DAVID GISTAU-EL MUNDO
SÓLO en una época muy encanallada puede pasar casi como rutinario el comentario de un miembro de la ANC –Imagine, Mandela, Pueblo, Sonrisas– sobre el comandante Francisco Marín, fallecido al caer su avión al mar en La Manga. Algo sobre residuos vertidos por el Ejército, dijo este sujeto que pertenece a una cultura de la hipersensibilidad siempre presta a sentirse agraviada. Un hombre, un residuo. Una vida, basura. Y ahora emociónense con los abuelitos y sus nietecitos sujetando el mismo globito en la Diada.
Es posible diagnosticar la patología de este fulano en un contexto preciso, ajeno a lo ideológico: los concursos de maldad del tuiter. Es decir, las consecuencias de que ese muladar haya potenciado una competición entre siniestros campeones del ingenio que aspiran a decir la cosa más hiriente y sórdida sobre cada hecho que sucede. No es la espuma de los días, como escribió Boris Vian, sino su pus. La opción clara es no entrar en ese retrete y que sólo lo alcance a uno lo que rebalse.
Sin embargo, y como este individuo tiene un cargo en una organización dedicada al tráfico de odio fundamental en los últimos años españoles, no queda sino empezar a preguntarse a qué grado de la deshumanización del falso enemigo ha llegado ya la propaganda nacionalista. Y si esto es reversible. Es decir, si se puede volver de la equiparación de un hombre muerto con un residuo, de su cosificación análoga a la que empleó el terrorismo cuando las víctimas eran deshumanizadas mediante su reducción a una condición animal. Txakurra, Perro, Residuo, Untermensch.
El odio de estos años que arrasaron la ambigüedad pujolista ha consagrado esta visión prebélica del otro. Estas palabras que siempre sirvieron para volver menos dramática la muerte. El chiste del vertido, y esto igual ni lo sabe el tipo que lo ha hecho, es una reminiscencia del siglo XX cuyos nacionalismos pusieron en circulación términos como «limpieza étnica», limpieza de residuos. Qué frustrante pedagogía. Pero este odio con olor a cerrado no habría sido posible sin permitir al nacionalismo fabricar compartimentos estancos, endogámicos. Como prueba, recuérdese aquel programa en que Évole se llevó a Junqueras a Sevilla como en un viaje de salacot para que humanizara andaluces tratándolos por primera vez. Al comandante Marín lo mantendrán humanizado en el recuerdo su familia y sus compañeros. Y también este cronista.