Juan Carlos Girauta-ABC
- «España tiene algunos retos medioambientales, y desde su condición hay que abordarlos. El problema es elevar todo lo medioambiental a una emergencia existencial planetaria, porque entonces los datos solo pueden desanimarnos. Hay incendios, sí, y el problema tiene un abordaje plural. Pero si me lo llevas a la religión de sustitución, flaco favor estás haciendo al medioambiente»
Scarlet Johansson lamenta que la hayan hipersexualizado en su carrera. Presentarse como sujeto pasivo no deja de ser sorprendente, dado que podía rechazar los papeles. ¿O es que acaso la protagonista de ‘Match Point’ era la pequeña Marisol de ‘Tómbola’? Se trata de paternalismo (o maternalismo), de advertir a las jóvenes. Ella tenía que abrirse camino, sin embargo, las que vienen detrás deberían tener más cuidado. Las preocupaciones de Sacarlett Johansson presentan la misma estructura moral que las del mundo desarrollado. El discurso oficial de los países que hicieron su revolución industrial también es paternalista y deplora la forma en que llegaron a ser lo que son. El coste para el clima, según el consenso, ha sido terrible. Si los que llegaron detrás, los que están en ello y los que se disponen a estarlo, repitieran las mismas prácticas, se confiaran a las energías fósiles y dejaran la huella de carbono que hemos dejado nosotros, el planeta no resistiría. Somos la actriz pureta empeñada en privar de sus recursos a las que empiezan. Solo que estas, aunque nos sigan el rollo, no están dispuestas a que se cronifique nuestra superioridad en el juego económico y –guerras y posguerras mediante– en el concierto de las naciones.
A diferencia de la estrella estadounidense, cuya acumulación primitiva de capital (por ponernos marxianos) le permitió pasar de enseñar cacho a dirigir y producir, el mundo desarrollado no insinúa inconveniencias, no desanima a los que hacen cola para reproducir el modelo. Lo que hacemos es, directamente, prohibir, regular y poner zancadillas en nombre del planeta. Como quiera que una tercera parte de la humanidad vive en dos países, la China y la India, lo que hagan sus gobiernos dará al traste con cualesquiera objetivos lejanamente parecidos a lo que pontifican las élites europeas y estadounidenses. Por cierto, Estados Unidos, mira tú por dónde, es el segundo emisor mundial de gases de efecto invernadero. Con 340 millones de habitantes. La India, con mil millones más de almas que Estados Unidos, contribuye en menos del 7 % al total de emisiones de CO2, aproximadamente la mitad de la contribución de Estados Unidos a la parte antropogénica del calentamiento global, sea esta parte la que sea, que no está claro. ¿Y qué ha hecho la India? Decirle a la ONU que pospone veinte años el objetivo de cero emisiones netas, y se va al 2070. Largo me lo fiáis. A su lado parece discreta la China cuando retrasa la neutralidad de carbono al 2060. Con 1.400 millones de habitantes (o 1.500, el censo no es muy fiable), China encabeza las emisiones mundiales de CO2: casi un tercio del total. Los compromisos de China son apenas algo más fiables que los de Rusia, el país más grande del mundo, con una población algo inferior a los 150 millones y responsable del 5 % de emisiones globales.
Si la India pudo plantarse el año pasado en la cumbre del clima de Glasgow y anunciar una moratoria de 20 años en los lindos objetivos de la ONU, puede hacer lo mismo cuantas veces le convenga en los próximos 48 años. Y la China en los próximos 38. Estados Unidos también. Hay que ser muy ingenuo para creer que el todavía imperio, renuente pero imperio, no va a saber compaginar el dominio absoluto de sus élites en todas las causas de esta extraña era con la defensa de sus propios intereses. La climática es causa principalísima, de hecho es ya un sucedáneo de religión, pero no hay problema: en esta fe lo importante es sentir muy fuerte. Todo lo demás es negociable.
En los rankings de emisiones se toman en cuenta 184 países. ¿Saben qué lugar ocupa España? El 159. Salvo que solo tratemos con el absoluto, podemos afirmar que, para ser un país industrializado, España es una nación limpísima en materia de CO2: 5 toneladas métricas per cápita. La tercera parte que Estados Unidos o Australia. Austria emite per cápita un 40 % más. Alemania o Bélgica, un 60 % más. Un chipriota emite más que un español. Un ruso emite más del doble. Estamos prácticamente en la media mundial, algo extraordinario teniendo en cuanta que somos la decimotercera potencia del mundo. En concreto: España emite 232 megatoneladas de CO2 (159ª en el ranking, insisto) y el mundo emite 36 gigatoneladas. (Una gigatonelada son mil megatoneladas, y una megatonelada son un millón de toneladas métricas). Es difícil no cuestionarse la eficacia de cualquier acción que lleve a cabo España sobre el clima. Un sacrificio inmenso se traduciría en… nada. Y es sabido que, a diferencia del mandatario medio estadounidense, británico, chino, indio o andorrano, nuestros gobernantes son muy capaces de comprometerse a lo que sea con tal de quedar bien de puertas afuera. Y encima cumplirlo.
España tiene algunos retos medioambientales, y desde su condición hay que abordarlos. El problema es elevar todo lo medioambiental a una emergencia existencial planetaria, porque entonces los datos solo pueden desanimarnos. Hay incendios, sí, y el problema tiene un abordaje plural. Pero si me lo llevas a la religión de sustitución, a salvar el planeta y al vamos a morir todos, flaco favor estás haciendo al medioambiente. Pero además faltas a la verdad global con medias verdades locales. Dato mata relato; ahí va Michael Shellenberger: «Aproximadamente el 40 % del planeta ha experimentado un ‘reverdecimiento’ –la producción de más bosques y otros crecimientos de biomasa– entre 1981 y 2016». Y ahora agárrate, que vienen curvas: «Parte de la razón por la que el planeta se está volviendo verde se debe a una mayor cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera y a un mayor calentamiento planetario».