérdida adquisitiva de millones de familias y negocios castigados por la carestía. El ingreso mínimo vital apenas ha llegado a un tercio de los solicitantes —cifras de la Airef— por falta de agilidad administrativa. Y el incremento de la recaudación por vía fiscal directa o indirecta ha puesto a las clases medias al borde de la asfixia. Las cuentas de Calviño, Escrivá y compañía quedan bien para lucir en las grandes estadísticas, pero no alcanzan a equilibrar el aumento del coste de la vida. En esas condiciones, el triunfalista balance oficial deja insatisfechos a los votantes potenciales de una izquierda en patente proceso de desgaste. Si esos segmentos sociales constatasen en carne propia una mejoría relevante tal vez podrían olvidarse de los embustes gubernamentales, de los arrumacos con Bildu o de los indultos a los líderes separatistas catalanes. Pero lo que siguen notando es el efecto de un encarecimiento galopante. Y el motorista no les ofrece otros motivos para ilusionarse.