Olatz Barriuso-El Correo

España se ha convertido en un maremágnum, en una hipérbole permanente, en la que empieza a ser complicado distinguir la ficción de la realidad. Por ejemplo, en el formulario creado ‘ad hoc’ por el Gobierno para justificar el frenazo político a una opa, la del BBVA sobre Sabadell, autorizada por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia se puede dejar volar la imaginación y votar con nombres creativos que no correspondan a ningún DNI español. Vale Elvis Presley (cortesía del popular Juan Bravo) o, un decir, Fridolin Ambongo, el papable congoleño. Incluso Pedro Chávez, que es como se dirigió ayer Abascal al presidente del Gobierno en el pleno en el que Sánchez informó, por decir algo, sobre el gran apagón.

Se supone que el Ministerio de Economía «depurará» después los datos para separar el grano de la paja, pero es difícil escapar a la sensación, máxime después de escuchar a Aitor Esteban poniendo en duda la vasquidad del BBVA, de que Moncloa lo tiene ya todo atado y bien atado para hacer descarrilar la operación de absorción del Sabadell y no soliviantar así ni a sus socios catalanes, ni a la patronal de Sánchez Llibre ni poner palos en las ruedas a un Salvador Illa al que el presidente identifica con la «concordia» que su acción de gobierno ha llevado a Cataluña.

Tiene trabajo el Ejecutivo, en todo caso, para pasar a limpio la famosa consulta. El término le puso ayer en bandeja la pulla a Míriam Nogueras, siempre dispuesta a zaherir al Gobierno. Se preguntó la diputada de Junts por qué se puede improvisar una consulta para un banco y no «un referéndum para un país». Sobre el papel, no le falta razón.

Se ha instalado la inquietante e infundada sensación de que todo es posible en España, sobre todo si es lunes, y ya no hay quien se apee de ahí. En Moncloa tenían claro que, a falta de certezas sobre las causas del ‘cero energético’ -es muy posible que nunca se sepa qué sucedió en esos cinco segundos que fundieron a negro el sistema- la estrategia no podía ser otra que la defensa a ultranza del modelo energético del Gobierno, o la huida hacia delante, según se prefiera. El argumentario, en esta España más caricaturesca que distópica, es elástico y se adapta a las circunstancias: si un día Sánchez se codea en el Cercle d’Economia con la patronal catalana para que, aunque aprieten, no le ahoguen, al cabo de un rato regresa a su cruzada contra los «ultrarricos» y les pide que paguen de su bolsillo la moratoria nuclear, si es que la quieren.

El propósito está claro, tanto en el Gobierno como en la oposición del PP: exagerar con trazo grueso un debate que no debería ser ideológico, sino técnico. Con todo, a Sánchez siempre hay que reconocerle un plus de creatividad para la vuelta de tuerca pasmosa. Ayer, la de aplaudir a la cívica España que él gobierna por no parecerse a las series apocalípticas de Netflix y elegir conducir con prudencia y bailar en la calle en torno a una radio de pilas en lugar de entregarse al pillaje y al instinto de supervivencia. Hasta tal punto de que los delitos descendieron en un 50% en los tres días posteriores al apagón, se jactó. Ventajas del caos. Después volvió el robo de cobre, la familia de la tele, el ruido y la furia. Pero el relato ya estaba fijado. España tiene escudo antiapocalipsis.