JON JUARISTI, ABC 22/09/13
· Las literaturas en las distintas lenguas hispánicas vuelven a impregnarse de nacionalismo.
Bajo el patrocinio de los tres institutos culturales de España (Cervantes, Ramón Llull y Etxepare), del Consello da Cultura Galega y de la Secretaría de Estado de Cultura, se ha celebrado esta semana el XIX Encuentro de Escritores y Críticos de las Letras Españolas en la Casona de Verines, en Pendueles (Asturias). Los Encuentros de Verines, que datan de hace treinta años, han sido, sin duda, el principal espacio de concurrencia de los escritores de las distintas lenguas de España en la etapa constitucional y jugaron un papel fundamental en la aparición de una sociedad literaria plurilingüe. Nacieron de la iniciativa de Víctor García de la Concha, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Salamanca, director vitalicio de la Real Academia Española y actual director del Instituto Cervantes, que ha presidido también la edición de este año.
Asistí al primer Encuentro de Verines y trabé entonces amistad con muchos escritores en lengua catalana, vasca, gallega y asturiana. Algunos de aquellos lazos amistosos han resistido bien el paso del tiempo. Otros, no tanto. Sé que la mayoría de los que conservo serán indelebles. Más allá de las incomprensiones y rupturas que se han producido permanece en mí la convicción de que la diversidad de lenguas y literaturas nos enriquece. El mérito indiscutible de Víctor García de la Concha consistió en convertir la pequeña babel española en una ciudad literaria donde los escritores de lenguas diferentes aprendieron a convivir y a colaborar entre ellos.
Sin embargo, el Encuentro de la pasada semana ha demostrado que la república de las letras no ha sido inmune al encrespamiento de los nacionalismos. Y no podía ser de otra forma. Los escritores son tan contaminables por las pasiones políticas como cualquier otra corporación. En muchos casos, más, porque trabajan con la materia preferida por los nacionalistas: la lengua. Hace treinta años, las posiciones recíprocas de los escritores españoles de lenguas diferentes estaban marcadas por una desconfianza inicial que fue disipándose con rapidez a medida que las discusiones y los debates permitían descubrir afinidades y devociones comunes. La situación, esta vez, ha sido la inversa. Se partía de un conocimiento mutuo ya asentado. Paradójicamente, los escritores españoles están hoy mucho más familiarizados que entonces con las literaturas ajenas a la suya, pero acaso esa circunstancia tiene que ver con una reactivación de los recelos. El encuentro con la diferencia desconocida puede producir efectos contradictorios, desde el rechazo absoluto a la irresistible seducción, pero el roce prolongado no alimenta necesariamente el cariño. Puede producir hastío, o incluso algo peor: un resentimiento por agravios reales o imaginados.
No afirmaré que quienes escribimos en español estemos exentos de nacionalismo, pero es un nacionalismo distinto al de los escritores en lenguas minoritarias afectados por este tipo de ideología. Lo característico de los pequeños nacionalismos es la mentalidad de acreedor. Y algo de esto se ha visto en Verines. El espíritu de los encuentros iniciales fue de acercamiento y búsqueda de la concordia. El sentimiento predominante en el último ha sido la dolorosa sorpresa de descubrir resquemores ignorados, no necesariamente de antigua data. Un escritor en lengua vasca que asistía por vez primera a Verines, Karlos Linazasoro, ofrecía en uno de sus aforismos una perfecta metáfora del estado de ánimo con el que algunos hemos salido de este XIX Encuentro: «Cuando encontré mi media naranja descubrí que yo era un limón». De agrios ha ido el tema, efectivamente.
JON JUARISTI, ABC 22/09/13