IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Hace años, muchos, que Bruselas dejó de ser la guardiana de la ortodoxia financiera. El rechazo popular y las críticas técnicas que suscitaron las soluciones dadas a la crisis financiera, y en especial al caso de Grecia, atemorizaron a la Comisión y paralizaron al Consejo que, desde entonces, han enmarcado sus actuaciones en el esquema de ‘no molestar’, lo cual ha derivado en un desbarajuste de la deuda pública.

El Banco Central Europeo ha comprado cantidades masivas de deuda de los distintos países sin contrapartidas ni exigencias notables. Para confirmarlo basta con sumar las cantidades de deuda española comprada desde que se desató la pandemia, sensiblemente por encima de los 300.000 millones, y lo cómodos que han estado los gobiernos -el nuestro uno de los que más- a la hora de prometer gastos sin límite, subvenciones sin cuento y ayudas sin final. Su necesidad en unos casos y su mera conveniencia en otros han superado de lejos el reproche, al parecer absurdo, de que gastábamos lo que no teníamos ni tendremos durante un buen rato.

Pasada la pandemia llegó la guerra y eso detuvo de nuevo cualquier intento de retorno a la cordura presupuestaria. Pero la Comisión ha decidido ahora actuar y, todo el mundo puede estar tranquilo, lo hará sin derramar sangre ni molestar en exceso a los gobiernos. En primer lugar no habrá reglas generales, sino exigencias particulares y se concederán plazos de cuatro años que, ya de inicio, se declaran prorrogables. Es decir, que a Nadia Calviño -supongo que estará exultante-, no le afectará ni aunque Pedro Sánchez gane las próximas elecciones y le convenza para no irse de vuelta a Bruselas. Una decisión confortable que, por otra parte, nos garantiza negociaciones interminables y agotadoras. No solo habrá que negociar en bilateral, sino que cada país pondrá un ojo en sus compromisos y el otro, estrábico, en el del resto de países por si obtienen algo más y para exigirlo de inmediato. Es posible que lleguemos antes a Marte.

El comisario Paolo Gentiloni lo bordó ayer cuando dijo que «se trata, en definitiva, de que los países tomen el camino de la reducción de deuda sin marcar objetivos inalcanzables y que sean realistas con los desafíos que enfrentan». Le recuerdo que ‘realista’ no es sinónimo de ‘conveniente’, así que del Pacto de Estabilidad solo quedará algún pequeño comentario en los libros de historia económica.

Pues venga, a gastar, que a Bruselas no le importa y las elecciones están cerca.