Visto desde la distancia, lo siento mucho, Euskadi no existe, y cuando uno se reencuentra con la bronca le suena tan pueril y artificial que, si no fuera por el rito de la violencia y la sangre, que afortunadamente yace bajo sordina desde hace tres años, uno tendería a despreciarlo.
Uno vuelve, por fin, con el trote alegre indisimulado de las veteranas mulas del cuartel cuando regresan de las maniobras después de más de un disgusto en estos periplos veraniegos que de todo tienen menos de descanso. Y el cielo nublado, el ambiente húmedo, las calles que se hunden ante tanta obra, el discurso cansino, aburrido, de hastío, es decir, el de siempre, ante la manifestación que Batasuna prepara, te reciben y te hacen exclamar con alegría: «¡Al fin estoy en casa!»
Visto desde la distancia, lo siento mucho, Euskadi no existe, y cuando uno se reencuentra con la bronca le suena tan pueril y artificial que, si no fuera por el rito de la violencia y la sangre, que afortunadamente yace bajo sordina desde hace tres años, uno tendería a despreciarlo. Lo serio está en sortear el caos aéreo provocado por el terrorismo islamista, terrorismo que es la auténtica vacuna para nuestro terrorismo doméstico, sortear las trabas burocráticas y policiales donde los visados no sirven para nada porque acaban de caducar, evitar quedarse en terreno de nadie recordando asustado la película de Tom Hanks, echar mano de los trucos juveniles de supervivencia, y, sobre todo, de la billetera, e ir saltando los obstáculos uno tras otro. Por fin, tras varios cambios de planes y diferentes conexiones aéreas, te espeta cariñosamente el familiar que ha ido preocupado a recogerte a la salida internacional de Barajas: «Sólo se os puede dejar ir a Benidorm». Y lo peor es que tiene razón.
Lo bueno de este alejamiento indeseado es que nadie te puede echar la culpa de lo sucedido en tu ausencia, desde la ocupación de las pistas del Prat a los incendios de Galicia, que con tanto empeño el Estado, el Estado residual -concepto insultante e incoherente viniendo de un socialista- intenta combatir. Nunca dejaré de recordar la indicación de Ramón Jáuregui tras la experiencia del Prestige de que en determinadas materias de protección civil las competencias debieran revertir en el Estado. Pero, aunque las experiencias de calamidades de los últimos años así lo aconsejen, no está el horno de la dinámica centrífuga de la política española actualmente alentada para estos bollos, y el Estado seguirá apareciendo residual cada vez más en éstas y en otras materias. Así lo hemos querido.
Antes de que mis malas experiencias veraniegas me aboquen a un relativismo que roce la más estúpida de las frivolidades les diré que todo tiene solución y hasta marcha atrás. Lo triste es que, como decían mis amigos trotskistas de la añorada juventud, «la maldita realidad» nos obligue, tras padecerla muchas veces, a darle por fin las soluciones debidas. Que cuatro incendios más como los de Guadalajara y Galicia nos van dejar sin un solo árbol, por mucho que algunos se consuelen echándole la culpa al adversario político de todo lo malo que pase, fomentando la peor de las educaciones para la ciudadanía que no habrá Ministerio de Educación que pueda paliar. Lo importante es que no somos capaces de limitar los estragos, en un país donde el Estado, residual también en esto, es incapaz de controlar las toneladas de billetes de quinientos euros acumulados escondiendo una economía indigna con respecto a nuestras declaraciones de modernidad. Y el Estado, la calidad del mismo, su presencia y fortaleza, aunque se contradiga a Maragall, es el primer indicativo del nivel de civilización al que llega un país. Que me lo digan a mí, que he padecido varios en este caos aéreo -me ahorro la apología que debiera hacer del francés y de Air France, porque seguro que alguno me llamaría pellotilla-.
Y al final no pasa nada, ni Euskadi existe, sólo en la imaginación de algunos que necesitaban de la violencia para darle notoriedad. Hoy, la violencia no es eficaz; por eso se produce una manifestación en paz, que, aunque masiva, no da para exaltar la existencia de un enorme país imaginario oprimido y sojuzgado por fuerzas extranjeras. La mani pasó por Donostia como pasan otras muchas, el mismo día del inicio de las fiestas, con un comedimiento ejemplar. Esto ya no es lo que era, y lo peor sería exagerar. Problemas, los de otras partes.
Eduardo Uriarte Romero. El País, País Vasco, 16/8/2006