- El cambio en Venezuela abriría tenebrosos expedientes de corrupción e injerencia política del chavismo en España, y afectaría negativamente a las expectativas domésticas de Sánchez
La evolución de las cosas en Venezuela está lanzando al mundo dos mensajes políticos verdaderamente criminales y demoledores, que por eso mismo no deberíamos ignorar.
Primer mensaje: la resistencia pacífica a la dictadura puede resultar inútil, por muy ejemplar y moderada que sea, incluso tras ganar limpia y masivamente unas elecciones en las que la oposición partía con brutal desventaja, y que la dictadura intentó modificar con uno de los fraudes más impúdicos de la historia del pucherazo, tan burdo y delictivo que solo pueden reconocerlo sujetos como José Luis Rodríguez Zapatero y Gustavo Petro.
El segundo mensaje, simétrico, es que el tirano puede asegurarse la dictadura, incluso con elecciones y competencia electoral, si tiene el control de todas las instituciones del Estado, del ejército a la fiscalía, cuenta con la pasividad internacional de los gobiernos democráticos y puede burlar la voluntad popular y reprimir a la oposición cuando y como le convenga.
La síntesis es demoledora: la resistencia legal y pacífica es impotente contra una dictadura criminal disfrazada de democracia, que tolera elecciones a condición de que la oposición las pierda siempre, y con impunidad garantizada para extorsionar, encarcelar, torturar, matar y desterrar. Si alguien cree que esta regla solo rige en Venezuela y países parecidos está muy equivocado: Europa pasó una crisis no tan distinta hace un siglo (y acabó en la Segunda Guerra Mundial).
Solidaridad entre dictadores
A las dictaduras como la de Maduro les ayuda mucho la colaboración de terceros, en concreto la del Gobierno de Sánchez sacándole de encima a Maduro la peligrosa espina de Edmundo González, el verdadero ganador de la presidencia venezolana. Lo desolador es que Edmundo González no es el primer vencedor electoral mandado al amargo pan del exilio. También lo han comido Leopoldo López, el exalcalde de Caracas Antonio Ledezma, y Juan Guaidó, reconocido como presidente interino de Venezuela por la Unión Europea. Ocho millones más de venezolanos, cuarta parte de la población del país, han tenido que exiliarse para escapar a la represión política o al hambre. Y España ha tenido un papel acogedor del exilio mucho más activo que el de firme apoyo a la resistencia, meramente retórico.
Contra lo que pueda parecer, la posición europea de neutralidad a la catalana, naturalmente liderada por Josep Borrell (apoyo verbalmente a la oposición, pero reconozco la dictadura), resumida en el cuento evasivo de reclamar actas electorales que saben impresentables, no es prudente ni pragmática; todo lo contrario, es una imprudencia que apunta ser desastrosa para la democracia, y por tanto para Europa.
Lo más siniestro del caso es el fracaso sostenido, repetido y al parecer sin solución de las vías legales, dialogadas y pacíficas para restablecer la democracia en Venezuela
La narcodictadura de Maduro disfruta del apoyo de la nefasta paleoizquierda del Grupo de Puebla, donde el PSOE está oficialmente representado por Adriana Lastra en condición de “fundadora” (Irene Montero también funge por Podemos), y por el Eje de las Autocracias formado por China, Rusia e Irán. No hace falta especular con el interés de estas dictaduras en asistir a una derrota pacífica de Maduro, pero este aún se beneficia más de la senil pasividad europea y del aislacionismo de Estados Unidos, en plena campaña presidencial alérgica a aventuras exteriores (en el primer debate presidencial fue aludida por Trump para acusar a Harris de querer convertir Estados Unidos en “Venezuela con esteroides”).
Lo más siniestro del caso es el fracaso sostenido, repetido y al parecer sin solución de las vías legales, dialogadas y pacíficas para restablecer la democracia en Venezuela. Ciertamente, sigue allí la admirable María Corina Machado y miles de activistas opositores, pero el exilio forzado de Edmundo González refuerza a Maduro: el tiempo corre a su favor. El reconocimiento de González como legítimo presidente este pasado miércoles en el Congreso de los Diputados tiene, por desgracia, la limitada eficacia de los actos meramente simbólicos.
La gasolina de la Transición
España ha sido el modelo mundial de cambio pacífico de una dictadura consolidada a una democracia pactada, la Transición. Por razones que en parte hemos recorrido en estas columnas, la gasolina reformista y creativa de la Transición se agotó hace tiempo, sustituida por el humo achacoso de un motor político gripado, acercándonos peligrosamente a esa dictadura perfecta que Pedro Sánchez y sus socios ni se molestan ya en disimular.
En dos generaciones, hemos pasado de referencia mundial del cambio pacífico a la degeneración política profunda. Por eso la colaboración con el régimen de Maduro, conocida de sobra por escándalos por aclarar como las maletas de Delcy, asciende otro escalón con el favor de acoger en Madrid a Edmundo González. Porque si alguien no está interesado en el cambio democrático pacífico en Venezuela fuera de ella, es Pedro Sánchez.
El cambio en Venezuela abriría tenebrosos expedientes de corrupción e injerencia política del chavismo en España, y afectaría negativamente a las expectativas domésticas de Sánchez. Vivimos en un mundo globalizado donde la hispanidad ha recristalizado de modo prodigioso, como demuestra que los asuntos argentinos, venezolanos y españoles estén más entrelazados que nunca desde 1820. A Sánchez le conviene cultivar el conformismo resignado de que es imposible hacer nada contra la dictadura perfecta de su socio Maduro, que también adopta a toda velocidad López Obrador en México al final de su mandato derogando la justicia independiente.
Los hechos impuestos por un poder despótico que recurría a la fuerza dieron la razón a los revolucionarios como Thomas Payne, Benjamin Franklin, George Washington… y los mucho más radicales jacobinos franceses
Quizás en Venezuela aún puedan producirse cambios positivos que tambaleen la dictadura, pero la carta jugada por la oposición con aguante admirable, la de un presidente electo sin la menor mácula y la denuncia del pucherazo oficial, ya es una carta amortizada en Madrid.
El meollo del asunto es este: si las vías legales y pacíficas no sirven frente a la dictadura, si cualquier aspirante a dictador puede imponerse ante la pasividad internacional, burlando todas las normas porque controla todos los resortes del poder, ¿qué alternativa no violenta le queda a la democracia?
Vuelven los dilemas prerrevolucionarios del periodo 1776-1848, que cambió el mundo entero, cuando pese al empeño de los reformistas como Edmund Burke por defender las reformas constitucionales frente al asalto a la Bastilla, los hechos impuestos por un poder despótico que recurría a la fuerza dieron la razón a los revolucionarios como Thomas Payne, Benjamin Franklin, George Washington… y los mucho más radicales jacobinos franceses. Y un siglo después a Lenin y su obra maestra del asalto al poder: ¿Qué hacer? Convendría darle una vuelta.