Ventajismo antieuropeo

 

Ignacio Camacho-ABC

La eurofobia, de izquierda o de derecha, surge de un recelo ideológico o sentimental hacia la sociedad abierta

 

Muchas sentencias como la del jueves, y muy graves, harían falta para que la pertenencia a la UE dejase de compensar a los españoles. El discurso euroescéptico, o eurofóbico, el Spexit -vaya palabreja-, contiene todo el oportunismo de los populistas, que no obstante se enfadan cuando se les considera el espejo, o reflejo invertido, del nacionalismo periférico. Pero el suyo es otro soberanismo miope que trata de aprovechar, como el catalán, un estado de decepción, de contrariedad o de cabreo. Es bien cierto que la integración comunitaria corre el riesgo de colapsar si no sufre pronto modificaciones significativas en sus reglas de funcionamiento, pero con todo y con ello supone para España un efecto mucho más positivo que adverso. Gran Bretaña, por ejemplo, con una moneda fuerte y un sólido sector tecnológico y financiero, tal vez pueda a la larga convertir su salida en un éxito. En cambio, basta pensar en la debilidad de la peseta de otros tiempos para hacerse una idea de lo que significaría para una economía exportadora abandonar el euro. La lista de lo que hemos recibido en tres décadas daría para una parodia como aquella de los Monty Python sobre los romanos en Galilea: simplemente nos convirtió en un país moderno. Hay que reformar el modelo, no el proyecto.

Las embestidas antieuropeístas responden a una motivación ideológica, vengan desde la derecha o desde la izquierda (extremas). La desconfianza en el liberalismo, el miedo a la globalización, el sentimiento de pérdida de la identidad o el rechazo al sistema. Ésa es la línea que une a Salvini con Varufakis, o a Vox con un Podemos que ahora suaviza su posición porque está a punto de tocar poder y no le interesa enfrentarse a Bruselas. Recelo de la sociedad abierta disimulado en la crítica razonable a ciertas consecuencias de la transferencia de decisiones a instancias y jurisdicciones externas.

En el caso de los tribunales, existen sin duda ciertos prejuicios históricos que no han sido suficientemente combatidos mientras el separatismo desarrollaba un intenso y aplicado trabajo propagandístico. Al Estado le ha faltado diligencia defensiva, y también peso político, y eso tiene mucho que ver en los veredictos negativos. Echarle la culpa exclusiva a la incomprensión extranjera es una reacción ventajista que ignora adrede que el ingreso en un organismo o en un círculo de intereses compartidos implica la aceptación indeclinable de normas y compromisos.

Es una realidad que se ha perdido gran parte del consenso ilusionado de otra época. Y que la UE atraviesa una crisis de valores, una fatiga de materiales y una degeneración institucional manifiesta. Pero fuera de ella sólo nos espera el ostracismo y la cuarentena. Hemos progresado mucho pero estamos lejos de constituir una potencia, y mientras no lo seamos -incluso siéndolo- Europa será siempre más solución que problema.