Antonio Elorza-El Correo
- Edmundo González fue acogido «por razones humanitarias» y después, objeto de una habilísima maniobra de cinismo político
Edmundo González Urrutia, presidente electo de Venezuela, piensa viajar a Caracas, a efectos de tomar posesión de su cargo el día 10. Solo hay algo seguro. Si cumple su propósito, será detenido apenas salga del avión y procesado por terrorismo y atentar contra las instituciones.
El vencedor de las elecciones fue acogido en España, «por razones humanitarias», el 19 de septiembre, y desde entonces fue objeto de una habilísima maniobra de cinismo político. Tuvo sus prolegómenos en la residencia del embajador español en Caracas, con los esbirros de Maduro como vigilantes invitados. Las fotos mostraban luego a Urrutia, paseando por el jardín de La Moncloa bajo la mirada conmiserativa de Pedro, a diferencia del solemne recibimiento allí mismo al palestino Mahmud Abás. Uno sí era reconocido presidente, otro no. Un montaje eficaz, favorecido por la torpeza del PP (González Pons) y auspiciado desde lejos por el mediador con Maduro, el expresidente Zapatero.
Para dejar las cosas claras, el PSOE se empeñó a fondo de inmediato en Bruselas a fin de evitar que la UE reconociese la presidencia ganada por Urrutia. Hasta el punto de que al ser votada una resolución en ese sentido, aun en tono menor, a los ocho socialistas españoles que rompieron la disciplina de voto les fue obligado que pidieran rectificarlo, habiendo votado a Urrutia «por error». Así se cumplía el deseo de Sánchez: contra él solo estaba la derecha, también en Europa.
En esta idílica demostración de fraternidad con «el país hermano», léase con Maduro, solo falló la ministra Robles, hablando de dictadura, y España se ganó una buena bronca de Caracas. Y para guinda del pastel, Sánchez ha nombrado nuevo embajador en Venezuela, forma inequívoca de reconocer al dictador.
‘¿Por qué, por qué, al tratar de Venezuela me abandonas?’, tendría derecho la democracia de preguntar a Sánchez, sobre la música de una vieja canción. Nada tendría sentido si el chavismo hubiera consistido en aquello que proclamaba su fundador, lo que él mismo contó durante su visita a Madrid en 2004: una política consagrada al bienestar del pueblo y a acabar con la corrupción en su país, extendiendo en América el «ideal bolivariano». Lo que vendieron los futuros fundadores de Podemos, turiferarios del «inmortal Chávez», como socialismo del siglo XXI.
Las cosas siguieron otro camino, según narra Anne Applebaum en ‘Autocracia S.A.’ El recorrido tiene algún paralelismo con el nuestro. Una vez llegado al poder para acabar con la corrupción, muy pronto la tolera para los suyos de acuerdo con la máxima denunciada por su compañero y amigo Jesús Urdaneta, jefe de Inteligencia, cesado súbito: «Si eres leal, puedes robar».
A partir de ahí, para subsistir y prosperar, la cleptocracia fue forzando la erosión del Estado de Derecho, hasta la eliminación de la democracia. Una actuación profesional de los jueces era el obstáculo a eliminar. Todo el aparato de Estado acabó contaminándose, mientras como única fuente de riqueza, el petróleo facilitaba unos recursos que en gran medida fueron transferidos al exterior, a personas, cuentas bancarias e inversiones receptoras del expolio. El patriotismo de Chávez se mutó en internacionalización del fraude.
Fueron las dos caras de la puesta en práctica del ideal bolivariano, ambas conducentes a la penuria y a la corrupción. De un lado, según el mismo Chávez me explicó en 2004, tratándome de «hermano», generosidad sin límites para el aliado: «Para Cuba, petróleo barato, y si no quieren pagar, que no paguen». ¿Y Venezuela? Sin respuesta. La otra cara resulta menos romántica. Es esa proyección exterior de una corrupción de Estado, que por una parte empobrece a Venezuela y por otra genera redes de clientelismo político y corrupción exterior. El chavismo produce lealtades sórdidas como la de Monedero y, en lo económico, focos corruptores como el de Víctor de Aldama.
Los datos son incompletos, pero sobran indicios. Ahí están la actuación de Aldama, comisionista y defraudador, el desconocido al que Sánchez invita y que recibe a Delcy -¿sin maletas?- con Ábalos; el episodio del fraude millonario en torno al embajador Raúl Morodo, sobre el cual el ministro Moratinos estuvo ciego, sordo y mudo; el protagonismo permanente de Zapatero bajo la máscara de desinteresado mediador proMaduro.
Son las piezas de un puzle que apuntan en una sola dirección. No solo se desarrolló en altas esferas esa ‘corrupción de los leales’, del ‘caso Koldo/Ábalos’ a partir de las mascarillas, al modo chavista, sino que razonablemente cabe suponer una contaminación de la ‘chavista connection’, de naturaleza económica, sobre nuestro centro de decisiones de Estado.
Al igual que Chávez tras la denuncia de Urdaneta, Sánchez se encuentra en condiciones de aclararlo todo y limpiar sus establos de Augías. Sería su deber y su honor. De no hacerlo, tendríamos una posible respuesta a la canción, sobre su abandono de la causa democrática en Venezuela.