- Es sabida la complicidad del partido de Sánchez y de las formaciones a su izquierda con el régimen bolivariano, de la misma manera que en Bruselas se considera a España como una democracia en riesgo. Una cosa lleva a la otra
La voluntad de permanecer quedó pronto patente por la distribución del poder, en vez de generar riqueza la depredaban, y por el establecimiento de estrechos vínculos con el narcotráfico y con el crimen organizado. La íntima colaboración de los servicios de inteligencia y de seguridad cubanos iba en la misma dirección. Necesitaban tener un control suficiente sobre la sociedad venezolana para impedir la emergencia de un bloque opositor capaz de cuestionar su hegemonía. Se hicieron con el control de los medios de comunicación, compraron voluntades de unos, chantajearon a otros y asesinaron o encarcelaron a quienes consideraron conveniente.
En esas condiciones la economía venezolana se hundió, como décadas antes la cubana. No había seguridad jurídica, el dinero huía, la sociedad se empobrecía al tiempo que sentía como su libertad y su seguridad se cuestionaban. Como había ocurrido en Cuba se produjo una emigración masiva. Se habla de hasta ocho millones de venezolanos que están tratando de organizar sus vidas en otros estados. Sin embargo, lo que es un desastre para la sociedad venezolana es un regalo para sus gobernantes, cada vez más ricos.
Durante mucho tiempo la oposición no estuvo a la altura de las circunstancias políticas. Eran lógicas las críticas a sus dirigentes. Sin embargo ¿Hubieran podido derribar el régimen bolivariano si hubieran actuado con más inteligencia? Quizás en los primeros tiempos, pero no después. El bolivarianismo llegó para quedarse, de ahí que sus cuadros dirigentes no hayan tenido reparo en robar, matar, encarcelar injustamente, arruinar negocios y familias, entrar en el mundo del crimen organizado… Sólo cederían el poder por la fuerza ya que, de otra manera, serían condenados a pasar el resto de sus vidas en las cárceles venezolanas o de otras partes del mundo. Ni quieren abandonar el poder ni pueden hacerlo.
La Administración Trump estudió cómo forzar un cambio de régimen por la fuerza, a través de su colaboración con los sectores más profesionales de las Fuerzas Armadas. Del estudio se pasó a la acción…, que concluyó en fracaso. El bolivarianismo surgió en las Fuerzas Armadas y sus dirigentes tuvieron buen cuidado de corromper a la cúpula militar, que es parte activa del tinglado, incluyendo de manera muy especial el control de todo lo relativo al crimen organizado. Igualmente, las Fuerzas Armadas tienen un destacado papel en las relaciones internacionales del régimen, destacando sus vínculos con Rusia, China, Irán y aquellos grupos vinculados a este último, como la entidad libanesa Hizbulá. Para los muchos oficiales que viven con horror la evolución del país y que, sin lugar a duda, preferirían un cambio de rumbo político, hay dos circunstancias que no pueden dejar de tener en cuenta. La primera es el control al que están sometidos por sus servicios de inteligencia, con la íntima colaboración de los cubanos. Cualquier paso en falso puede ser detectado, con consecuencias terribles. La segunda es la dificultad de que una asonada logrará plenamente su objetivo. El riesgo de que, como ocurrió en España en 1936, diera paso a una guerra civil, con una geografía como la venezolana, es real. Por todo ello un golpe de Estado militar es posible, pero no probable.
El régimen bolivariano ha ido más allá de la agenda trasformadora y escasamente democrática del Grupo de Puebla. Su abierto desprecio de la confrontación electoral dificulta el pleno respaldo de sus socios izquierdistas y le aboca al no muy selecto bloque formado por Cuba y Nicaragua, dictaduras corruptas capaces de garantizar sine die la pobreza de sus ciudadanos. Aún así, Maduro y sus compañeros de viaje no están solos. Tienen garantizado tanto el desprecio como la colaboración de rusos, chinos e iraníes. En la medida en que cree problemas a Estados Unidos, divida a los latinoamericanos y haga evidente la inconsistencia de la diplomacia europea el régimen será considerado un buen compañero de viaje, con los apoyos y complicidades que ello implica.
Podemos decir muchas cosas de los gobernantes cubanos y venezolanos, pero lo que es innegable es que saben lo que quieren y están dispuestos a luchar por ello. En eso coinciden con sus compañeros de viaje rusos, chinos e iraníes. Descuentan declaraciones, sanciones, expulsiones… mientras mantienen fijo el rumbo para desgracia, en la mayoría de los casos, de sus respectivas sociedades. China sería aquí una excepción, cuya valoración requería de muchas matizaciones. Por el contrario, tanto Estados Unidos como la Unión Europea han sido un ejemplo de incoherencia e inconsistencia, pasando de duras declaraciones y sanciones a ingenuos ejemplos de estrategias de apaciguamiento, que acababan fortaleciendo al régimen en vez de animarle hacia una transición hacia la democracia que nunca estuvo en sus planes. La izquierda norteamericana y europea ha sido responsable de este ensueño, que trata de ocultar simpatías y comprensiones inaceptables. La derecha es culpable de no saber en qué cree y, consiguientemente, qué quiere y de dejarse llevar por una corrección política sesgada ideológicamente. La historia de la política europea hacia Cuba es un perfecto ejemplo de todo esto y, en el mejor de los casos, es una vergüenza.
En la Unión Europea se reconoce la autoridad de las metrópolis sobre sus antiguas colonias o espacios de influencia. España debería estar fijando el rumbo diplomático ante lo que está ocurriendo en Venezuela, pero en este caso nadie lo espera. Es sabida la complicidad del PSOE y de las formaciones a su izquierda con el régimen bolivariano, de la misma manera que en Bruselas se considera a España como una democracia en riesgo. Y es que una cosa lleva a la otra. Sánchez trata de parapetarse tras las declaraciones de la Unión mientras se mantienen las conexiones con Caracas. Como ya hemos comentado con anterioridad la definición de la política exterior pasó del Ministerio a la Moncloa, donde personajes como Rodríguez Zapatero o Moratinos colaboran estrechamente con Sánchez. El resultado no siempre pasa por el Gobierno, el Ministerio o el Congreso; no es la expresión democrática de la voluntad popular, pero supone el compromiso de España con intereses ajenos a los nuestros y contrarios a los valores que informan nuestra Constitución, o lo que queda de ella.