JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • Todo el mundo puede hacerse con un carné que te permite estar pero sin estar
El candidato del PSOE a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo, se bautizó el día de su proclamación como «un verso suelto». A partir de ese momento el aspirante socialista se saltó olímpicamente las contradicciones de representar a un partido que señala a Madrid como un paraíso fiscal y decirse partidario de bajar los impuestos en la comunidad que gobierna Ayuso. El verso suelto es el unicornio azul. Puede levantarse independiente, darse un abrazo con Sánchez a media tarde y acostarse de la mano de uno de Ciudadanos, después de haber renegado de Pablo Iglesias. Como decía el gato de Cheshire en ‘Alicia’: «Sabía quién era esta mañana, pero he cambiado algunas veces desde entonces».

Verso suelto, moderado y dialogante. Con esas tres palabras su puede construir una campaña electoral. El significado es lo de menos. Lo importante no son las ideas, ni los hechos, ni la trayectoria. Lo importante son las palabras. Desde que Rajoy se presentó a las elecciones prometiendo que bajaría los impuestos y cuando vio las cuentas del Reino ordenó a Montoro subirlos sin compasión. Y, sobre todo, desde que Pedro Sánchez renunció a la primera investidura porque Podemos le producía pesadillas y en unos meses se abrazó a Iglesias como un náufrago desesperado, hay barra libre. Todo el mundo puede hacerse con un carné de verso suelto. Te permite estar, pero sin estar. Amagar pero no dar. Romper con amigos y abrazarte con ellos. «Habrás notado que no estoy del todo allí» (Cheshire). El que mejor lo interpreta es Pablo Iglesias, que es un verso suelto de sus propios ideales. Vivir en Vallecas, tres salarios mínimos, feminismo, libertad de expresión, agenda 2030. Luego estos principios no resisten el mínimo contraste con la realidad de los hechos. Pero a los versos sueltos se les perdona todo.

Aunque ha sido el ministro de Universidades, Manuel Castells, el que se ha destapado como un verso suelto de la realidad en una de las pocas ocasiones en que ha descendido sobre el terreno para explicar al público su visión de España. «Estamos en un país que está al borde de la desintegración. Si este Gobierno colapsara, que no lo hará, sería la desintegración total de este país. Somos la última muralla de la civilidad». Y advierte consciente de la gravedad de su diagnóstico: «Lo digo en serio». Pero el verso suelto de la Universidad no lo dice por el retraso de España en la vacunación, ni por nuestro liderazgo mundial en el derrumbe del PIB o la dinámica centrifuga de la nación de naciones. No. El peligro es la derecha. El «extremoderechismo» que señala como el gran espectro que amenaza a España otro intelectual de cámara agitando el fantasma. Eso sí, también va de verso suelto.