MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

  • ¿Cómo trata una sociedad a los distintos parias que hay en ella?

A veces hay motivos para sentir un orgullo colectivo y hay que saber celebrarlo. Que la selección española de Fútbol, ‘la Roja’, jugara en Barcelona, después de 18 años sin hacerlo, dio paso a una explosión de júbilo catalán que se manifestó hace poco en el estadio del RCD Espanyol. Tanto da que los medios públicos procuraran ocultarlo.

Se dirá que es un orgullo trivial. Puede ser, pero fue una liberación de rabia y un acto de afirmación colectivo. Como si cientos de miles de personas exclamaran: «nosotros también contamos, aquí estamos».

Pero también hay motivos de vergüenza colectiva, de muy diferente tipo: ¿cómo se trata en una sociedad a los estigmatizados, a los más desfavorecidos por la fortuna, a los distintos parias que hay en ella? Es más adecuado el término de vergüenza que el de culpa, pues las culpas no son colectivas, sino individuales; aunque todos tengamos algún grado de responsabilidad en lo que ocurra, unos más que otros. El envilecimiento de una sociedad avanza con una cadena de pasos, en los que cada uno anuncia con mayor insensibilidad y dureza el siguiente.

Los nazis ganaron las elecciones con el lema antisistema de «echemos a todos». Y en los 13 años que Goebbels estuvo en el poder, su consigna fue «dar su merecido» a ‘los otros’, hacerles daño, humillarlos, exterminarlos. Un ambiente irrespirable para quien quisiera llevar una vida humana, razonable, espontánea y con el hábito de elegir de forma reflexiva. ¿Cómo se expandió y desarrolló el mal totalitario? Por razones de defensa, se fueron imponiendo el hermetismo y el cinismo. Nadie que no fuera nazi se atrevía a hablar en Alemania de política. Y se asumió como irrebatible el dogma de la tribu: «así somos los alemanes». Se fue perdiendo todo rastro de voluntad de desobedecer de forma tranquila y continua.

Quienes ignoraban haber sido esclavos ignoraban que habían sido liberados

Se dijo y se demostró que ningún alemán se encontraría solo con sus problemas, siempre que no fueran enemigos del III Reich o perteneciesen a las declaradas ‘razas inferiores’, todos ellos excluidos no solo de la condición alemana, sino de la condición humana; tratados, en consecuencia, como escoria. Todo repugnante e insoportable, pero real. Aquel movimiento de masas que fue el NSDAP atendía a los suyos, a los hombres corrientes, y éstos colaboraban en lo que fuera menester.

El periodista norteamericano Milton Mayer (1908-1986) fue objetor de conciencia en la Segunda Guerra Mundial. En enero de 1952 se instaló con su familia cerca de Fráncfort. Allí residió un año entero, redactó un texto que se ha hecho clásico: ‘Creían que eran libres’ (Gatopardo). Logró hacerse amigo de diez antiguos nazis de clase media-baja y obtuvo el testimonio en primera persona de cómo se hicieron nazis aquellos ‘hombres corrientes’. A todos ellos los siguió considerando amigos, y decía creer que sólo uno de ellos no le correspondía.

Mayer era un bienintencionado cuáquero, tenía ascendencia alemana pero no hablaba alemán, y ocultó a aquellos nuevos amigos que él era judío. El 9 de noviembre de 1938, la ‘noche de los cristales rotos’, nazis ‘anónimos’ prendieron fuego a centenares de sinagogas. La noche anterior se produjo, de forma aislada, la primera quema. Fue en Marburgo, ciudad universitaria en la que vivían aquellos diez antiguos nazis. ¿Cómo la vivieron un conserje, un soldado que había sido aprendiz de sastre, un ebanista que era bombero voluntario, un responsable de oficinas del partido, un estudiante de Secundaria, un panadero, un cobrador, un inspector del Frente Nacional del Trabajo, un profesor de instituto y un policía? Ninguna mujer entre los seleccionados, a pesar de que el voto femenino fue clave en el ascenso nazi al poder.

Nada espectacular descubren las revelaciones que recibió Mayer. «Ninguno había oído decir nada malo acerca del régimen nazi, salvo a los enemigos de Alemania, o eso creían ellos». Solo uno de los diez se había relacionado con algún judío. Acostumbrados a no tener tratos con los hebreos, ni de pequeños habían jugado con ellos. De la forma más natural, cada uno iba a lo suyo. Mayer evocaba el ‘apartheid’ norteamericano, habituado, como estaba, a letreros como este: «negro, no te queremos ver por aquí». En cuanto al Holocausto, el periodista norteamericano señalaba que a esos amigos nazis les llegaban informaciones filtradas, a escondidas, de forma indirecta con rumores, aunque se «podía adivinar el resto».

En las últimas elecciones libres en la República de Weimar, celebradas en noviembre de 1932, el voto comunista alcanzó en Marburgo el 8% (el 17% en el resto de Alemania); el voto nazi, el 40% (el 33% en el conjunto alemán). Mayer concluía con amargura que quienes ignoraban haber sido esclavos ignoraban que habían sido liberados.

Esta es una cuestión a seguir encarando todavía hoy.